¿Revolución democrática o banalización de la cultura? Internet ya tiene sus detractores. Los neoluditas atacan.
Por Mauro Libertella.
Hace ya más de una década que se vienen exaltando las virtudes casi milagrosas de internet. Es como si la web hubiera irrumpido, como una especie de Robin Hood para los tiempos digitales, a hacer menos vasto el vacío entre las personas y para imponer la idea de una definitiva democracia del conocimiento. Los jóvenes de países periféricos dicen que ahora sí el mundo está en sus manos, y los sociólogos especializados aseguran que el crisol de culturas que conviven en la red de redes multiplica las posibilidades creativas y cognitivas como nunca antes en la historia. Sin embargo, claro, ya hay un grupo de personas que ante estas afirmaciones dirían: "Todo muy simpático, pero falso". Son esos jinetes del Apocalipsis que ven en la web una amenaza real a ciertos valores irrenunciables.
BLA, BLA, BLA: LA MUERTE DE LA CULTURA
El argumento de "la muerte de la cultura" lo sostiene, sobre todo, Andrew Keen, el enfant terrible de la red global. Su libro Cómo Internet está matando nuestra cultura causó un cierto revuelo en esos círculos dominados por hombres que con internet se están haciendo millonarios y que, además, querían pasar a la posteridad sin llevarse un cargo de conciencia, con la convicción de que están gestando la menos sangrienta y la más sólida de las revoluciones modernas. Sus declaraciones son realmente polémicas, y llegó a decir que internet es peor que los nazis, porque "ni siquiera los nazis dejaban a los artistas sin trabajo". En otra ocasión, afirmó que "internet es una utopía similar al comunismo, que además promueve el peor arte: el cineasta autodidacta, el músico de habitación, el escritor impublicable. Sugiere que cualquiera –hasta el más pobremente educado de los hombres– puede y debe usar los medios digitales para expresarse y realizarse". Las palabras de Keen tienen, por supuesto, un oscuro cariz discriminatorio, pero esas ideas se han expandido como una verdad a voces en la última década. Incluso en nuestro país, hace un tiempo, el filósofo José Pablo Feinmann dijo: "En la Argentina no hay pelotudo que no tenga un blog. No es cuestión de: «Ah, yo no trabajo en ningún medio, me voy a poner un blog». No, flaco. Hay que saber escribir. No agredas con tu mala prosa. Ese democratismo me parece realmente agraviante con el lector".
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El del "internet y el dinero" es un tema que está creciendo, y la publicidad ocupa un lugar central en esa polémica. Además de decir una y otra vez que con Wikipedia y los blogs los académicos pierden prestigio, Keen está muy alerta al uso engañoso de lo publicitario. Dice que como la mayor parte de la información en la red es falsa o está mal chequeada, el 90 por ciento de los blog son de publicidad y las empresas usan Wikipedia, YouTube y otras plataformas para deslizar publicidad, por lo que la publicidad ahora está confundida con la información y actúa de un modo más subliminal, más perverso. Se calcula que para finales de 2010 van a haber algo así como 500 millones de blog, y de esos, 450 millones serían una excusa para la publicidad. Hay algo incontrolable, dice Keen, en la relación de internet con la publicidad. Todos los días se suben a YouTube, por ejemplo, 65 mil videos nuevos. ¿Quién puede controlar todo eso?
NO SEAS ESTÓOPIDO
Evidentemente, las críticas más recurrentes suelen golpear a Wikipedia, los blogs y YouTube: plataformas de "expresión" que generan contenido constante, imparable. En ese sentido, si pensamos la web como un caudal frondoso e incluso demencial de material, el verdadero dispositivo de control en todo eso, el que puede ejecutar un editing temático, ideológico o mercantil, según cual sea el interés, es Google, el rey de los buscadores. Uno de los que atacan a Google es el norteamericano Nicholas Carr, en su libro Is Google Making Us Stoopid? [¿Está Google haciéndonos más estóopidos?]. Durante muchos años, Carr se dedicó a estudiar el impacto negativo que la alta exposición a internet tendría en el sistema cognitivo humano. Una de sus obsesiones centrales es el lento crepúsculo de los libros y los cambios que la lógica del buscador está generando en el cerebro humano. Los efectos más palpables serían una progresiva pérdida de capacidades cognitivas a largo plazo. Estos autores coinciden además en que estos funestos pronósticos actúan sobre todo en los niños, que son los que ya han nacido googlizados. Los niños son, para Carr, "decodificadores de información que no tienen tiempo para pensar por fuera de sus universos googlizados".
TWITTER: EL INFIERNO ESTA ENCANTADOR
Hace unos días, George Packer, un crítico literario y de política de The New Yorker, sacó el revolver y le disparó a Twitter. Dijo: "Cada vez que escucho sobre Twitter, tengo ganas de gritar «basta». La sola idea de mandar y recibir información actualizada de decenas o cientos de personas cada pocos minutos es la imagen misma del infierno de la información". En ese tono medio apocalíptico que parece fascinar a todos, Packer dice que Twitter le da más miedo que el terrorismo o que el fin del agua potable. Por supuesto, como toda herramienta, hay distintos usos posibles para Twitter. Los políticos más influyentes del mundo vieron ahí un potencial y ya lo usan para mezclar vida pública con intimidad, en mensajes del estilo "le preparo una milanesa con papas fritas a mi hijo y me voy al Congreso a votar la nueva ley".
LA CPU SE RECALIENTA
"Conocí a mi novia por chat" es una frase que un día era un delirio impensable y que de pronto empezó a constituir una realidad. Diego Levis, especialista argentino en nuevas tecnologías de la información, fervoroso crítico de la web, piensa cómo cambiaron las relaciones interpersonales en la era de internet (es un modo de dar vuelta las cosas: si se tiende a repetir que internet nos tiene más unidos, mirar esa realidad exactamente al revés). Respecto de las relaciones sexuales vía web, por ejemplo, dice: "El tecnosexo es el síntoma de la negación de la animalidad de la carne y expresa el temor al propio cuerpo y al del otro, pero lo más inquietante es que implica la abolición del cuerpo de los amantes. En el sexo virtual el lema es «sexo sin riesgo»".
Sólo las décadas –¿dos, diez?– terminarán de decir si internet nos habrá vuelto estóopidos o si estos muchachos son un poco paranoicos.
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