Los dioses lo ven
Los jóvenes encuentran poco estímulo para desarrollar la búsqueda de la perfección, un rasgo inherente a todos los emprendimientos humanos
Por su naturaleza, el hombre aspira a lograr la perfección en todo lo que realiza. Obstinada carrera tras una ilusión porque sabe que esa perfección no es más que un blanco móvil, imposible de alcanzar. Pero es ese insensato anhelo el que ha generado las obras cumbres de la razón y la sensibilidad humanas en los más diversos campos de la creación. Por eso resulta llamativo que, advirtiendo este hecho, hoy estimulemos cada vez menos en nuestros jóvenes el desarrollo de ese rasgo que nos resulta esencial. Parecemos decididos a condenar a un total desprestigio esa alocada persecución de la perfección imposible. "Si es preciso, habrá que hacerlo, pero, ¿para qué hacerlo bien?", es la consigna que, en general, predomina.
Al analizar esta cuestión en diálogo con un empresario japonés, Peter Drucker, el conocido especialista austríaco en temas de administración, comenta algunas situaciones que revelan ese rasgo central de la conducta humana. Recuerda, en primer lugar, el hecho de que Giuseppe Verdi, al componer en 1893 la que sería su última ópera, la magistral Falstaff, justificaba haber emprendido esa tarea tan exigente a los 80 años porque, según decía, "toda mi vida como músico me esforcé en buscar la perfección. Esta siempre se me escapó. Sin duda, estaba obligado a hacer un intento más".
El otro comentario se remonta mucho más atrás en la historia. Alrededor del año 440 a.C., se encargó al maestro Fidias esculpir las estatuas que, 2400 años después, aún se yerguen sobre el techo del Partenón en Atenas. Esas estatuas, que concitaron la admiración universal, se cuentan desde entonces entre las más grandes obras de arte del patrimonio cultural en el que se asienta la tradición occidental. Sin embargo, cuando Fidias presentó su factura por esas esculturas, el contador de la ciudad de Atenas se negó a pagarla. "Estas estatuas –le dijo– están ubicadas en el techo del templo, en la colina más alta de Atenas. Nadie puede ver más que su frente. No obstante, tú pretendes cobrar por haberlas esculpido en su totalidad, es decir, por hacer sus traseros, que nadie puede ver. Por eso, sólo te pagaremos la mitad." A lo que Fidias replicó: "Estás equivocado. Hice este templo para los dioses y ellos pueden ver las figuras enteras". Así logró que le pagaran la deuda.
Ambos relatos resumen lo esencial de la experiencia creativa del hombre. Esforzarse siempre un poco más, volver a intentarlo con empecinamiento, sin que importen las condiciones en las que se lo haga. Perseguir esa perfección, que se sabe siempre esquiva y, además, hacerlo aun cuando sólo uno y nadie más pueda advertirlo. Cuando, como dice Fidias, solamente los dioses puedan verla.
¿Cómo puede una persona, en especial cuando está dedicada al trabajo creativo, mantener ese apetito por la perfección? Responde Drucker: "Haciendo unas pocas cosas sencillas". Igual que Verdi, esforzándose siempre, porque eso permite madurar sin envejecer. No conformarse con hacer un trabajo promedio, porque hay que tener presente que "los dioses lo ven". Sobre todo, no cesar de experimentar. No satisfacerse hoy repitiendo lo mismo que se hizo ayer, exigirse a uno mismo hacerlo mejor para lo que, muchas veces, es preciso intentar un modo diferente. Esto obliga a buscar nuevas rutas, a recorrer caminos inexplorados. Crecer y cambiar, asumiendo esa indelegable responsabilidad por el desarrollo de uno mismo.
Deberíamos mostrar a nuestros jóvenes que ese trabajo fundado en la humana aspiración de perfección, bien hecho – con el ostinato rigore que evoca el lema de Leonardo da Vinci –, es también fuente de un placer que se confunde con el del juego. Lo expresa muy bien un texto del budismo zen cuando dice: "El maestro en el arte del vivir no distingue con claridad entre su trabajo y su juego, su labor y su diversión, su mente y su cuerpo, su educación y su recreación, su amor y su religión. Apenas sabe cuál es cuál. Simplemente persigue su visión de la excelencia en lo que hace y deja a los demás determinar si está trabajando o jugando. Para él, siempre está haciendo ambas cosas".