Restauradores y recicladores, que no son lo mismo, ponen su arte al servicio del pedaleo retro bajo una premisa: toda bicicleta usada es mejor.
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Todavía se puede ver al paisano en un pueblo perdido de la provincia de Buenos Aires. La boina de fieltro rojo un poco apolillada, las bombachas de campo metidas dentro de las medias, pedaleando al amanecer sobre una Raleigh que fue de su padre y antes, tal vez, de su abuelo. Así fue entonces y todavía lo es: las bicicletas son objetos duraderos que, con un poco de mantenimiento y amor, superan la vida de su dueño y son parte de la herencia familiar. Sin embargo, a finales del siglo XX, la fiebre importadora invadió el mercado con bicicletas de montaña chinas; bicis baratas y con cierta lógica descartable. Las viejas Olmo, las Aurorita, las bellísimas Bergamasco desaparecieron oxidadas en los rincones más oscuros: no tenían cambios, ni cubiertas con válvula de auto, ni lucían modernas. El momento pasó y ahora nuestras bicicletas tradicionales regresan restauradas a tomar las calles, entre una creciente demanda vintage y el amor de los artesanos. Los recicladores y los mecánicos de bicicletas proponen volver a lo clásico con menos dinero y más inteligencia. A pedalear.
Bicis para todos: Gambetta
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Guillermo Gambetta tenía 12 años cuando se dio cuenta de que nunca más iba a comprar una bicicleta nueva. Para qué, pensó, si basta con arreglar alguna de esas que aparecen tiradas por ahí. Guillermo tenía una changa; era el encargado de alquilar las bicis en la plaza del barrio, y de paso metía mano: ajustaba un freno, lubricaba una cadena, mantenía bien infladas las cubiertas. El tiempo pasó y, a pesar de una formación industrial, Gambetta se alejó de las bicis hasta hace dos años, cuando después de mucho trabajo –y mucha noche– decidió un cambio de vida.
Hoy es el responsable de Bicicletas Populares Gambetta. Se trata de un taller de mecánica y restauración de bicicletas antiguas con el foco puesto en darles una nueva vida a aquellos modelos que hicieron historia en nuestro país. "Estamos trabajando con bicicletas inglesas de paseo, algunas fixie, que tienen mucha demanda, y las plegables antiguas, que son el hito del momento", dice. Desde que abrió, Guillermo lleva casi doscientas bicicletas restauradas, y va por más.
El taller de Bicicletas Populares es un pequeño espacio ubicado en la cocina de su casa en Villa Urquiza, donde Guillermo trabaja con su novia. Hay muchas herramientas, fotos de modelos clásicos, una perra que todo lo huele, bocinas pintadas a mano, un gato que domina a la perra, pedales originales de los años cuarenta, y afuera, estacionados en la calle, cuatro modelos restaurados que llaman la atención de quien pasa por la calle Medeyros. "Trabajamos con bicicletas que trae la gente –algunas en estado deplorable–, o a partir de cuadros que voy rescatando en el interior y poniendo a punto. También se trata de encontrar piezas originales: pedales, cubrecadenas y hasta los puños". Después de visitar el taller para diseñar la bici se deja una seña, y quince días más tarde ya está lista. Una plegable desde cero, por ejemplo, vale unos $3.000, sin accesorios. Si después el cliente quiere customizarla con el asiento de cuero o alguna luz a dínamo, el precio sube. "Siempre estamos abajo de lo que vale una nueva, aunque esto es otra cosa, es para gente que busca algo especial y personalizado", completa. Por supuesto, una vez que el cliente se marcha en dos ruedas, tiene la garantía y el service asegurados.
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En blanco y negro: Monochrome
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Al diseñador industrial Natan Burta le gusta aclarar dos cosas. La primera es que no es lo mismo restaurar que reciclar. Quien restaura –como Gambetta– busca que la bicicleta se parezca lo máximo posible a su imagen original. Que las piezas, los detalles y los accesorios sean tal y como salieron de la fábrica. En cambio, quienes como él y su marca Monochrome reciclan bicis, lo que hacen es reinterpretar el estilo y la funcionalidad del objeto manteniendo el alma de un diseño: el cuadro y la horquilla.
La segunda cosa que le gusta aclarar a Natan es que la sustentabilidad no puede reducirse al uso de la bicicleta o al reciclado de sus partes. "Antes de comenzar a producir, en 2010, hice un estudio de mercado de casi un año. Entonces encontré miles de bicicletas en todo el país, algunas Peugeot, Raleigh, Bianchi, Colnago, que se usaban para rellenar terrenos. Eso significa que un montón de materiales poco degradables como el cromo iban a parar debajo de la tierra".
El local de Palermo donde Burta exhibe y vende sus objetos es pituco y limpio. Si no fuera por el caos de la calle Gorriti y la gente que se detiene en la bicisenda a mirar la vidriera, podría ser una tienda de Copenhague o Nueva York. Allí se trabajan dos conceptos distintos: las Monochrome, bicicletas recicladas en blanco y negro que, según el modelo, llevan nombres de cuatro míticos ciclistas franceses: Lorette, François, Ninette y Bernard. Y Rewind Bikes, una línea de bicicletas nuevas donde lo reciclado es el diseño. "Lo primero que entendí es que, por alguna razón comercial, los importadores impusieron en los noventa la mountain bike en Buenos Aires. Si uno se detiene a pensarlo es ridículo: una bicicleta de montaña, con una posición de manejo incómoda y veinticuatro velocidades, para una ciudad plana y asfaltada en su mayoría". Comprendió, también, que quien gastaba un poco más en su bici quería algo vintage con aire europeo, entre inglés y holandés. "Entonces busqué talleres clásicos y matrices que estaban casi todas fundidas. También cambié cromo por acero, modifiqué algunos procesos como el arenado, para no comprometer la salud del fabricante, y evito el cuero de vaca".
El precio base de cualquier modelo Monochrome o Rewind es de $4.950, que puede subir en función del trabajo posterior, como el micropunteado láser para el manubrio o el cubrecadena. El usuario, además, puede diseñar y pintar su modelo en la web. "Sé que son bicis caras -concluye Burta-, pero en estos productos la obsolescencia programada no existe. Comprás algo que bien mantenido puede durar varias generaciones".
Bicis de Carga: Taller Origami
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A Emiliano Biaiñ y a Francisco de Vedia les gustan los fierros: sacar chispas con la amoladora, soldar y hacer de un montón de caños algo útil y práctico. Por eso estaban obsesionados con desarrollar una bicicleta plegable argentina cuando, hace diez años, marcaban tendencia en Europa, pero acá era imposible conseguirlas.
A cargo del Taller Origami, y después de desarrollar una exitosa hamaca paraguaya portátil llamada Oruga, Emiliano y Francisco comenzaron a participar de Masa Crítica, un grupo de ciclistas que defienden sus derechos y exigen políticas de transporte sustentables. "Entonces nos dimos cuenta -dice Biaiñ- de que somos pocos los que manejamos los fierros, la parte dura, que es la que trabaja con los oficios: los panaderos, los gasistas, los feriantes y todos los que necesitan llevar carga en un espacio reducido y siempre a fuerza de pedaleo. Lo que conocemos como bicicletas de carga son esas negras de panadero, bien pesadas, con poco equilibrio y muy incómodas, en las que el canasto se lleva adelante cuando la lógica de carga indica absolutamente todo lo contrario".
Así nacieron los carros Cargo, Deluxe y Gran Cargo, opciones que Origami acomoda a pedido, según la necesidad de sus clientes. "No es lo mismo -dice De Vedia- trabajar con alguien que recorre el microcentro que con alguien que pedalea muchos kilómetros. El primero necesita un carro angosto; el segundo, algo liviano". Además de la materia prima, los Origami toman partes de sillas de ruedas en desuso, y el carpintero con el que trabajan, Matías Flocco, utiliza madera que recicla de palets.
"Ahora estamos en pleno desarrollo de nuestra propia bicicleta de carga. La idea es partir de un cuadro tradicional pero estirarlo para dejar un espacio atrás", dicen. La intención es buscar un modelo práctico y estable que pueda ser comercializado. Para comprar un carro hay que pensar en $3.000.
La Rueda Mágica
¿Tenés una bici que no usás? ¿Conocés a alguien que la necesite? La idea está inspirada en la fundación de Eva Perón, y no es casual que Guillermo Gambetta tenga colgadas en su taller las fotos de Perón y Evita entregando bicis a los niños de la época. La Rueda Popular es un proyecto que tiene como fin poner en valor y redistribuir en el ámbito nacional bicicletas abandonadas. "Es una forma solidaria muy fácil de aplicar", dice Guillermo. "La gente me trae sus bicicletas viejas, yo las pongo en valor y luego las enviamos a quien las necesite. Usamos las redes sociales para contactarnos. Ellos nos cuentan sus historias y entre todos las resolvemos".
Gambetta es ambicioso y sabe que detrás de esas ideas pueden generarse cosas más grandes. "Tengo en mi cabeza un galpón de restauración donde los materiales y el conocimiento estén disponibles para quien los demande. La idea es utilizar la mecánica de bicicletas como un oficio que debe multiplicarse. Además de generar empleo y conciencia, restaurar bicicletas es toda una declaración ecológica y sustentable, pero también de compromiso social y económico".
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