Los retornos de las marcas históricas: hoy, Gucci
En la moda de hoy, Gucci es todo. Ha hecho suyo el momento presente y las temporadas venideras. Sus rutilantes colegas, las grandes marcas de lujo, apabulladas por su preeminencia, buscan la fórmula que desplace a la casa italiana de la cumbre en la que se ha asentado. La prensa aplaude y ensalza, partidaria y extática, todas y cualquiera de sus novedades, si bien en febrero de 2015, cuando debutó Alessandro Michele, el nuevo director artístico de la casa, gran parte de estxs mismxs comentaristas lo recibieron con tibieza o escepticismo o aun con ironía. Una minoría, en cambio, de la que fui parte se alegró de la aparición inesperada del maximalismo sin restricciones, abigarrado y joven al que Michele se atrevía.
Finalmente alguien hace un uso inteligente, divertido, informado y suelto del collage posmoderno y de la igualación de las categorías estéticas, en un entrevero colorido de citas, apropiaciones y referencias tanto cultas como pop, de la calle como del salón, de los escenarios como de la historia de la moda. Por improbable que pudieran parecer los looks de aquella colección Otoño 2015, las redes, ese coro arbitral del gusto presente, encendidxs, absorbieron y multiplicaron su carga de excentricidad juvenil y han hecho, en estos dos años y medio, un gurú de Alessandro Michele, y de Gucci, un talismán.
Pero, como en todo negocio, lo que confirma y atestigua el triunfo de este inédito Gucci son los números que ha logrado generar en tan breve lapso. Responsable del vertiginoso ascenso y del notable clink caja ha sido Marco Bizzarri, ex CEO de Stella McCartney y de Bottega Veneta, convocado por los patrones del conglomerado Kering a fines de 2014 para relanzar de urgencia una marca cuyo mix, anacrónico pero exitoso, de erotismo y ostentación, pulido por Tom Ford en los 90 y prolongado por Frida Giannini a partir de 2005, aparecía tremendamente obvio y, lo que es peor, demodé. Fue Bizzarri quien supo descubrir a Michele, hasta entonces responsable de los accesorios de la marca, y quien, al tanto del cambio radical que proponía, le dio toda su confianza. De los resultados obtenidos por la dupla, el más significativo, para mí, es el de la nueva distribución de la clientela de Gucci, compuesta ahora por un 50% de personas de menos de 35 años, proporción insólita y particularmente prometedora para una marca de lujo, en principio destinada, o condenada, a franjas etarias de fechas límite bastante más cercanas. Se diría que hay Gucci para rato.
Hoy, la marca representa el 52% de los ingresos del sector del lujo del grupo Kering, que comprende a Bottega Veneta y Saint Laurent, 14% cada uno, y Stella McCartney, Balenciaga, Alexander McQueen, y Christopher Kane. De los 4378 millones de euros de ventas realizadas por Gucci en 2016, desglosados por géneros, el 55% por ciento corresponde a la marroquinería, el 17% al calzado y el 13% a la indumentaria en prêt-à-porter. Lo que desfila en pasarela es exaltado en las campañas publicitarias y se exhibe como supremo objeto de deseo en las vidrieras de las 520 tiendas de Gucci, y en la poderosa red digital es una calculada combinación de las tres categorías.
Pero es la ropa la que crea el efecto de impacto y sitúa a Gucci como emblema de absoluta actualidad. Poco importa que la mirada corriente encuentre chocante y absurdo el barroquismo sin freno que practica Michele. Una mirada más atenta descubre grandes riquezas en el mélange de bohemia de luxe, decadentismo y estilos callejeros, que es a la vez una revisión de una cierta tradición italiana del vestir con fantasía, que, de Elsa Schiaparelli a Anna Piaggi incluye, entre otrxs, a las hermanas Fontana, Walter Albini, Roberta di Camerino y Ken Scott. En el alboroto guccista hay piezas excelentes, sentadoras para todo cuerpo, todo género, y todo mood, en particular el alborozo.
El autor ha colaborado en Vogue Paris, Vogue Italia, L'Uomo Vogue, Vanity Fair y Andy Warhol's Interview Magazine, entre otras revistas
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