Diálogos del alma. Muchos más que uno
Señor Sinay:
Siempre leo su columna aquí, en Córdoba, y creo que sus apreciaciones sobre el amor, por ejemplo, no se aplican a quienes nos gobiernan. No sólo son inmaduros, sino también extorsionadores populistas. No me veo, entonces, involucrada con la parte de esta sociedad que ellos representan. Aun así, algunos individuos nos empeñamos en desarrollar nuestro sentido del bien común y no pierdo, por esto, la esperanza de que el ser humano vaya a ser mejor.
Nancy Andrawos
Hay conceptos que, mencionados por primera vez, producen entusiasmo y esperanza. Iluminan nuevas zonas del pensamiento o de la emoción. Algunos ejemplos: responsabilidad social, compromiso moral, nueva política. Y el que nombra nuestra amiga Nancy: bien común. Pero así como, en cierto modo, las palabras dan entidad al mundo, su sola pronunciación no basta para garantizar que perduren y que tengan significado. La existencia cierta de eso que ellas designan permite que las palabras permanezcan. Responsabilidad social, compromiso moral o nueva política, entre tantas otras nociones, no tendrán validez y consistencia únicamente porque se las enuncie, aunque se lo haga con la voz mejor templada y con los ademanes más seductores. Necesitan validarse a través de contenidos.
Una alquimia realmente transformadora nace de la combinación entre las palabras y los hechos que las confirman. De este modo, el vocablo amor alcanza todo su significado cuando lo acompañan acciones amorosas. El término arrepentimiento representa algo cuando envuelve una actitud reparadora. La expresión confianza alcanza su presencia cuando es afianzada con actos. Otras, como traición, daño, deshonestidad, confirman conductas, aunque éstas pretendan ser disimuladas. No es responsable quien así se califica a sí mismo (sea persona u organización), sino quien responde ante los otros por las consecuencias de sus actos. No está moralmente comprometido quien usa una y otra vez ese enunciado, sino quien lo sostiene con el ejercicio cotidiano de valores, ejercicio que es producto de una elección de vida y no del temor, la manipulación o la imposición. No hace una nueva política quien es más ingenioso o audaz en sus proclamas al respecto, sino quien devuelve a la política su dignidad, pensando antes en los otros que en las conveniencias de su partido o de su propia imagen. Cuando nada de esto ocurre, las palabras que nacen con un aura de esperanza no tardan en opacarse, se vacían de sentido, provocan repulsa al ser pronunciadas, se convierten en meros sonidos, inician una inexorable agonía y el escenario humano sufre con ello.
¿Qué es, desde esta perspectiva, el bien común? El canadiense John Ralston Saul, doctor en historia, economía y ciencias políticas, agudo ensayista y sólido novelista, lo define de una manera inspirada en La civilización inconsciente , obra de vibrante humanismo. El bien público, sostiene, nace y es posible cuando en un grupo humano se alcanza un cierto e importante nivel de desinterés individual. Sería, entonces, un monto significativo de "desinterés compartido" (así lo llama John Ralston Saul). En este caso, desinterés no alude a desidia o descuido, sino a desapego de los propios fines e incumbencias personales para recordar que vivimos siempre entre otros. Si nos podemos considerar individuos es porque vivimos en sociedad. Librado cada uno a su destino, desligado de los demás, la palabra individuo nada significa. "Somos más que uno -escribe Ralston Saul-. Somos más que una familia, somos más que varias familias. Somos muchas decenas de millones. Existimos, por consiguiente, en sociedades." No hay otra manera de existir. Al tomar conciencia de esto (el título del libro mencionado alude a la dramática y creciente falta de esta conciencia) es que podemos "desinteresarnos" en parte de nosotros mismos y aportar ese desinterés al bien común. La palabra comunidad empieza a tener, entonces, una existencia cierta.
Cuando no alimenta el bien común de esta manera, apunta el ensayista, "el individuo se reduce a un ser inferior, alicorto, limitado a la satisfacción de sus necesidades inmediatas". Para una vida de ese tipo no se necesita la conciencia, ese atributo que nos permite reconocernos, vernos como parte de algo más vasto que nuestra limitada individualidad, y, desde allí, trascender. Si responsabilidad social, compromiso moral, nueva política o bien común no son acciones reales, fruto de esa conciencia y de ese desinterés, devienen envases vacíos. Y no se les dará contenido sólo por pronunciarlos.
El autor responde cada domingo en esta página inquietudes y reflexiones sobre cuestiones relacionadas con nuestra manera de vivir, de vincularnos y de afrontar hoy los temas existenciales. Se solicita no exceder los 1000 caracteres.
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