Creyó que estaba en el paraíso de los enamorados. Tenía todo lo que en algún momento había deseado para su vida: un hombre al que amaba con locura y una hija de la que estaba orgullosa y que ese año empezaba primer grado. Juntos formaban, a sus ojos, la pareja perfecta. Se habían conocido cuando ella tenía 19 y él 24. La sencillez de Pablo (41), su lealtad a la amistad y entusiasmo por tener la familia unida fueron las cualidades de las que ella se había enamorado. Pero la vida de Florencia (36) estaba por dar un giro inesperado.
Todo parecía marchar sin demasiados altibajos en la ciudad de las diagonales, donde vivían felices. Pablo salía con amigos, organizaba partidos de fútbol y disfrutaba de la vida entre pares. Florencia se ocupaba de lllevar adelante la casa y de cuidar a la pequeña. Pero un día, "como si ese sexto sentido que poseemos las mujeres me avisara algo, tomé coraje y revisé su celular. Encontré llamadas y mensajes de una persona. No era una persona cualquiera, era Vanina, la esposa del amigo de toda la vida de mi pareja. No dije nada, callé por días, hasta que el corazón no aguantó más y lo enfrenté. Nunca reconoció que fueron amantes por años. Finalmente se casó con ella unos meses después. Fue un dolor muy grande en el alma, pero yo seguí mi vida".
La dura realidad golpeaba a Florencia en lo más profundo, porque conocía a la nueva esposa de Pablo. Con ella había compartido cumpleaños, cenas entre amigos y salidas de todo tipo. Era tanto el tiempo que pasaban juntas que llegaron a ser amigas y confidentes. Se contaban secretos y se acompañaban en los buenos y malos momentos. Y jamás había sospechado que Pablo la miraba con otros ojos.
"Mi vida siguió igual. Me ocupé de criar a mi hija y de darle todo lo que necesitaba. Si bien me hice a un lado, por su parte, la familia de Pablo jamás perdió contacto conmigo. Pasamos las fiestas de fin de año con ellos, incluso mi hija y yo nos hemos ido de vacaciones con los abuelos paternos. Pero Pablo se distanció de su familia porque su nueva mujer no era aceptada".
Es que las peleas entre Pablo y Vanina se habían vuelto moneda corriente en la relación y todos lo notaban. Muchos se mantuvieron al margen, pero Florencia no pudo o no supo cómo hacerlo. "Se separaron muchísimas veces y él buscaba en mí consejos y un oído para calmar su dolor. Ahí estaba yo ayudándolo. Pero cuando al tiempo se reconciliaba, yo pasaba de ser el oído perfecto, a una desconocida total. Pasé varios episodios de ese tipo. Es que era tanto el amor que sentía que hasta llegué a cuidar el hijo que tienen en común para que estuviera bien".
¿Cómo pudo ser tan ingenua? ¿Dónde estaba su dignidad? ¿Por qué se humillaba una y otra vez frente a quien la había traicionado? Sólo encontró una explicación: a pesar del tiempo, jamás había dejado de amarlo. "O mejor dicho, es hora de aceptar que, a pesar de todo el daño y sufrimiento que me ha tocado vivir, aún lo amo. Es inexplicable lo que me pasa. Tengo esa conexión genuina con él que hiela los huesos. No sé si es locura o es amor".
¿Conservaba quizás la esperanza de que Pablo regresara a ella? ¿Cuál era el inexplicable motivo que la llevaba a acercarse a él sin medir consecuencias? Hasta que un día Florencia dijo basta. "Mi amor es eterno pero imposible. Jamás dejare de sentir esas cosquillas en el cuerpo al verlo o de ponerme nerviosa cuando me habla. Pero hoy digo basta y mi amor lo guardo en lo más profundo de mi alma. Es un sentimiento que va a morir conmigo. No quiero un amor a medias o por necesidad. No quiero más el papel de pañuelo descartable".
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