Megan, Trump, el fútbol y la responsabilidad
Mi sobrina de cuatro años juega a la pelota. Dos veces por semana se pone los botines y grita los goles agarrándose la camiseta y dándole abrazos a sus compañeras. En la foto que más me gusta de ella tiene puesta una vincha que le despeja el flequillo de la frente y la diez de Messi. Es de River, y su muñeco preferido se llama Gallardo. Le gusta meter goles pero no le molesta atajar. También le encanta jugar con la valijita estereotipadamente rosa de doctora que le regalé cuando encontré una igual a las que nos gustaban a mi y a su mamá cuando teníamos su edad, y quiso tener su propio costurero de tanto ver coser a su mamá abogada y diseñadora amateur. Mi sobrina también vio casi todos los partidos del mundial femenino de fútbol con la misma naturalidad con la que aprendió a enhebrar la aguja y a calzarse los botines y estirarse las medias hasta la rodilla. Su ídola es Megan Rapinoe. No es tan original en eso. Rapinoe se convirtió de pronto en la voz y la fuerza que nos gusta escuchar a muchas, incluso a las que no somos fans del fútbol.
A mi sobrina le gusta que Megan se coma la cancha. Como capitana del equipo de los Estados Unidos, acaba de ganar el mundial y el botín de oro. A muchas nos gusta que se haya atrevido a decirle que no al tipo que se jactó de que a las mujeres a veces nos gusta que nos agarren de donde a él se le canta -en realidad fue más explícito-, a la que le dijo que no bien clarito al patriarca más poderoso del mundo. "No voy a la fucking Casa Blanca -insistió cuando le preguntaron por los festejos en un programa de la CNN-. Yo no iría y tampoco irían todas las compañeras de equipo con las que he hablado. No creo que nadie en el equipo tenga interés en prestar la plataforma mediática por la que hemos trabajado tan duro y las cosas por las que luchamos y la forma en que vivimos nuestra vida".
Como lesbiana fue más allá y se atrevió a decirle a Donald Trump que su remañido "Make America Great Again" (Volvamos a hacer grande a América) excluye a las personas como ella, a las personas que se le parecen y a las personas de color. En la era del purplewashing, hubiera sido imperdonable regalarle a Trump ese enjuague violeta y ungirlo como nuevo aliado de una causa que traspasa la cancha. Pero no por eso el gesto de negarse a hacerlo merece menos respeto ni admiración. "Sí, somos jugadoras de fútbol, pero somos mucho más que eso, somos mucho más y ustedes también. Tenemos una responsabilidad", dijo en su discurso después de la final con Holanda. Vale para cualquier campo en el que nos desempeñemos. Somos periodistas, abogadas, médicas, ingenieras, maestras, enfermeras, actrices, diseñadoras o cantantes, pero somos mucho más. Y, sobre todo, tenemos una responsabilidad.
En unos días se cumplen sesenta años de la muerte Billie Holiday, pionera como Rapinoe en su tiempo y en su carrera: entre otras cosas, fue la primera cantante afroamericana en recorrer el Sur segregacionista en una gira. Su voz entonó las primeras canciones feministas. "Me dijiste que era como un ángel/ me dijiste que podía llevar una corona/ y que te ibas a emocionar. Me pusiste en un pedestal, y después me dejaste caer", canta en You Let Me Down (1935).
Pensé en esos versos por Rapinoe, porque merece estar en ese pedestal y merece la corona y el botín que nos emocionan a mí y a mi sobrina. Su fuerza es que sabe que ya nadie la va a dejar caer: abajo hay un equipo que espera para atajarla o para sostenerla en andas, como después de la victoria. Su fuerza es que sabe que estamos juntas, que ya no hay un varón que designe quién sube y quién baja de nuestros pedestales. Ni aunque ese varón sea el macho más poderoso del universo.
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