Meghan Markle: los guiños de estilos del mensaje real
MONTREAL.– "Woke". Como término de moda, nada le compite. Tomado del argot africano-americano, quiere decir estar despierto ("awake" sería la versión correcta en inglés para el diccionario). Pero los hipsters, millennials y demás tribus urbanas reinantes en lo cool en Estados Unidos se lo apropiaron como adjetivo clave para describir a alguien que está siempre en el lado correcto de las guerras culturales del momento.
Y, por supuesto, en cuanto se mostró como feminista y dijo que, junto con su futuro marido, lucharían por los derechos de los grupos LGBT, combinado con su color de piel tan novedoso para la familia real británica, su profesión de actriz, sus pantalones de cuero vegano y su nacionalidad americana… solo era cuestión de tiempo hasta que los propios medios británicos comenzaran a preguntarse si con Meghan Markle tendrían su "primera princesa woke" .
La respuesta es que Markle parecería estar enviando bastantes señales en esa dirección. Y de la manera en la que solo pueden hacerlo los royals, a quienes todo comentario en persona o presencia en los medios sociales es altamente limitado, si no eliminado: a través del simbolismo de la ropa.
Hay tratados sobre qué quiere decir la reina Isabel con su cartera (The Telegraph resumió, por ejemplo, que si la pone sobre la mesa en una cena, esta debe terminar en cinco minutos; si la pone en el piso en un cóctel, es que no está disfrutando de la conversación y alguna de sus damas de compañía tiene que venir inmediatamente a rescatarla). Y se supone que hay que interpretar su posición respecto al Brexit según cómo lleva el sombrero.
Pero, en general, la familia real tiene un acercamiento bastante literal a la moda que está diseñado para típicamente halagar a algún jefe de Estado pero para que, a la vez, lo pueda comprender inmediatamente la vecina de barrio que ve las fotos hojeando una revista en la peluquería. La duquesa de Cambridge es la muestra perfecta de lo que ya fue llamado la sartorial diplomacy de la casa real, algo así como su "diplomacia de corte y confección".
Para las visitas oficiales a Irlanda, Kate Middleton usó géneros con tréboles bordados. A París llevó un tapadito de tweed de Chanel. Para la visita del presidente chino se puso un vestido que parecía la tapa del Libro rojo de Mao. A una celebración por el cumpleaños de la reina en Varsovia fue con un modelo de la diseñadora más popular del país que la recibía, Gosia Baczynska y redobló la apuesta con su mejor accesorio: la princesita Charlotte, que bajó del avión con un vestido de punto smock primoroso colorado y blanco, los colores de la bandera de Polonia.
"Es exactamente lo opuesto a usar una camiseta de una banda de rock indie que solo unos pocos devotos van a saber reconocer y apreciar. La ropa está diseñada con mensajes visuales lleguen claramente a todos", resumió Hannah Marriott en The Guardian.
Con Markle, el mensaje que se transmite parecería ser distinto, ya no atado a límites geográficos sino a conceptos culturales actuales más generales. La forma de transmitirlos es, asimismo, más sutil.
Por ejemplo, para su primera gala tras el anuncio del compromiso con el príncipe Harry, Markle usó un traje negro entallado con pantalón, el típico look de las actrices como protesta explícita al sexismo de Hollywood.
Según el matutino, al usarlo Markle se estaba alineando con el #MeToo mucho más que con el protocolo real que indica guiños principescos para dichas ocasiones, típicamente con vestidos de una silueta centrada en la cintura, con falda fluida y majestuosa.
A la semana siguiente, en pleno debate sobre la responsabilidad de la industria de la moda sobre el medio ambiente, Markle usó un tapado negro de la diseñadora más asociada con el eco-chic, Stella Mc Cartney, combinado con un par de jeans de la marca galesa biosustentable Hiut y un cartera de los británicos DeMellier que se promocionan por su "conciencia social".
Si al lector no le suenan estas marcas, no es casual. En la era del "ser vos mismo" y de que cada uno debe ser libre de crear la propia identidad, abusar de los diseñadores que conoce todo el mundo sería ir en contra del espíritu del momento. Lo mismo que cualquier chica cool de Brooklyn a Notting Hill, es decir ligeramente bohemia, pero sin problema de fondos, la próxima incorporación a los Windsor busca mostrarse original con un uso frecuente de marcas que desconciertan.
Markle también combina la ropa cara y única con accesorios económicos masivos como un suéter de Marks and Spencer, la gran tienda de la clase media británica. Estos detalles son claramente muy pensados –los medios pudieron averiguar que un emisario de la casa real había ido específicamente a buscar ese suéter para que ella se lo ponga–, pero son fundamentales para esa delgada línea que la actriz de Suits ahora debe transitar: mostrarse como un bello símbolo de la nación a la vez que alguien relativamente accesible. Y como el contribuyente del Reino Unido va a estar pagando por su guardarropas, ya se estrenó en el arte que toda princesa contemporánea debe dominar a la perfección: el de repetir atuendos, pero sin aburrir.
En cuanto a las nacionalidades, naturalmente Markle usa cada vez más líneas británicas. Sin embargo, respecto a esas marcas que hasta ahora pasaban muy por debajo del radar del público general internacional, un número desproporcionado de estas son canadienses. Esto tiene todo el sentido ya que ella vivió los últimos seis años en Toronto mientras filmaba allí Suits, Canadá es parte del Commonwealth y en un país con tanta fama de progresista, las marcas están naturalmente comprometidas con el medio ambiente. En particular, este invierno Markle se decantó por los tapados de lana de este extremo Norte del continente. Uno blanco de Line Knitwear para anunciar su compromiso devino el más famoso, pero además se la vio con los de MYTHE, Mackage y Sentaler, más las camperas de cuero de Aritza y las botas de nieve Kamik (famosas por el slogan típico de los canadienses: "No existe el mal tiempo, solo la ropa que no es lo suficientemente abrigada") que nunca nadie aquí hubiera imaginado que se volverían fashion.
La ropa de diseñadores de EE.UU., por el contrario, cada vez aparece menos en su vestuario. Y dado el actual contexto político, hay marcas que fuertemente apoyó en su pasado y que hoy podrían complicarle en varios sentidos.
En Meghan: A Hollywood Princess, la flamante biografía sobre Markle escrita por Andrew Morton (el célebre biógrafo a quien la princesa Diana misma le hizo llegar información escandalosa cuando él escribió sobre ella su best seller), él cuenta que Markle estaba tremendamente entusiasmada por Ivanka Trump. "No me dejen ni empezar a hablar sobre su colección de joyas. La cantidad de noches que pasé mirando vidrieras por Internet, abrigadita en mi cama con una copa de vino, ojeando con deseo infinito esos diseños tan maravillosos", escribió Markle en The Tig, su sitio web de lifestyle –del cual desde el compromiso no queda ni rastro–. Todo esto era antes de que Trump fuera presidente, pero aún así la línea de Ivanka nunca tuvo pretensiones de ser ni remotamente eco-nada o vinculada a ninguna causa digna de aprobación millennial.
Más allá de estos deslices que le podrían pasar factura por el estilo e ideología que hoy busca proyectar, el Woman's Wear Daily (la biblia de la industria), publicó que el valor neto del apoyo de Markle a las marcas que ha llevado hasta ahora ha sido de $212,1 millones de dólares. El estudio fue realizado por David Haigh, presidente del gigante del marketing Brand Finance, que, de cualquier manera, aseguró que esto es nada en comparación a lo que se viene. "Para quien le toque diseñar su vestido de novia será como ganarse la lotería nacional", resumió.
Pero, en preparación del gran día, vuelve la pregunta sobre si detrás de todo esto hay una princesa woke. Y si es así, ¿cambia algo que lo sea?
The Guardian reporteó que Markle no solo "es una feminista comprometida" sino que está considerando dar su propio discurso en la boda (algo que va totalmente en contra de la tradición anglosajona). También dejó caer fuertes indicios de que va a dedicarse a campañas para "empoderar mujeres" una vez que entre en la familia.
Ya fue muy reportado cómo usó su primera aparición pública junto a la duquesa de Cambridge para elogiar al movimiento #MeToo.
"Claro que el concepto de princesa feminista es un poco como Mattel sacando la Barbie ingeniera. –Escribió en el matutino Gaby Hinsliff–. Sin duda una muñeca aferrada a su llave inglesa es un ejemplo bastante más iluminado para las niñas que una muñeca aferrada a su cartera, pero sigue siendo una muñeca".
Y recordó que mucho del papel de Markle como miembro de la familia real británica va a ser, presumiblemente, el de ser una muñequita también, dejando, justamente, que la ropa hable por ella. "La forma de la cual el príncipe Harry gentilmente le recordó, cuando ella empezó a entusiasmarse ante el público por el #MeToo, de que ella tenía una boda que organizar primero no implica, exactamente, que estamos en las puertas de una revolución", subrayó.
Pero aclaró que cambios importantes muchas veces tienen comienzos modestos. Al respecto, en Inglaterra se habla de the heir and the spare, "el heredero y el de repuesto". Siendo Markle la mujer del heredero "de repuesto", tiene mucha más libertad que Kate Middleton que debería ser futura reina consorte, para testear los límites y ampliar fronteras.
Jo Elison, del Financial Times, dice que le encantaría que esto fuera un comienzo de un royal makeover del estilo de los de la televisión, en el cual ella se convierte en parte de ellos, pero los Windsor también se vuelven un poco más Markle: es decir, miembros del establishment contemporáneo que aman el yoga, le ponen kale y quinoa a la ensalada y expresan más sus sentimientos.
"Quiero ver un montaje en el cual Markle le enseña al duque de Edimburgo cómo meditar y consigue que la duquesa de Cambridge abandone sus emblemáticos zapatos color nude", escribió. Y confesó estar rezando porque sea Harry el que lleve los pantalones de cuero vegano la próxima vez.
Según Hinsliff, si la familia real, como las princesas de Disney, quiere garantizar su supervivencia comercial al proveer de una princesa para cada audiencia, con Markle tienen algo así como el juego completo. Para los tradicionalistas, está la princesa Ana, siempre a caballo. Para las amas de casa de clase media está la duquesa de Cambridge, que obedientemente dejó su trabajo por su marido y ahora está básicamente enfocada en sus chicos. Y para el mercado millennial está Markle, "la que es más vivaz –concluyó la autora– y la que menos uno podría objetar que las hijas aspiren a ser".
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