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Me fui de viaje sin mis hijos por una semana y esto es lo que aprendí




Tengo dos hijos muy chicos: uno de 3 años y otro de 1 y medio. Ya los había dejado una vez, por un fin de semana, pero no había sido tan dramático. Esta vez me llegó una oferta que era más complicada de aceptar, pero a la vez, imposible de rechazar: un viaje de trabajo de 5 noches en la Riviera maya en hoteles de lujo y con todo incluido. En total eran 6 noches afuera de casa, sumando los vuelos. Mi marido enseguida me dijo: "Aceptá, no te lo pierdas". Y ese fue el empujoncito que necesité para decidirme.
Obviamente al decir que sí surgieron los sentimientos encontrados: el miedo a estar separada de mi familia por tantos días, el pánico de que alguno se enferme o extrañe mucho, pero también la ansiedad por estar unos días sola disfrutando de un destino tan increíble, durmiendo sin interrupciones, y conociendo lugares nuevos.

Good bye

El momento de irme de casa fue lo más difícil a pesar de que, desde varios días antes, les venía explicando: "Mamá va se va a un lugar muy lindo que se llama México, y va a volver pronto. Hasta les hice un cuentito corto ilustrado con imágenes de las ruinas mayas, fotos de la playa, caricaturas de nachos y tacos y del "avión blanco y celeste" que me iba a llevar a destino. Eso me sirvió para que pudieran visualizar y comprender un poco más en dónde iba a estar. Pero aun así el momento de mi partida fue duro. Mi mamá, que vino para cuidarlos mientras mi marido me llevaba al aeropuerto, me aconsejó: "Andá nomás, no hagas mucha despedida". Así que les dije "Chau", les di un beso y salí volando antes de que me agarrara el arrepentimiento.
En el camino le fui recitando al papá algunas indicaciones obvias (y que él ya sabía de memoria), del tipo: "Y si no quieren comer la tarta, probá con los tomates solos" o "Ojo con la peli del Libro de la selva que la parte del tigre les da miedo". "No te preocupes que acá todo va a estar bien, relajate", fue toda la respuesta a mi sermón.

De lejos, pero cerca

Una vez llegada a México, la verdad es que la agenda intensa no me dejaba demasiado tiempo para pensar en lo que había dejado en Buenos Aires: ni en la oficina, ni en el dólar, ni en mis hijos. Pero aun así intenté mantenerme en contacto con videollamadas diarias, en las que a sentía una extrañitis que puede manejar bastante bien.
Cuando ya creía que tenía totalmente dominada la situación de estar lejos y disfrutando de mi soledad, en una de esas videollamadas me enteré de que mi hijo menor estaba muy descompuesto hacía "varios días". Claro, me lo contaron dos días antes de volver para que no me preocupara. Ahí sí, me entraron unas ganas fuertes de tele transportarme a Buenos Aires pare estar cerca de ellos. Sin embargo, me tranquilizó saber que el pediatra ya estaba enterado y bajando línea sobre los pasos a seguir. Sin dudas, ese fue el momento en el que más sufrí el estar afuera. Por suerte, ya estaba cerca de regresar y decidí disfrutar del final del viaje y pensar en todo lo que les contaría al volver y las caras que pondrían al ver sus regalitos.

El regreso

El reencuentro en Ezeiza no fue como los de las películas. Nos confundimos de terminales y cada uno estaba en una diferente. Mi marido, con dos chicos colgando. Yo, con bolsas y una valija gigante con una rueda trabada que me dificultaba avanzar en cualquier dirección. Sin embargo, al rato logramos localizarnos y, entre abrazos y llantos de chicos cansados y hambrientos, logramos subir el valijón al auto. No sin antes sacar de ahí un par de regalos para calmar la ansiedad. Todo había vuelto a la normalidad: el caos nuestro de cada día que tanto había extrañado estaba más vivo que nunca. Como si no me hubiera ido.

Conclusiones de una madre culposa

Viendo cómo reaccionaron mis hijos ante mi ausencia, creo que me volvería a animar a otro viaje, quizás el año que viene. No tanto por ellos, sino por mí, que fui la que más extrañó. De esta experiencia, algunas claves que aprendí son:
- Empezar a hablarles del viaje con anticipación. Explicarles dónde vas a estar, qué vas a hacer y cuándo vas a volver.
- Dejarles un calendario, o un cuentito explicativo, cartas o sorpresas para que vean que mamá está presente de otra forma durante el viaje.
- Llamar todos los días, si es posible a la misma hora, para que los chicos vean que estamos bien. Hoy en día, las videollamadas son un recurso mucho más cercano que la tradicional conversación telefónica. Otra buena idea es mandarles videos y fotos de lo que estamos haciendo.
- Al volver, entender que es normal que nos "pasen factura" y se enojen con nosotras por habernos ido o que esté sensibles. Son un par de días y después todo se acomoda.
En cuanto a mí, siento que el aspecto más valioso de esta experiencia fue que mis hijos vieron que mamá puede viajar por trabajo y que papá se puede quedar en casa. Es sano para todos saber que los roles de cada integrante de la familia no son limitados en ningún sentido.

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