Modas que incomodan
Existen modos de vida que se incorporan a lo cotidiano y que modifican a las sociedades mucho más que las prendas de vestir
El viejo dicho la moda no incomoda, con todo el respeto a los grandes maestros de la moda nacionales e internacionales, es uno de los tantos mitos urbanos que convendría discutir. Recuerda el geronte que escribe estas líneas la incomodidad de aquellos pantalones oxford de los años setenta, ajustadísimos en la cintura y desproporcionadamente anchos en la parte inferior, produciendo en los gorditos una presión molesta que no hacía más que resaltar la panza –que era lo que el pobre obeso quería disimular–, y al muy flaco lo hacía parecer un esqueleto vestido, enfatizando los huesos en tercera dimensión, rayanos con la desnutrición. Eran tan ajustados aquellos pantalones que no permitían llevar ropa interior, pues el boxer no entraba y el slip se notaba en forma antiestética y agresiva. Y ahí íbamos los esclavos de la moda, rezando para que no se rajara el lompa en algún mal movimiento, dejando al aire el trasero o, peor aún, la delantera. La parte ancha era tal que había que usar zapatos con plataforma para no pisarse la botamanga, y el vuelo de aquellos pantalones conseguía enredar las piernas del elegante joven que, al perder el equilibrio por culpa de los tacones insólitos para los varones, podía darse un golpe inolvidable. Ya se sabe que las mujeres son más proclives a sufrir con una sonrisa polleras tubo, fajas, modeladores, medibachas que convierten el simple acto de orinar en una acrobacia complicada en los generalmente incómodos y pequeñísimos baños de bares, teatros o restaurantes, que se calzan zapatos que parecen torres, chatitas que producen calambres en las pantorrillas o plataformas que pueden provocar torceduras de tobillos de mucho peligro. Y ya sabemos también que no todos pueden usar un pantalón chupín, que acentúa la pata de tero o realza la pata maceta. Los shorts de baño hace rato han sido remplazados por horribles bermudas. Hacen enano al bajito y un espantapájaros al lungo. En fin, nada de esto es criticable porque lo más importante en la vida es sentirse bien olvidando la mirada de los otros y priorizando el gusto personal y el disfrute de nuestra existencia sin prejuicios ni ataduras. O sea: que cada uno haga de su look un pito y adelante con los faroles.
Pero hay otras modas que más que modas son modos; modos que se incorporan a la vida cotidiana y que modifican a las sociedades mucho más que las prendas de vestir, que son detalles exteriores sujetos a cambios cada temporada. Son transformaciones que implican mutaciones importantísimas en la comunicación y que llegan para quedarse perfeccionando día a día sus primitivas bases. Las redes sociales que irrumpieron en los noventa se han convertido en un fenómeno que incluye nuevas formas de relación entre personas a nivel individual y colectivo. Y todo estaría muy bien si estas nuevas maneras no permitieran la impunidad del insulto gratuito, la agresión permanente, la circulación de mentiras, estupideces y malversaciones que facilitan groseramente la violación de intimidades, la publicación masiva de privacidades a las que todo ser humano tiene derecho a desarrollar sin injerencias de extraños.
Cualquiera puede escribir cualquier cosa de cualquier persona y eso no es libertad de expresión, sino mala educación y banalidad imperdonable. No hay por el momento ningún resorte legal para frenar y castigar estas nuevas formas de comunicación que muchas veces lesionan gravemente a personas de toda condición. Desde insultadores profesionales a corruptores de menores, pasando por imbéciles de profesión, desfilan por estas redes que deberían servir exclusivamente para facilitar nuestras vidas. De hecho, mayoritariamente lo hacen, pero es una deuda con la sociedad que los gobernantes deben saldar para que esta moda deje de usarse.
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