Los 100 del siglo
Por cien años más. Pásala de nuevo, Sam. Archipiélago Gulag. Un auto para cada uno. Uno es igual a uno. Y el ganador es...
lanacionarDesde la muerte de Perón, ningún orador político había sabido cautivar a su audiencia con el arte desplegado por Raúl Alfonsín. Desde la tribuna, él juraba que la libertad no debía ser la del zorro libre en el gallinero libre para comerse a las gallinitas libres, pedía un médico a la derecha y enumeraba a los grandes líderes de la historia, permitiéndose la audacia de incluir a Perón y a Eva, y la gente vivaba, enloquecía, creía. Esa fe se tradujo en la reunión de un millón de personas en la avenida 9 de Julio, en el ordenadísimo acto de cierre de su campaña electoral.
El 10 de diciembre de 1983, cuando asumió, merece ser recordado como el Día de la Expectativa. Después de los siete años sombríos del Proceso, se hacía la luz. Indudablemente, novedades importantes se producirían de un momento a otro y toda infelicidad dejaría para siempre de habitar en suelo argentino.
Cien días después, cuando ya comenzaba a intuirse que todavía deberíamos dar algunos pasos antes de llegar a la meta, los jóvenes radicales organizaron un festejo callejero, ya no tan numeroso como aquel que invocábamos al comienzo, y cantaban: "Y por eso, señor presidente, gritamos presente por cien años más".
La historia está demasiado fresca como para haber olvidado que la corriente alfonsinista no resistió un siglo, pero ya se encuentra lo suficientemente sólida como para haberle dado al genio y la figura del ex mandatario radical el carácter de símbolo de un regreso, no por complejo menos añorado, a la vigencia más o menos plena de las instituciones.
Y los cien años siguen corriendo. Afortunadamente para nuestra heredad, a estas alturas ya estamos en condiciones, por lo menos, de duplicar la apuesta.
Pásala de nuevo, Sam
La videocassettera convierte la casa en cine
No contento con haber inventado el cine, el hombre se lo llevó a su casa. En formato reducido, pero que se fue ampliando junto con la pantalla del televisor. Gracias a la videocassettera, cualquiera se puede dar el gusto de que Sam toque todas las veces que se nos dé la gana la melodía Según pasan los años, en la película Casablanca.
Para eso existen dos teclas que cambiaron el mundo: la de rewind y la de fast forward, en el control remoto de la videocassettera. Las más sofisticadas incluyen otras, más lujosas que sustanciales: las de cuadro por cuadro, en distintas velocidades, y la que permite congelar una imagen particularmente sugestiva.
Ahora soplan aires de cambio. Llegó el DVD, la película en disco compacto, y pulsando simples botoncitos se puede elegir idioma, pedacitos del film que se quiere ver, etcétera. Y todo sin moverse del sillón.
Lo único que falta en el living es el heladero y un acomodador que pida la propina.
Archipiélago Gulag
Las ejecuciones, persecuciones y matanzas se multiplicaron en tiempos de Stalin
El gran escritor ruso Alexander Solyenitzin traza la siguiente e impresionante comparación estadística. En el apogeo de sus ejecuciones -dice-, la Inquisición española mataba a diez personas por mes. La Cheka, la policía secreta soviética, se enorgullecía en informes oficiales sobre su actuación en 1918 y 1919 de haber fusilado sin juicio previo a más de mil disidentes mensuales. El estalinismo, en su momento pico (1937-1939), ejecutaba a más de 40.000 personas cada 30 días.
En su obra Archipiélago Gulag, Solyenitzin hace sumas globales: 15 millones de campesinos soviéticos cayeron bajo el largo brazo de Josef Stalin. Seis millones de ucranios murieron de hambre, con asistencia oficial para que esas muertes tuvieran lugar, en 1932 y 1933. El autor sufrió las durezas del régimen en carne propia, puesto que fue condenado a trabajos forzados en los campos de concentración ubicados en las heladas estepas de Kazakhstán. Aunque honrados intelectuales comunistas del mundo hayan defendido a Stalin hasta el final, nadie puede discutir seriamente que su régimen ha sido la gran picadora de carne humana del siglo XX. Recomendamos, para volver a estremecernos con semejante horror, la relectura de El cero y el infinito, el gran libro de Arthur Koestler que acaba de reeditarse en la Argentina, y la visión -no importa cuántas veces se la haya tenido previamente- de la película Sol ardiente, de un ruso de hoy tocado por la belleza y la verdad: Nikita Mijalkov.
Un auto para cada uno
Ford instala su fábrica y masifica el uso de los automóviles
Era como una cajita cuadrada a pedales, negra, con ruedas como de calesita. Y parece increíble, pero cuando comenzó a fabricarse, la casa matriz, fundada en Detroit en 1903, ya podía armar uno cada 90 minutos. Cuando el Ford T estuvo listo y salió a la calle, en agosto de 1908, no sólo masificó el mercado, sino que también revolucionó el modelo de producción en toda la industria, no sólo en la automotriz.
La idea fue del industrial norteamericano Henry Ford, que diseñó un coche que se podía construir en una línea de producción de piezas estandarizadas. El modelo fue un clásico durante veinte años y batió récords de aceptación: más de 15 millones de modelos T se vendieron, por lo que hoy parecen precios tan irrisorios como 250 dólares. Eso marcó un hito en la historia automotriz y en la carrera del consumo, porque desde la década del 20 todas las firmas comenzaron a producir en gran escala, y no sólo para las personas de alto poder adquisitivo.
Hasta nuestros días, la proeza de Henry Ford, aquella de motorizar a todas las clases sociales, se conoce como fordismo. Aunque la paradoja es que Ford no inventó la teoría que permitió el fordismo, sino que aplicó la que había formulado F. W. Taylor, autor del concepto de la organización científica del trabajo, que se llamó taylorismo.
Uno es igual a uno
Después de la hiper, los argentinos aprenden una lección de matemáticas elemental, pero increíble
Cuando, a principios de mayo de 1991, se difundió la noticia de que la inflación había sido de menos de dos puntos, el ex presidente Alfonsín se encontraba en Brasilia. En su homenaje, hay que relatar que pese a su condición de opositor a Menem suspiró aliviado y dijo a los periodistas, en confianza: "Ojalá que esto dure por lo menos cuatro meses". Ya pasaron más de siete años, y uno sigue siendo igual a uno. El peso y el dólar se pusieron al mismo nivel el 27 de marzo de 1991, cuando el Congreso aprobó la ley de convertibilidad. El artífice del plan, Domingo Cavallo, todavía sigue cobrando los intereses de su éxito, y el presidente Carlos Menem los percibió en forma de votos cuando fue reelegido para otro período, en 1995. No fue extraño: un país habituado a que todo subiera cada día -sobre todo a fines de los años 80, cuando subía varias veces por día- notó de inmediato la diferencia. La hiperinflación había actuado como remedio amargo, de esos que incitan al enfermo a curarse pronto para no volver a tomarlo.
Y el ganador es...
Una de las manías del siglo fue repartir premios de todo tipo. De los Nobel al Oscar
De todo lo que inventó Alfred Nobel (1833-1896), lo que más contribuyó a su inmortalidad es el premio que lleva su nombre. Esto no es peyorativo, ya que el químico e industrial sueco ha sido autor de adelantos científicos tan explosivos como el descubrimiento de la dinamita. Dueño de una inmensa fortuna y movido al mismo tiempo por el altruismo y por la astucia, dispuso que su riqueza comenzara a repartirse anualmente entre los grandes sabios y artistas, a razón de 150.800 coronas suecas cada vez, en los siguientes campos: literatura, física, química, medicina y esfuerzos en favor de la paz. Aunque no llegó a ver la primera entrega, realizada en 1901, Nobel se aseguró de que su apellido estuviera en boca de todos hasta nuestros días.
También encendió la mecha de la manía universal de los premios que caracterizó al siglo XX. Estos se popularizaron un poco más a partir del 16 de mayo de 1929, cuando la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood comenzó a entregar esas estatuillas horribles, al parecer bautizadas Oscar debido a su parecido con el tío de una empleada de la institución.
Los premios, en general, comenzaron a adquirir enorme prestigio, sin importar que su naturaleza sea inevitablemente arbitraria y no pocas veces injusta. Que quien tal vez haya sido el mayor escritor del siglo, Franz Kafka, no haya recibido el Nobel y que la que quizás haya sido la mejor película de la historia, El ciudadano, no haya recibido sino la distinción al mejor guión no hicieron mella en el espíritu de las multitudes que siguen comprando libros y viendo films en razón de sus galardones.
Hoy se premia a casi todos: artistas, programas de televisión, científicos, colas de mujeres y de hombres, deportistas, publicitarios, jóvenes promisorios. El mejor plomero de la manzana, el contador de chistes más gracioso y el doberman de nariz más afilada se ponen en la cola para recibir sus estatuillas. Si todo sigue así, se presume que en poco tiempo será elaborada una lista pequeña, compuesta por los nombres de todos aquellos que jamás han recibido un premio.
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