En algún lugar del mundo. Los dos bandos de la amistad
NUEVA YORK
Hace unos años, nos dividimos con mis amigos en dos bandos ideológicos: los leales contra los desleales. Seguimos enfrentados, pero seguimos siendo amigos.
Los leales ofrecían y reclamaban lealtad una zona de descanso frente al maltrato cotidiano. Los desleales, en cambio, proponían una amistad en la que uno pudiera ser como es sin preocuparse por ofender a sus amigos. Si había que anotar un equipo de fútbol para un torneo, los leales preferían jugar con sus amigos; los desleales preferían armar un equipo competitivo, aun si en el camino descartaban a dos o tres amigos patadura.
El ejemplo hipotético, para determinar si uno era leal o desleal, empezaba en un bar. En la escena, un miembro del grupo, del bando de los leales, encara a una desconocida y logra iniciar una conversación con ella. Le ofrece comprarle un trago, ella acepta y, a los pocos minutos, están en la barra, intercambiando frases matadoras (en el mejor de los casos) o torpes trabalenguas apenas inteligibles (lo más habitual).
En este momento clave, nuestro amigo recibe una visita inesperada. Es su amigo desleal, que le da un par de palmadas en la espalda y se une a la conversación. Se hacen las presentaciones de rigor; se intercambian risas forzadas. Nuestro amigo leal, que ha tomado tres o cuatro cervezas, avisa entonces que va al baño.
Detrás de él, en la barra del bar, el amigo desleal se enfrenta a un dilema y a una mujer hermosa. Una parte de él quiere intentar seducirla, porque además ve que ella, bandida, le ha abierto un canal de comunicación. Otra parte de él, en cambio, teme por la relación con su amigo leal. Es una decisión difícil. Uno de los mandamientos de los desleales es: "Dejar que la mujer decida". Si la manada sale de caza y la presa prefiere a un depredador antes que otro (razonan los desleales), lo más justo es obedecer este orden natural.
El amigo leal vuelve del baño deseando que su amigo ya no esté en la barra. Le molestaría competir con él, pero más le molestaría comprobar que, de todas las mujeres alrededor, su amigo desleal ha elegido obsesionarse con la suya.
El resultado del test es el siguiente: si usted cree que ambos amigos deben competir en igualdad de condiciones, entonces usted pertenece al grupo llamado (un poco irónicamente) "los desleales". Si, en cambio, cree que el desleal debería retirarse de la puja y buscarse la vida en otro lado, entonces tiene una sensibilidad más cercana a los leales.
Este clivaje puede extrapolarse a otras zonas de la amistad. Una de las tradiciones principales de la amistad argentina, por ejemplo, entiende el afecto como una mezcla de cariño y agresión. En esta tradición, cercana a la cultura de barrio, muchos sobrenombres son agresivos (Narigón, Negro, Cabezón, Enano) y parte de su mística incluye aguantar estoicamente las gastadas ajenas. Un buen grupo de amigos, en este esquema, es uno en el que la verdadera amistad está en gastarse y burlarse mutuamente y reírse de todo eso.
Otra tradición de la amistad argentina, la de los amigos de la adultez -no los amigos que "te tocaron", sino los amigos "que elegiste"-, es más prudente. El afecto es más serio y bienintencionado. Sin tanta historia común, las ofensas se toman más gravemente. La lealtad se hace más necesaria. ¿Qué tipo de amistad es "mejor"? Probablemente, una combinación de ambas. La del barrio es graciosa hasta que deja de serlo. La excesivamente leal tendrá buenos modales, pero corre el riesgo de terminar siendo insulsa.
Yo, por mi parte, tengo un carácter más leal que desleal. Cuando llega el momento de armar un equipo de fútbol, los leales decimos, con Alejandro Dolina: "Preferimos perder con los amigos que ganar con los indeseables". Y los desleales responden: "Preferimos ganar".