En Villa Las Rosas, a 900 msnm, el spa Las Dalias es un referente en turismo detox. Comidas moderadas, tiempos de "nada", yoga y tratamientos de belleza natural son parte de la propuesta para reconectar con el cuerpo.
Los platos, vacíos, ya están de regreso en la cocina. Esta noche sirvieron pescado, ensaladas, una manzana verde rellena con helado. Jugos. Vino, sólo para quien lo pide especialmente (nadie pidió). En la sobremesa se charló de temas varios: las propiedades del nabo, cómo se preparan los panes de arroz y las cosas que extraña cada uno: alguien nombra el Fernet, otro las gaseosas light. Entonces Ethel, la más reincidente del grupo –es la vez número doce que se hospeda en Las Dalias–, propone un plan para cerrar la noche. Nada loco ni demasiado esforzado: una pequeña caminata hacia una parte más elevada del terreno en plan observación astronómica. Por muchas veces que haya venido, no se cansa de ver ese cielo que echa chispas y centellea como un arbolito de Navidad.
El grupo se desparrama rápido hacia los cuartos. Algunos van en busca de linternas, pero la mayoría de un saquito para enfrentar la noche de Traslasierra, que se puso fría. Somos diez, casi todas mujeres (la relación es nueve a uno), y en el aire flota una camaradería que nació en la mesa compartida durante las comidas, a la hora de la siesta junto a la pileta de azulejos celestes o en alguna de las actividades en grupo que propone el spa: yoga, tai chi, charlas de nutrición o clases de cocina saludable.
Huéspedes reincidentes
"La mayoría siente que regresa diferente a su casa. Acá vuelven a reconectar con su cuerpo, con sus tiempos", dice Liliana Racauchi, que hace 24 años inauguró este centro que se convirtió en un referente de la Argentina en terapia alternativas y en el turismo de bienestar. Lo hizo junto a su marido, Pepe Bidart, y en Villa Las Rosas, uno de los pueblos que forman a lo largo de la ruta 14 el tronco de este valle del oeste cordobés, al que se llega cruzando las Altas Cumbres.
Algo similar, pero de manera más gráfica, me dirá Cynthia –otra de las huéspedes- una tarde, antes de entregarse a una sesión de masajes de casi una hora, con esencias y cremas con aroma a menta y alcanfor. "La primera vez que vine aquí, volví a Buenos Aires hecha un violín".
Cynthia, rulos esponjosos, 36 años, directora de una conocida escuela primaria, está acá por séptima vez. Eligió un programa que se llama "Descanso Inteligente" y va a todos lados con su kindle, expectante con el final de la autobiografía de André Agassi. "Vuelvo porque es un lugar que no te exige nada y eso no me pasa nunca en la vida. Si estoy en casa sin hacer nada me siento en falta o caigo en Netflix o en las redes. En cambio, acá no, para mí es un lugar de mimo", asegura.
Cada huésped puede armarse la estadía a su medida. Hacer un detox corto o destinar completas sus vacaciones. Pasar todo el día en una de las hamacas paraguayas, entre gramíneas, molles y quebrachos, o anotarse en cada una de las actividades y contratar a su gusto y presupuesto los tratamientos de belleza y bienestar. También puede elegir comer aparte, aunque la mayoría se suma a la propuesta del lugar: las comidas son importantes y un momento de cofradía.
Liliana y Pepe (ella tiene escritos cinco libros sobre nutrición) se cuidan de pronunciar la palabra macrobiótica. Ya no se sienten "talibanes" como en los primeros años y fueron ampliando el menú: ahora ofrecen café orgánico, vino y proteínas como el cordero y los pescados "de aguas profundas". La cocina funciona 17 horas por día y es el corazón de Las Dalias.
No hay vedas sino sugerencias. En el desayuno es donde más se nota: se incentiva a empezar con los alimentos salados y probióticos como el kimchi, el chucrut, la pasta de zanahoria, el yogur natural o el queso de cabra y, recién después, ir por lo más habitual: frutas, panes, pastelería. En un mostrador cercano a la cocina se despliegan también opciones orgánicas y sin tacc.
Danza lenta
Son las seis de la tarde y suena la campana que da inicio a la actividad vespertina: tai chi. En el jardín una yegua y su potrillo se ocupan de mantener el pasto al ras mientras las sierras que enmarcan el spa van tomando un color rosa que precede al dorado del atardecer. El parloteo de los pájaros queda grabado como sonido ambiente de todos los audios de WhatsApp que mandamos cuando la señal, siempre errática en Traslasierra, nos deja. No me escuchen a mí, escuchen a su cuerpo, nos dice el profesor de tai chi, un arte marcial chino, que hoy se parece mucho a una danza en cámara lenta. No se puede hacer más lento.
Por la tarde también visitamos a Liliana y Pepe; viven en una casa que está en el predio, pero algo oculta tras unos árboles. Es así como quieren estar, en el backstage, ser "guardianes" de Las Dalias, pero sin intervenir en el día a día, con excepción de las entrevistas individuales que los huéspedes pueden pedir si necesitan una guía en nutrición o meditación.
Liliana y Pepe se conocieron después de los 40 y tienen una familia ensamblada, pero les gusta decir que su hijo en común es este centro, al que todavía les cuesta llamar spa. "Odio la palabra spa, la odio", reconoce él.
Ellos hablan de los materiales nobles con los que está hecha su casa y que replicaron en todas las construcciones del lugar. El adobe que es aislante del frío y del calor, la madera, los ventiladores de bambú, el lino de los sillones. En el baño hay champú y crema elaboradas a partir de miel orgánica.
¿Cómo se siente lo de la energía? La pregunta es para Pepe, que la contesta en el porche de su casa. Dice que "los primeros días no te das cuenta, pero al tercero ya necesitás dormir menos". Un poco es por el clima, o por la montaña, o por la mica y el cuarzo que abundan en esos territorios. O tal vez por todo eso junto.
Datos útiles
Quebrada del Indio s/n, Quebrada Norte. T: (03544) 49-4559. info@spalasdalias.com.ar
Por pesona en base doble, desde $4.200 con pensión completa (cuatro comidas y dos actividades por día). Media pensión, $2.900.