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"Me costó ser mamá": 3 testimonios de mujeres que lucharon para tener un hijo

Siempre hay alternativas para llegar a nuestros objetivos y la maternidad no es la excepción a esta regla. Te contamos 3 historias de resiliencia en primera persona.




Deciden juntos dejar de cuidarse y no llega. Te hacés pruebas, las hace él. Todo está bien, pero, de embarazo, ni noticias. Cada vez que se te atrasa la menstruación, googleás ilusionada “señales de embarazo”. Los síntomas coinciden con los tuyos, pero no sabés si estás esperando un hijo o te está por venir la menstruación: hasta que te viene. Te parece que todas alrededor la tienen más fácil que vos. El sexo se trata ahora de buscar un hijo..., aumenta tu estrés. Escuchás historias de mujeres que, cuando se relajaron, quedaron embarazadas. “¿Cómo relajarme?”, te preguntás. Arrancás con los tratamientos de fertilidad, un camino que puede conllevar cierta ansiedad y cansancio.
¿Tu deseo de ser mamá se empieza a condimentar con un montón de ingredientes que ni te esperabas?
Estas tres mujeres pasaron por todo eso y hoy te cuentan su historia en primera persona para inspirarte confianza. Ellas, después de atravesar muchas circunstancias, saben que ser mamá es mucho más que concebir, gestar y parir un hijo.
Confiá en que, cuando tu amor es tan grande que pide brindarse incondicionalmente a alguien más, encuentra la forma de abrirse paso.

Fertilización asistida: Vanina Wild, 39 años, Lic. en Comunicación Social

Mamá de Pedrito, de 1 año y 10 meses; espera otro varón para enero.
“Con Guillermo nos casamos hace siete años. Al toque dijimos: ‘Bueno, ya está, a partir de ahora, que venga en cualquier momento’. Soy súper familiera, muy unida tanto a mi familia de origen como a mi familia política. Sabía que quería tener hijos. Era un hecho para algún momento de mi vida y jamás imaginé que tendría un obstáculo. Creo que me había armado el cuentito: me recibo, me caso, tengo hijos. Todo cerraba.
Nos dejamos de cuidar y no venía. A los dos años, nos planteamos buscar ayuda. Por el trabajo de mi marido nos mudamos varias veces. En cada lugar al que llegábamos recurríamos a un especialista. Yo era súper irregular con mis períodos, así que cada vez que se me atrasaba pensaba que estaba embarazada. Empezamos con ciclo ovulatorio (te dan una inyección para estimular la ovulación), después inseminación artificial (toman una muestra del espermatozoide de él, lo fortifican con proteínas y te lo inyectan). Fue un proceso difícil. Yo soy súper sociable, pero en ese período me aislé. Estaba angustiada, en las charlas de amigas hablaban de mamaderas o decían: ‘Quedé embarazada de nuevo, ¡me quiero matar!’. Hice acupuntura, me fui con una amiga a ver a la Virgen de Salta, otra amiga me hacía una especie de reiki, todos mis amigos hacían cadenas de oración y hasta mi papá fue a la Catedral de San Isidro a buscar agua bendita para que tomara con ella las pastillas del tratamiento.
Como no llegaba, optamos por la microinyección espermática o ICSI: el esperma de él recibe un tratamiento, lo inyectan en tu óvulo y esperan que fecunde. Al embrión más fuerte lo metieron en mi cuerpo. ¡Ese fue Pedro! Al saber que estaba embarazada, me sentía la única persona del universo que tenía la fórmula de la Coca-Cola adentro, estaba súper ansiosa y miedosa. Por suerte, me contenían mucho Guille, dos amigas muy queridas y mi trabajo.
La palabra clave para mí es ‘confiar’. Confiar en que va a suceder, en los médicos, en la gente que te quiere. ¡El amor que viene después es incomparable! Cuando nació Pedro, el obstetra me dijo que dentro del año y medio tendría más probabilidades de volver a quedar embarazada. Yo tenía 38 años. Dijimos: ‘Bueno, perfecto, vemos cómo va todo con Pedro y después vemos si sumar un segundo integrante a la familia’. Un día, sin saber cuándo ni cómo, quedé embarazada otra vez. Lo esperamos para enero”.

Donación de esperma: Mariana Faccio, 42 años, gerenta de relaciones institucionales en una petroquímica.

Mamá de Manuel y Lorenzo, de seis meses.
“Estuve en pareja desde los 20 hasta los 34 años. Él no quería tener hijos. Yo sabía que quería hijos en la vida, pero sin urgencia. Cuando me divorcié, estaba segura de que iba a volver a estar con alguien y a ser mamá. ¡Me sentía tan joven!
Pasaron años dedicada de lleno a mi carrera. Incluso la empresa me relocalizó en El Galpón, un pueblito minúsculo en Salta. Salí con chicos, pero las historias no prosperaron demasiado.
Después de cumplir los 40, seguía feliz con mi profesión, pero algo en el cuerpo me empezaba a vibrar. Sacaba cuentas mentales: enamorarme, vivir juntos, llevarnos bien, querer tener un hijo ambos y quedar embarazada era un emprendimiento muy difícil de lograr en un año y medio o dos años. Esto me metía una presión enorme. ‘OK, yo no puedo controlar cuándo conocer a alguien y enamorarme –pensé–. Pero sí puedo hacer algo respecto a mi deseo de ser madre’.
Fui a hablarlo con mi analista. Él me dijo: ‘Pero si vos querés tener un hijo, ¿por qué estás pensando en todo el modelo tradicional?’. Ese día decidí hacer fertilización in vitro con donación de esperma. Gracias a la Ley de Fertilización Asistida, sancionada en 2013, todo el tratamiento es gratuito.
Quedé embarazada a los cuatro meses. Cuando me dijeron que eran mellizos, pasé diez días y noches sin dormir. ¿Cómo iba a hacer sola con los dos lejos de mi familia? Enseguida, mi mamá ofreció toda su ayuda y me envalentoné. Tuve un embarazo divino y una cesárea que disfruté.
Cuando Manu y Lolo estuvieron listos para venir a casa, fue un momento duro. Sentí por primera vez el ‘Upa, no tengo un marido que agarre uno de los huevitos’. Se me vino toda la soledad encima. Pero esos sentimientos se fueron calmando. Siento que estoy en el mejor momento de mi vida. Y ojo, no soy mamá coraje ni súper mamá. Sólo una mujer absolutamente media que quiso ser madre y lo pudo lograr. Ojalá mi historia te inspire; ojalá sepas que existe esta posibilidad”.

Adopción: Jessica Casares, 40 años, analista de cobranzas, fotógrafa.

Mamá de Tati, de 2 años, y de Benja, de 1 año.
“Supe que quería adoptar a mis 19 años. Volvía a casa por Constitución, hacía un frío horrible. En la calle, pidiendo, había una mujer de unos 25 años con tres bebés de entre 0 y 2 años. Pensé: ‘¿Qué puedo hacer para ayudarlos?’, pero no algo como darles de comer a la noche, sino algo más estable, para que supieran que hay otra vida, que existe una cosa llamada hogar.
Cuando conocí a Marcelo, mi marido, le hablé de mi sueño de adoptar. Decidimos ir primero por nuestros hijos de panza, sin saber que yo era estéril. El camino de la fertilidad fue muy difícil, casi devastador. Hice todos los tratamientos, de baja, mediana y alta complejidad: un año de búsqueda, después estimulación ovárica, donación de esperma y, por último, donación de óvulos. Fueron cuatro años en total en los que llegué a estar embarazada por diez días con un óvulo ajeno. Ya en el último tramo, en 2014, empezamos con los trámites para la adopción. ¡Estaba tan aliviada!
Hicimos cada paso, cada estudio, presentamos cada papel y a los 13 meses estábamos de alta en el Registro Nacional de Adopción. ¡Hoy se agilizó mucho el proceso! Un año después de iniciar los trámites sonó el teléfono: ‘Te llamamos del juzgado’, me dijeron. Le agarré la mano a un compañero, el tiempo se congeló. ‘Hay un nene que está buscando hogar’. Tati había vivido siete meses en la calle, llegó al Hogar de Niños con desnutrición severa, había perdido el reflejo de succión, evitaba el contacto con otros humanos. Tenía un hermanito menor, Benjamín, que aún no tenía los papeles de adopción listos. También había nacido en la calle, lo llevaron a un hospital y lo dejaron ahí durante 60 días sin que nadie lo reclamara. Yo pedí que me dieran a los dos o ninguno, porque no quería separarlos.
Primero vino Tati. Fueron semanas de adaptación, hasta que un día estuvo listo para quedarse en casa. A las semanas, nos llamaron para darnos a Benja, de siete meses. ¡Cuando salimos de Tribunales ya éramos cuatro!
Días después ocurrió una escena que guardo en mi corazón. Estábamos en casa y afuera llovía un montón. Benja, muy bebote, dormía. Estábamos con Tati tirados en el piso –él sobre mi regazo– y yo le mostraba la lluvia a través del ventanal. Él tomaba la leche y en un momento se sacó la mamadera y me dijo: ‘Mammáaa’, como en un suspiro, como un lugar a donde acababa de llegar. Después siguió tomando la ‘mema’. A mí el pecho me explotó. Lo sentí tan profundamente como él. Lo abrazaba, él me daba besos. No sé cómo será cuando salen de la panza y te lo ponen encima –ese primer contacto de piel a piel–, pero lo asemejo a eso. Él me reconoció, me habilitó: me dio el título de mamá.
Soy muy consciente de que con ellos estoy formando humanidad. Esta historia juntos lleva un año, pero hoy siento que la vida siempre fue así”.
Agradecimientos: Mimo
Maquilló: Lucrecia Fontana para Sebastian Correa, con productos Givenchy

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