Las respuestas del hombre

Parece que las chicas de OHLALÁ! se excitaron con el temita de hacerme preguntas. Se ve que lo disfrutan. Tal vez en sus casas no son muy escuchadas y esa ausencia la resuelven conmigo. Una especie de amante del habla. Siempre el otro escucha más que el propio. El propio está muy seguro. Y el otro tiene la necesidad de conquistar. Soy el otro. Entonces las escucho. Las leo, en realidad. Y es mejor. Me gusta. Me siento parte de un juego perverso. Como si me ataran a la cama y me obligaran a responder para soltarme. No estoy seguro de que lean las respuestas o de que las tengan en cuenta. Ellas solo quieren que conteste y ya. Y yo obedezco.

Porque vamos pensando en otra cosa. En algún recuerdo. O imaginamos otra vida, una que no tenemos. O pensamos: "Por qué no vine con amigos" o "qué hubiera pasado si no me peleaba con aquella novia o si me separara y llegara a la costa soltero". A veces es más simple: queremos silencio. O no tenemos nada para decir. También, cuando manejamos por la ruta, nos sentimos muy hombres, muy jefes de familia, muy machos. Queremos ganar. Y nos concentramos para eso.

Multiorgásmica tiene algo de hazaña. De decir: "OK, no jugué un Mundial, pero mirá lo que puedo hacer". Porque sentimos que nosotros provocamos ese terremoto. Que con otro hombre no le pasaría lo mismo. A la vez, a veces, ante tanto grito y movimiento, uno se permite desconfiar. ¿Me estará boludeando? ¿Habrá una cámara oculta?

No. Pero no termino de entender qué necesito con respecto a mi mujer y a Atlanta. No sé qué me haría mejor a mí.

El hombre es un niño. Y cuando un niño hace un dibujito, por más que sea un mamarracho, le decimos: "Qué lindo te salió". Entonces, con los hombres hay que hacer así también.

a. ¡Cómo tranquilizás a los chicos!, con vos se duermen enseguida.

b. Me parece bien lo que le dijiste a tu vieja.

c. Qué grande que la tenés.

Jamás. Nunca jugué a que me casaba. Nunca se habló con mis amigos. Nunca fue tema de conversación. Sí hablábamos de chicas y de cómo sería la vida en el futuro, pero no de trajes, ceremonias ni vestidos blancos.

Aprendí a escucharla. A no entrar en debates inútiles. A estar a su disposición. Y sí, voy a ser un poco demagogo: a admirarla.

La tabla hay que bajarla. Con los años lo entendí. Solo nos tenemos que acostumbrar y después ya lo hacemos automáticamente.

No. Pero cuando descubre en su mujer algunas costumbres de su suegra, una sirena interna suena en la panza y no te deja respirar por un rato largo. En algún momento hay que decirle a la mujer: "Con esto que hacés te estás pareciendo a tu vieja". Pero hay que saber en qué momento decírselo. Y cómo. Y definir si es con prólogo o no. Yo no aprendí eso todavía y cada vez que le intuí la comparación se desató una guerra en la que fui víctima yo, y mi vieja, por supuesto ?