Viajamos a la capital uruguaya para redescubrirla en clave arquitectónica.
Es un lugar común hablar del ritmo pausado de Montevideo cuando lo comparamos con Buenos Aires (pocos lugares podrían robarnos la poco deseable corona de vivir a mil). No lo es tanto detenerse en el hecho de que, en términos arquitectónicos, hubo un tiempo en que se disparó: mientras que de este lado seguíamos entusiasmados con la ampulosidad francesa, en el Montevideo de los años 30 ya había manzanas enteras construidas con el estilo Moderno que marcó un cambio drástico en el perfil de la ciudad: eliminando toda decoración superflua, dejó a la vista el más puro juego de las proporciones.
Arriba, a la izquierda, el edificio de la Aduana, proyectado en 1923 por el arquitecto Jorge Herrán. Sobre estas líneas, entre los que más claramente muestran la ruptura con las vertientes clásicas está el Edificio Centenario, de 1929, creado por los arquitectos Campos, Puente y Tournier.
Entre los tesoros arquitectónicos de esta capital, existe un estilo que se desarrolló con especial arraigo y que provocó un fenómeno que a veces se compara con el de Miami: el estilo náutico. El edificio del Yacht Club Uruguayo en el Puerto del Buceo es un exponente perfecto.
Así como los catadores/cazadores gourmet, los fanáticos del arte y los entusiastas de la moda recortan una ciudad para hacer un circuito a su medida, nuestra recomendación a los amantes de la arquitectura es que no se pierdan el concentrado modernista de Montevideo.
Acá les mostramos edificios emblemáticos, pero una breve recorrida los va poner frente a otros menos conocidos y decenas de viviendas familiares del estilo. Algunos estarán un poco venidos a menos pero, por lo menos, no han sido desfigurados ni mal reformados. Y hay una bienvenida corriente que está hinchando las velas de la restauración.
Ciudad Vieja
Abarcable, caminable, amigable, así es lo que en otras capitales se llamaría casco histórico o ciudadela. De hecho, lo único que queda de las murallas de la antigua ciudad fortificada es la Puerta de la Ciudadela, que se puede tomar como principio o final del recorrido, y como bisagra con la zona más moderna. Y esto es justamente uno de los aspectos más destacables, la convivencia de muchas dimensiones: un kiosco de diarios parisino que nos hace sentir en 1900 junto al ajetreo del centro financiero, un flamante circuito gourmet junto a los cafés más tradicionales. Más allá de nuestras propuestas, un buen plan es perderse por sus calles para admirar detalles constructivos sin firma y sin tiempo: desde relojes, molduras y cupulitas hasta un romántico balcón.
En el edificio Ferrando que vemos arriba, la librería Más Puro Verso, con bar en la planta alta. Pegadito está el Museo Torres García, una buena elección para hablar de esta ciudad en la que el agua nunca está demasiado lejos.
El célebre Café Brasilero, el más antiguo de Montevideo, conserva intacta el aura bohemia que atrajo a tantos artistas en torno a sus mesas. Parada obligada.
El Palacio Salvo
Concebidos por el mismo arquitecto, es natural que el Palacio Barolo y el Palacio Salvo coincidan en muchas cosas. Su estilo inclasificable es a la vez reconocible; ambos edificios están en las avenidas principales de su ciudad; los dos fueron en algún momento los más altos; ambos fueron pensados por sus dueños como edificios de renta de oficinas. Pero también está el condimento de la leyenda: se suponía que estas moles serían las Columnas de Hércules del estuario del Río de la Plata; se especula con la inspiración de Palanti en La Divina Comedia; se insiste en la existencia de símbolos masónicos. Y ni hablar de los que dicen que están poblados de fantasmas.
Para comprobar aunque sea una de las hipótesis, lo bueno es que los dos palacios tienen visitas guiadas. Aquí los datos del montevideano: @visitasguiadasalPalacioSalvo.
Carrasco y sus atractivos
De las playas que tiene la afortunada Montevideo sobre el Río de la Plata, una de las más lindas es la de Carrasco. Ancha, de arena blanca y oleaje casi siempre tranquilo, se le suma el atractivo de estar frente a uno de los barrios más exclusivos de la ciudad.
Un vivero para tomar el té
Salimos de la Ciudad Vieja, tomamos la rambla (con 22km, una de las más largas del mundo), pasamos por hitos de la arquitectura racionalista en playa Ramírez y en Pocitos y nos fuimos alejando hacia lo que alguna vez fue (tan cerca, qué increíble) zona de quintas, de casas de veraneo: Carrasco. Allí vamos a visitar un vivero con casa de té propia donde alguna vez vivió el primer lechero del barrio.
César García y Maureen Cummins dejaron todo para concretar el sueño de abrir su vivero, Lavender. En 2009 se presentó la oportunidad de comprar el terreno vecino, que tenía una casita de los años 20 sumamente pintoresca. Hubo duda si convertirla es invernadero o salón de té, pero optaron por la segunda idea porque es frecuente en los viveros ingleses. Y porque se morían de ganas. Lo mejor: lograron conservar el calor de hogar, con vajilla vintage de la Feria de Tristán Narvaja, atención amable, recetas con ingredientes recién cosechados (pan de romero o limonada con lavanda) y una vista encantadora.
Un palacio en la arena
Frente a la playa ancha y despejada se alza un titán, el antiguo hotel-casino ideado para atraer a la aristocracia ribereña pero también internacional, al modo de Biarritz.
El emblemático Hotel Casino Carrasco sigue brillando a casi cien años de su apertura, tras la impecable restauración que encaró la firma Sofitel.
Con la misión de fundir en sí mismo el savoir faire francés con lo mejor de cada cultura en la que se instala, era –si no sencillo– natural que la cadena Sofitel tomara este edificio de fuerte impronta francesa para ponerlo en valor junto con un equipo de especialistas franceses, uruguayos y argentinos, entre los que se encuentra el estudio IAG Arquitectos, de Ibarroule, Aprea y Gradel.
Por la propia filosofía del hotel y tratándose de un edificio de particular significado para los habitantes de Montevideo, el proceso de restauración se encaró con gran detalle: implicó una profunda investigación histórica, fotográfica y de campo. Además, se analizaron los materiales en laboratorio para luego recuperarlos e imitarlos.
Cuando cae la noche, la iluminación a cargo del estudio de diseño de Ricardo Hofstadter pondrá el acento en las columnas y marcará la entrada. Por su parte, la paisajista Cristina Le Mehauté creó un contrapunto con topiarios de boj en la moderna escalinata. La unión entre la tradición francesa y la vanguardia tecnológica y de materiales es una constante.
“Con cuidado, fuimos redescubriendo lo que estaba tapado por tantos años de uso, y también de abandono”, explica el arquitecto Adrián Ibarroule. “El objetivo era rescatar las proporciones, la calidad ambiental y los materiales del hotel. Con el trabajo apareció su alma, que aguardaba intacta”.
El paisajismo original del hotel y la urbanización del barrio-jardín que lo rodea fueron obra del arquitecto y paisajista francés Charles Thays, famoso en nuestro país por su legado de tantas obras magistrales.
La restauración eliminó las capas de pintura que igualaban roble y cedro, y llegó a los colores originales de las molduras y los dorados a la hoja. Hallazgos cromáticos que alteraron el plan de interiorismo.
En el corredor junto al lobby que remata en una puerta de madera restaurada, una larga alfombra en tonos marrones.
El antiguo comedor tenía pisos de madera y la claridad del techo vidriado. Hoy, aquí funcionan el lobby y la recepción. Los pisos fueron revestidos con mármol. La diseñadora francesa Sybille de Margerie propuso colocar las arañas a pocos centímetros de las mesas vidriadas.
Dato: tan fantástico es el brunch del domingo del Sofitel Carrasco que se convirtió en gran programa para los montevideanos, y no sólo los huéspedes del hotel.
Uniendo dos en la mayoría de los casos, las habitaciones son los espacios que más se modificaron para adaptarlas a las exigencias del huésped de hoy.
En las torres se ubicaron las suites Imperiales. Son tríplex, y se las nombró Montevideo y París para homenajear a las capitales que dan personalidad al edificio.
El estudio de Francisco López Bustos, que venía de participar de la restauración del Teatro Colón, también fue parte del equipo de primera línea que trabajó para darle vida al Sofitel Carrasco. Su labor en el interiorismo estuvo enfocada en armonizar lo contemporáneo y lo histórico, y en redefinir la privacidad y el confort con amplios baños semiabiertos.
Por si fuera posible pensar en más sorpresas y comodidad, aquí también se concreta la fantasía de vivir unos días en una cúpula y ser dueños de una vista 360o que regala atardeceres sobre el río. La balaustrada circular marca el espacio de sus terrazas privadas.
Info para recorrer y amar Montevideo
» Café Brasilero. Ituzaingó 1447.
» Librería Más Puro Verso. Sarandí 675.
» Museo Torres García. Sarandí 683.
» Palacio Salvo. Plaza Independencia 848.
» Sin Pretensiones. Sarandí 366 (para comer lindo y rico).
» Aduana de Montevideo. Rambla 25 de Agosto de 1825 199.
» Edificio Centenario. 25 de Mayo 555 esq. Ituzaingó.
» Edificio “El Yacht” en el Parque Rodó. Rambla. Presidente Wilson esq. José Requena y García.
» Yacht Club Uruguayo. Puerto del Buceo, Rambla Presidente Charles De Gaulle.
» Lavander. Mones Roses 6415, Carrasco.
» Hotel Casino Carrasco, Rambla República de México 6451
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