Los 100 del siglo
Palomas en la plaza. Fin de fiesta. Del perchero al ropero. TV o no TV. La radio enfundada. ¿Qué es la física cuántica?
Por la Plaza de Mayo pasa la historia. La Plaza es más que un rectángulo con muchas palmeras y una pirámide. Es el personaje principal de nuestra política.
"Palomitas que ven pasar/ a la historia patria por la ciudad/ un buen día les tiran balas/ y al otro día migas de pan./ Muchos años la primavera/ huele a granadas de gas", dice una canción de María Elena Walsh. Y es así, nomás.
El 16 de junio de 1955, la Plaza fue bombardeada, y cientos de personas murieron en sus alrededores, cuando un desfile de la aviación se transformó súbitamente en un intento de golpe contra Perón.
Hubo que esperar unos meses más, hasta septiembre, para que el intento tuviera éxito. Entonces, otra vez la Plaza volvió al primer plano. Se llenó de gente entusiasmada con el triunfo de la Revolución Libertadora, así como antes se había llenado de gente entusiasmada con los discursos de Perón.
En realidad, siempre que pasó algo muy grueso se llenó la Plaza: con la fiebre nacionalista de la ocupación de las Malvinas o cuando Alfonsín anunció que entrábamos en economía de guerra. O cuando el propio Perón echó de ese recinto sagrado al aire libre a los montoneros, crecidos a su vera. También fue el escenario de las madres que pedían por sus hijos desaparecidos en la última dictadura militar, y el del reciente desafío del gobernador Duhalde al presidente Menem. Afortunadamente, desde 1983 hasta hoy las palomas llevan una existencia más tranquila. Ya ni se acuerdan de las bombas.
Fin de fiesta
Los años locos, los del 20, fueron los de la farra indefinida. Pero un buen día se acabó.
Después de la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos asumieron un liderazgo absoluto. Eran la potencia más rica del mundo, con enorme producción industrial. El american way of life no era una doctrina que sólo transcurría en las producciones de Hollywood, sino en la vida real. Los años 20 dieron a los norteamericanos, y al mundo, la impresión de que vivirían una fiesta interminable. Pero, como un rayo en un cielo sereno, un crac sin precedentes se abatió sobre el Tío Sam y sus sobrinos. El Jueves Negro, ese 24 de octubre de 1929 en que la Bolsa de Nueva York quebró y el precio de las acciones cayó estrepitosamente, Wall Street mandó a la bancarrota a unas 80.000 empresas norteamericanas y a unos 4000 bancos. Los tenedores de acciones se arrojaban al vacío por las ventanas de los rascacielos: en un solo día, se habían lanzado al mercado 19 millones de títulos, que de inmediato perdieron el 30 por ciento de su valor. La crisis se fue profundizando, y el despilfarro se transformó en economía de guerra. De pronto, hasta los minúsculos centavos cobraron valor vital, y se vivieron escaseces de todo tipo. Cuando Roosevelt logró ponerle un freno al desastre, la filosofía ya no sería la misma que en aquella edad dorada. Además, la confirmación de que había una Segunda Guerra Mundial sacó de la cabeza de los más tozudos la idea de que en algún lugar sobre la Tierra se podía vivir en el cielo.
Del perchero al ropero
El pret-a-porter democratiza el mundo de la moda
No hay revolución que no se registre en el guardarropa, ni mujer que puede resistirse al cambio. La esencia de la moda, en suma, no es otra cosa que su condición de hábito efímero que comienza a morir en el mismo momento de su divulgación.
Del corset al topless, en el siglo XX se libraron y se ganaron todas las revoluciones, en busca de una mayor libertad. Antes de que se generalizara la guerra de los ruedos, Cocó Chanel voló de un plumazo el corset y las convenciones. Impuso los zapatos chatos, la ropa tejida y las piedras falsas. Inventó el tailleur, pasaporte de la mujer al mundo del trabajo. El trajecito, un clásico, dio la vuelta al mundo hasta que el sastre de los ojos azules, el milanés Armani, cambió las proporciones e inventó la nueva silueta de fin de siglo, minimalista y lo suficientemente andrógina como para cerrar sin conflicto una era signada por la ambigüedad. La industria le puso alas a la imaginación cuando el empresario francés Weill lanzó, en 1950, la primera colección de prêt-à-porter, las creaciones de los grandes repetidas por talles para millones de consumidores, para el público burgués que quería seguir la moda, pero no podía gastar en las cuentas millonarias de la alta costura.
Como esta historia se teje con el hilván de la tecnología, el prêt-à-porter de Weill no hubiera sido posible sin la máquina de coser que Isaac Singer patentó en 1851, el primer paso para hacer de la moda una apetencia genuina de muchísimas mujeres. Botón de muestra: en 1996 se fabricaron en los Estados Unidos 1400 millones de camisas de mujer.
TV o no TV
La televisión replantea la controversia hamletiana
La tele es la hija dilecta de este siglo. Aunque ya existía desde 1935 en Europa y desde 1940 en los Estados Unidos, en la Argentina, el Canal 7 inauguró su transmisión el 17 de octubre de 1951, con el acto de los trabajadores en la Plaza de Mayo. 450 televisores blanco y negro de todo el país siguieron el discurso de Perón en mangas de camisa. Hubo que esperar años para que fueran inauguradas las transmisiones vía satélite. Finalmente, en julio de 1969, a las 23.56 hora local, Neil Armstrong bajaba directo desde la Luna hasta la Estación Balcarce y se esparcía a chorros por los televisores argentinos. Todavía, entre las transmisiones con más rating, figuran ese pie cayendo sobre el polvo y la final Argentina-Holanda, en 1978.
La televisión pasó del blanco y negro al color y después llegó la revolución del cable. Cientos de canales domados a fuerza de zapping. Cabalgatas satelitales con un par de botones entre los dedos. Ahora, esperan en fila la televisión interactiva -comunicación en las dos direcciones- y la televisión digital (las primeras transmisiones ya se hicieron, pero por el momento la tecnología es muy cara tanto para emisoras como para usuarios).
Durante décadas la televisión cargó con acusaciones graves: Se la llamó el ojo idiota, la caja boba, el chupete electrónico. Se la acusó de ser fundadora de toda violencia. Hoy por televisión se come, se debate, se juega, se confiesa, se pelea y hasta se vota.
Miríadas de chicos que crecieron viendo tele la defienden a rajatabla. Como si fuera mamá.
La radio enfundada
Recuerdos de la Spika, la célebre portátil
Sin saberlo -y de saberlo les habría importado un cuerno-, cuando los japoneses inventaron la radio portátil de transistores empezaron a dinamitar las bases de, hasta ese momento, una lucrativa actividad en nuestro país: la de las pequeñas imprentas.
La primera víctima de la Spika (entrañable, folklórica, diminuta, fiel, marroncito su cuero y cremita la carcasa) fue la revista Alumni, esa que se vendía en las canchas de fútbol y en la que uno encontraba la traducción de las letras que mostraban los carteles -uno en cada esquina de las tribunas bajas- para identificar a los equipos.
Si usted ya pasó los 40 y era aficionado al fútbol, recordará esta imagen: L 3 - R 1. En la Alumni, podía ver que L era River y R, Boca, por ejemplo. Salvo que estuviera en la cocina de su casa, prendido a las radios de la época, ésas de válvulas, rueditas y cables negros, no había otra manera de informarse de los resultados en otros estadios.
La Spika, entre otras cosas, terminó con eso. Encima, venía con audífono. Llegó a estas playas allá por 1958. Cinco años más tarde, se vendía como el pan: 200.000 de estos aparatitos se fabricaban por mes en el país. Y los pibes ahorraban con la libreta de la Caja de Ahorro para, algún día, hacerse de una de ellas. Es que la modernidad empujaba fuerte, y no era cuestión de quedar rezagado.
¿Qué es la físcia cuántica?
Los mortales comunes -entre los que nos incluimos- solo sabemos de ella que es extraordinariamente importante
¿Sabe usted lo que es un cuanto ? Pequeñas partículas de energía. Muy bien. Ya estamos más cerca de saber qué es la física cuántica.
En 1900, justo cuando la gente no decidía si estaba en el primer año del siglo XX o en el último del XIX, el físico alemán Max Planck descubrió que la energía no se transmite, como siempre se creyó, de modo fluido y continuo, sino en diminutos sets individualizados. Cada miniset, declaró Planck para la posteridad, constituye un cuanto de energía. La palabra cuanto proviene del latín quantum, que significa porción.
La energía de estos cuantos, proclamó para la posteridad el genial Planck, es directamente proporcional a la frecuencia de la radiación. Ya en el colmo de su inspiración, dio a conocer la fórmula que se conoce como Constante Planck: h (el cuanto mínimo de energía) es igual a 6,547 por 10 a la menos 27 ergios por segundo.
La teoría cuántica de Planck proporcionó bases revolucionarias para que se siguiera avanzando en el conocimiento del átomo. Lo hicieron sabios como Rutherford y Bohr. Además, Planck recibió el premio Nobel en 1918 y colaboró con Einstein en la configuración de un modelo atómico.
Hasta allí llegamos. Vagamente, intuimos que la mecánica cuántica se relaciona con la medición de la energía y con la organización subatómica. Es mucho más fácil explicar la invención de la plancha. Pero juramos que las banderas que plantó Planck en el campo de la física son muchísimo más importantes, aunque no las entienda nadie.
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