Opinión. Las pantallas hogareñas definen nuestros hábitos
Desde mediados del siglo XX -y, aunque esto ha pasado al olvido, resultó una gran novedad- las pantallas empezaron a constituirse como el epicentro de la vida familiar, el foco de atracción en torno del cual giraba la reunión cotidiana.
En la década del 80, a los dos o tres televisores se le había sumado una recién llegada, la computadora personal. Veinte años más tarde, cuando arrancaba el siglo actual y esa PC se había vuelto algo añeja y había pasado a manos de los chicos, vino a instalarse otro display, otra PC, quizás una notebook. Fue el comienzo de una propagación incontrolable.
Es que, con la digitalización, casi todo lo que usábamos en casa estaba siendo controlado por una computadora, lo supiéramos o no. Convertidas en paneles LCD, a veces monocromáticos, a veces a color, aparecieron en coches, acondicionadores de aire, consolas de videojuegos, relojes, lavarropas y hasta en las calderas. Las pantallas también suplantaron a la cartelería publicitaria en la vía pública, y lo harán cada vez más, gracias a los diodos emisores de luz de alto brillo, cuyos creadores ganaron el premio Nobel en octubre de 2014; dato significativo, por el tubo de rayos catódicos, actor de la primera invasión de la TV en nuestros hogares, Philipp von Lenard ganó el premio Nobel en 1905. Tenemos algo con la luz y las pantallas, no cabe duda.
Entonces los celulares empezaron a multiplicarse y sumar funciones. Era el prólogo de una nueva revolución en ciernes, que tuvo su primer acto el 29 de junio de 2007, cuando un Steve Jobs exultante presentó en sociedad el iPhone, un teléfono que era todo pantalla. Más significativo, imposible.
Sólo que el mediático celular de Apple nunca fue, nunca quiso ser sólo un teléfono. Era una computadora de bolsillo, como cualquier smartphone de hoy. Finalmente, luego de ocupar casi todos los espacios disponibles, las pantallas habían conseguido lo impensable. Se habían liberado de toda atadura, wifi mediante. El foco de atracción en torno del cual nos reuníamos se volvió nómade. Errante, ahora, con la llegada del peripatético Pokémon Go.
No es raro, pues, que cada familia haya modificado sus hábitos y que la maratón de series del domingo ya no la veamos en la tele del living, ni siqueira en la del dormitorio, sino en una notebook, apoltronados en la cama, en una especie de satori del confort.
Y quien dice notebook dice Outlook, Word y Excel. Los que hacen teletrabajo, y son cada vez más, ni siquiera tiene que abandonar las dulces sábanas para preparar presupuestos, responder correo electrónico y hablar horas por un teléfono que no es ni fijo ni móvil, sino que usa Internet y que, vaya, también se ha incorporado a un display, a alguno de ellos.
Queda, claro está, una pregunta, como cada vez que pensamos en tecnología: ¿cuál será la próxima sorpresa que nos tienen preparadas las pantallas?