Qué pasa en nuestra cabeza cuando volvemos a escuchar a esa banda que inventó el indie y nos preguntamos ¿qué es el indie?
Por Santiago Llach
Manejo por Lugones un lunes feriado a las tres de la tarde después de jugar un partido de fútbol. Suena en el equipo del auto, vía celular y Spotify, Head Carrier, el disco nuevo de los Pixies, sexto de la carrera de la banda y segundo tras el hiato de 23 años (1991-2014) durante el cual no publicaron música nueva.
El karma de la rebeldía persigue al rock desde que una agrupación revolucionaria llamada los Beatles hizo bailar de alegría a las corporaciones. Dice el escritor Simon Reynolds que la cultura pop es adicta a su propio pasado. El secreto reverencial con que custodiábamos el tesoro personal que contenían nuestros discos de vinilo hoy está a la vista digital del universo: la infinita disponibilidad nos convierte en arqueólogos de lo que quedó atrás. La sensibilidad retro no es furiosa ni subversiva, dice Reynolds: lo que reina es una ironía ecléctica.
A cierta edad, es difícil que una banda nueva o un autor nuevo tengan para uno la fuerza conmocionante que tuvieron en la juventud. La lógica de las industrias culturales (ahora llamadas creativas) es cada vez más la de la alta rotación: una novedad tras otra es lanzada al mercado y, para captar la atención, desde un lado y otro del mostrador periodístico, se la adorna con promesas bombásticas de grandeza artística. La actualidad candente, las promesas y las narraciones de aprendizaje: todo eso pertenece a la lejana juventud.
Escucho obsesivamente Head Carrier y el disco va entrando lentamente en mí. Me gusta. ¿Qué son los Pixies? El lugar común periodístico dice que fueron una de las bandas precursoras del indie, ese movimiento musical y existencial impreciso que explotó a principios de los 90 con Nirvana y demás monstruitos del grunge. ¿Pero qué es el indie? Eran un poco de todo: guitarras distorsionadas y actitud hacelo-vos-mismo, ya sin el enojo apocalíptico del punk. Letras irónicas sobre la vida contemporánea y la adolescencia ramonera pero con mayor apertura estilística. El indie era el expresionismo del punk desde el escepticismo suburbano del garaje.
Los antecedentes familiares de Black Francis, el líder de los Pixies, son un buen ejemplo de cuáles fueron las influencias del indie. Hijo del dueño rudo y libertario de un bar en la California poshippie y de una hippie hecha y derecha, el cantante cuenta en “Fool the World”, una biografía coral de la banda, que California, donde pasó parte de su infancia y adolescencia, estaba repleta de gente que venía de los estilos de vida libres y hedonísticos de los 60 y 70, gente sexualmente promiscua o que había hecho consumo profuso de drogas, que habían destruido su vida y habían logrado salir aferrándose a la religión. La cultura pentecostal del sur de California y el punk americano: el estilo de los Pixies siempre fue la mezcla. Lisergia playera, punk, imaginario del terror de clase B, referencias literarias cultas, misticismo californiano, el idioma español y el francés: los Pixies dializaron nuestras cabezas en una frecuencia que oscila entre lo disfuncional y lo estrambótico. Los Pixies son una especie de alienígenas que cantan serenatas, surfean hacia la bossa nova y escriben óperas rock con guitarras distorsionadas. Los Pixies son letras erizadas, de un surrealismo violento, pronunciadas con aspereza realista; el maullido nervioso de Francis, las armonías susurradas de Kim Deal, líneas de bajo de avispa hoy reemplazadas por la de la argentina Paz Lenchantin, la guitarra frágil de Joey Santiago y la percusión tirante y constante de David Lovering.
La crítica también es una forma analógica y anacrónica. Leo en esos días que las revistas estadounidenses oscilan entre el asesinato y la compasión al hablar de Head Carrier. “Inminentemente olvidable”, “un acto de autoplagio”, “intentos vanos de revivir su legado”, dicen. En general, no hay argumentos musicales ni culturales para las objeciones: la mayoría de sus autores parecen atrapados en el camino de la nostalgia.
El único que ahonda un poco más en el significado del disco es el crítico de la Mojo británica. Se detiene en especial en la letra de la canción que da título al disco, basada en la historia de Dionisio, un santo católico del siglo III de quien cuenta la leyenda que, después de ser decapitado, recogió su cabeza y caminó 10 kilómetros transportándola entre sus manos mientras pronunciaba un sermón. El gran hit del viejo Pixies fue “Where is My Mind?”: ¿Dónde está mi mente? Un cuarto de siglo más tarde, la banda sigue transitando la incertidumbre con metáforas potentes: ahí vamos todos, hablando incoherencias mientras llevamos nuestra cabeza en las manos.