Los pioneros de Holmberg
Cada vez más familias se animan a instalarse en un barrio que, con un auge inmobiliario, deja de ser promesa para convertirse en una zona con ritmo propio
"¿En serio esto se pondrá bueno?", se preguntó Paula Rodríguez mientras caminaba con su marido por las calles desoladas y casi en ruinas del barrio al que habían llegado de casualidad, buscando alternativas para mudarse. El entorno cercano no ofrecía mucho material para ser optimista: grandes terrenos baldíos y algunas casas tomadas convivían en perfecta armonía con viviendas bajas de clase media. Detrás de las paredes con grafitis se vislumbraba más un arrebato de vandalismo que una genuina muestra de arte callejero. Y el escaso movimiento en las veredas no parecía ser sinónimo de sosiego. En definitiva, el paisaje barrial ofrecía una postal trash que oficiaba de fuerza centrífuga para las familias que, como la de Paula, mamá de dos niñas, buscaban, allá por 2012, instalarse por la zona de 13 manzanas que se extiende a lo largo de las calles Donado y Holmberg, entre Carbajal y Congreso.
"Teníamos la idea de comprar un terreno y construir un edificio de pocos departamentos con un grupo de conocidos. Vinimos por primera vez hace cinco años y ya había varios de proyectos inmobiliarios "renderizados" que estaban empezando a comercializarse -recuerda Paula, directora de una consultora de comunicación-. La idea original de comprar el terreno y construir se cayó y decidimos meternos en un proyecto en marcha. Fue una apuesta fuerte porque el barrio ahora está aflorando, pero cuando vinimos era una zona que estaba todavía en veremos. Había muchas casas tomadas, mucho por hacer. Antes de comprar de pozo dudé. Había que tener esa visión", reconoce Paula, que cambió la zona del Botánico por el Barrio Parque Donado Holmberg, su nuevo hogar desde hace menos de un mes. Como ella, nuevas familias -en especial parejas jóvenes con niños pequeños- se instalan todas las semanas aquí con la firme idea de cambiar el ritmo frenético de los barrios más poblados por el apacible ritmo de la zona que regala a sus habitantes amplitud y vistas abiertas. Ellos son los pioneros de Holmberg.
Para quien pasa a pie o en auto por ahí, no hay duda de que el barrio ha sufrido una importante mutación. No sólo esos renders empezaron a materializarse en edificios bajos con amenities y una fuerte impronta eco friendly -con amplios sectores verdes y anchas veredas ideales para la recreación- sino que también comenzó a aflorar un pequeño polo gastronómico, con propuestas muy similares al clásico estilo palermitano. Así, todo termina de confirmar lo que algunos vislumbraron hace años: el barrio más joven de la ciudad dejó de ser una apuesta y ya es una realidad que se puso en marcha.
Para muchos, la prueba irrefutable de esta activación es el "índice cochecito": mientras antes era una rareza ver familias paseando bebes en carrito por las veredas, hoy es una postal habitual que ya no llama para nada la atención. "Debe ser uno de los barrios con mayor densidad de cochecitos", arriesga Malena Tachini, una joven empleada en Candela, un café en Holmberg y Blanco Encalada, que fue el primero de la cuadra en abrir hace un par de meses y ofrecer una opción gourmet a los nuevos vecinos. Unos metros más allá, llegando a Monroe, la reciente apertura de Ninina Bakery, un reconocido restó de Palermo, le sumó la cuota "cool" que la zona necesitaba para terminar de lanzarse. "Cuando vine a ver hace poco este local mi primera reacción fue «ni loco» -reconoce Emmanuel Paglayan, uno de los propietarios-. Buscábamos lugares más obvios, pero lo cierto es que ahí no había ninguno que realmente nos gustara".
Los días pasaban y como no conseguía ningún local que le gustara por las zonas típicas de Buenos Aires, Paglayán decidió entonces darle una nueva oportunidad al de la calle Holmberg, del edificio Moho: "La primera vez había venido un día lluvioso, con el cielo negro y decidí volver otro día más lindo. Y la verdad es que más allá de la zona, me gustó mucho el local en sí mismo: tiene techos altos, luz natural y amplitud -describe-. Era difícil encontrar un local así en otro lado. Y también está el espacio de afuera: estás en la calle pero como la vereda es tan ancha, no tenés el auto encima. Es un barrio nuevo, joven y nos gustó la apuesta. Ser el primero tiene sus riesgos, pero también un montón de beneficios", asegura el dueño de Ninina Bakery.
Según Román Izcovich, desarrollador del edificio Único Belgrano ubicado sobre Donado y Sucre, los precios de los locales y los departamentos son entre un 40% y un 20% más económicos que los de Belgrano. el barrio de referencia más directa por cercanía geográfica. "El criterio urbanístico fue un acierto: los edificios bajos y los retiros de veredas que equivalen a tres de las comunes son característicos. No hay barreras visuales y los locales comerciales le dieron vida a la zona. Hoy hay movimiento, antes se podía estacionar y ahora hay que dar algunas vueltas para encontrar lugar. En dos años esto va a estallar", vaticina Izcovich, que recuerda que en los inicios, cuando el barrio era apenas un proyecto, había que convencer a los que iban a averiguar para comprar desde el pozo. Hoy, con la mayoría de los edificios terminados, ese ejercicio ya no es necesario.
Cuando escuchó sobre la posibilidad de reconvertir el viejo y abandonado corredor de la AU 3 en un barrio con edificios bajos, veredas amplias y zonas verdes, Gabriel Rodríguez decidió "entrar" en un proyecto y compró el local donde funciona Café Urbano, en la calle de Donado y Sucre, debajo del edificio Único. "El café es un viejo sueño mío; yo soy contador, me dedico a otra cosa, pero crecí en un ambiente así y quería que mis hijos lo vivieran. Es el primer local que abrió de la zona, en julio del año pasado -dice-. Hace seis años, cuando aposté por el barrio en mi familia me decían que estaba loco. Más que nada te vendían ilusiones, pero yo siempre le vi potencial", sostiene Gabriel que además le dona el espacio a artistas independientes para que expongan sus obras a modo de galería gratuita.
Es que el corredor se ha convertido también en una especie de galería a cielo abierto, con el mural pintado por Martín Ron como epicentro artístico. Cruzando la calle, pervive el del artista italiano Blu, que pintó en 2007 la silueta de un niño boca arriba que alberga en su interior escenas fabriles. Los murales, junto con las esculturas de Clorindo Testa distribuidas en las plazas cercanas conforman el corazón del Distrito de Arte Villa Urquiza. Lean Frizzera, El Marian y Gualicho son otros de los artistas que dejaron su sello en los enormes muros de la zona.
Vista al cielo
Desde su balcón, la instagramera de vida saludable y fotógrafa Celeste Failache se sorprende con un detalle: levanta la vista y ve cielo. Se mudó hace apenas 15 días y todavía está descubriendo su nuevo lugar de pertenencia al que llegó buscando tranquilidad, pero sin alejarse mucho de su zona de influencia: Belgrano, Núñez y Villa Urquiza. "Yo vivía en Belgrano, amaba el barrio porque está muy cerca de todo. Pero en esta etapa necesitaba tranquilidad. Un día, caminando, pasé por esta zona y me atrapó la arquitectura moderna. Hay mucho verde, las veredas son anchas para pasear a Roquito, mi perro. Y sigo estando cerca de Belgrano pero alejada del ruido. La visión es distinta: mirás hacia arriba y no ves edificios, ves cielo. Y todo es más relajado, hay una onda más comunitaria. Lo malo es que todavía faltan negocios, como supermercados y verdulerías".
Con las lamparitas colgando del techo, cajas esparcidas por el piso y objetos que faltan acomodar, los hermanos Juan y Lucas Rodríguez están aclimatándose a su nuevo hogar. Apenas mudados, insisten en que la onda del edificio y el entorno tranquilo y apacible terminaron por inclinar la balanza para mudarse allí
Y Paula Rodríguez (sin parentesco con Juan y Gabriel) cuenta que su hija más chica, de 9 años, siente que están de vacaciones. "Parece un hotel porque todo está conectado por un sistema de puentes y hay espacios verdes. Se la pasa en la vereda, andando en bici o en skate. Nos gusta la onda más residencial, aunque falta un montón de infraestructura: para encontrar una librería hay que caminar más de seis cuadras y lo mismo si necesitás un cajero porque todavía no hay bancos".
Por lo pronto, la semana pasada inauguró la sede Comunal 12 y en 2016 la escuela pública Siglo XXI, en Holmberg y Pedro Rivera, que le dieron un mayor impulso al barrio. Con una propuesta educativa y arquitectónica innovadora (es el primer edificio de enseñanza inteligente), en la escuela funcionan tres instituciones con capacidad para unos 980 alumnos. Pero no sólo faltan comercios: todavía hay vecinos que conviven al lado de casas tomadas y terrenos baldíos, en una suerte de deja vú de lo que era la zona hace algunos años. Son los vestigios de un barrio que todavía está en una etapa incipiente de su desarrollo, pero que tiene el impulso de lo nuevo. Sus habitantes se saben pioneros. Y eso les da un valor enorme.