Los hijos demandantes
Por suerte nuestros hijos nos piden, ya sea tiempo, dinero, abrazos, atención, ayuda, juguetes, ropa, libros, permisos, la lista es larga. ¿Por qué digo por suerte? Que se animen a hacerlo significa que se sienten con derecho a pedir y eso es maravilloso, aunque nos incomode en muchas oportunidades. No siempre podemos decirles que sí, algunas veces porque no nos parece adecuado o correcto, otras no tenemos los medios, o no es el momento, o no les hace bien… Por eso tenemos que fortalecernos para animarnos a decirles que no cuando sea el caso, en lugar de intentar que no nos pidan ni gastar nuestra energía en convencerlos de que no les conviene.
De todos modos, en casi todas las casas hay un hijo que es como un barril sin fondo, a quien nada le alcanza, a menudo ocurre desde que era muy chiquito: hiciéramos lo que hiciéramos cuando era bebe, hagamos lo que hagamos hoy, siempre pedía más y terminaba enojado casi todas las veces y hoy sigue igual.
Cuando era bebé quería siempre más comida, pero si le dábamos terminaba con dolor de panza, o no quería bajarse nunca de nuestros brazos, o nos quería permanentemente atentos a él y disponibles al cien por ciento. Alguna vez escuché que se los llamaba bebés de alta necesidad, o de lata demanda.
Si hoy lo llevamos al cine y compramos pochoclo y gaseosa, arma un gran lío porque al salir quiere también un helado, o porque no quería que el hermano fuera, o porque quería ir con un amigo, y si fue con un amigo porque hubiera querido que sean tres… Caminamos como sobre huevos con ese hijo, siempre con miedo de que reclame: por muy atentos y comprensivos que estemos, en muchas situaciones protesta, se enoja, arruina el programa o el humor de toda la familia.
No hay una sola causa para que a ese chiquito nada le sea suficiente, seguramente se junten una sensibilidad y un nivel de demanda altos desde lo biológico con dificultades en el vínculo, que tanto podrían ser causa como también consecuencia, porque son muy fáciles los desencuentros y tormentas con ellos, no es sencillo acompañar un hijo con estas características.
Sigue pidiendo más en infinidad de temas y es raro que se muestre contento, satisfecho, agradecido. A menudo incluso somos injustos con sus hermanos en el afán de calmar sus demandas. Pero terminamos enojándonos porque hagamos lo que hagamos igual se muestra insatisfecho.
¿Podemos ayudarlo?
¿Cómo lo hacemos? Comprendiendo, acompañando el dolor sin enojarnos –o enojándonos lo menos posible-, suficiente tiene él (o ella) con su permanente descontento para agregarle el nuestro. Y no darle más que lo que de verdad podemos sin perder nosotros la sonrisa. Aunque él (o ella) no pueda reconocerlo es más importante que conservemos la sonrisa que atender su demanda. Y, sin perjudicar a nadie, podemos considerar ofrecerles de cuando en cuando algún mimo extra, como dejarlo ir un poco más de veces adelante en el auto, o elegir el programa de televisión.
Nuestra tarea principal es acompañarlos a reforzar su fortaleza interna, su comprensión de lo que le pasa, su capacidad de hacer duelos y despedirse, su aceptación de que no se puede tener el sol, la luna y las estrellas al mismo tiempo, que todos tenemos que elegir, despedirnos, esperar nuestro turno, aprender a vivir en comunidad. Así al crecer, aunque permanezca en ellos la sensación de falta, de insatisfacción, de necesidad, habrá adquirido los recursos necesarios para tolerarlas sin tanto enojo, ofensa y sin culpar siempre a otros de sus carencias.
Y ahora la mala noticia: si tenemos la suerte de que con nuestro acompañamiento sus demandas se aplaquen, como las familias son sistemas interconectados e interdependientes, ¡probablemente veamos brotar en nuestros otros hijos demandas y reclamos! Aunque seguramente mejor distribuidos y no tan intensos.