EL MUNDO. MUJERES EN AFGANISTAN DE LA CASA AL CEMENTERIO
Son las principales víctimas del fanatismo del régimen talibán, que excede los preceptos del islam. La comunidad internacional sigue sin saber cómo reaccionar ante las aberraciones que ocurren en el país, que niegan los derechos humanos elementales
Mawlawi Qalamuddin está agotado. Ha tenido un día particularmente intenso. A bordo de un vehículo todoterreno descapotado, con el fusil de asalto cruzado en bandolera, debe soportar las inclementes tormentas de polvo que castigan la ciudad de Kabul por esta época del año. Como erigido en un pedestal, Mawlawi se pone de pie en el destartalado Jeep atestado de viejos televisores y ordena a sus hombres que intenten no herir a la gente, que huye despavorida.
Mawlawi Qalamuddin es el viceministro de una cartera clave en Afganistán: la de Promoción de la Virtud y Lucha contra el Vicio. En ese carácter, la semana última encabezó varios de los operativos de confiscación de televisores, que muchos pobladores de Kabul se resistieron a destruir, pese a las advertencias oficiales. La virtud -pensará Mawlawi- es una meta que requiere determinación y heroísmo. Y como el Quijote contra los molinos, él y su pequeña horda la emprenden con los electrodomésticos. En pocas horas más, esta grotesca guerra santa concluirá en un auto de fe que recuerda lo peor de la Inquisición: una purificadora hoguera de televisores, radios, equipos de música y fotografía, discos, barriletes, bicicletas y hasta los temibles juegos de ajedrez.
A dos años de la caída de Afganistán en manos de los talibanes, el régimen, lejos de algunas estimaciones occidentales, ha estabilizado su supervivencia, basada en el terror interior y en la tibia oposición externa, temerosa de que una intervención complique sus redes de intereses.
Sólo parece llamar la atención de la opinión pública internacional la ominosa situación de las mujeres, recluidas a la celda de la burka, esa túnica que las cubre de pies a cabeza. No vestir la burka se castiga con 40 latigazos.
Las imágenes de las mujeres afganas, que sirvieron de patética escenografía para los fotógrafos internacionales, no transmiten, sin embargo, todos sus padecimientos.
Además de tener vedado el acceso a la educación más allá de los 9 años (hasta ese momento la instrucción es exclusivamente coránica) y al trabajo, tampoco pueden tener ninguna clase de contacto con hombres que no sean sus esposos. "Solamente hay dos lugares para la mujer afgana: la casa de su marido y el cementerio", advirtió uno de los líderes talibanes, según cita el informe del relator especial de la UN Choong-Hyun Paik, al que tuvo acceso la Revista.
La situación es de tal severidad que las viudas (y en Afganistán son muchas, luego de 18 años de guerra) no pueden siquiera ser revisadas por los médicos. En el mejor de los casos, si la enferma tiene un hijo varón adulto, éste podrá hacer de intermediario entre la paciente y el médico. "He vivido situaciones tan ridículas como atender a una mujer que manifestaba tener fuertes dolores en una rodilla. Para no tocarla, le pedí a su hijo varón que palpara la zona y me transmitiera sus sensaciones. Sólo así, adivinando el diagnóstico, pude indicarle un tratamiento", dijo un médico de Kabul a la agencia noticiosa española EFE, que logró acercarle clandestinamente un cuestionario para que contestara.
El efecto de esta política tiene datos concluyentes: hoy el índice de escolarización de mujeres sólo alcanza al 4 por ciento, que estudian clandestinamente en su país o, si residen en poblaciones fronterizas, lo hacen en Irán. En el campo de la salud pública, la mortalidad infantil afecta a uno de cada 8 recién nacidos, lo que crea a las autoridades el dilema de permitir que las mujeres estudien y ejerzan la medicina o dejar que los médicos atiendan a las mujeres.
La reclusión de las mujeres afganas es más grave aún si se considera que hasta hace pocos años formaban parte activamente de la vida pública en su país. No son mujeres habituadas a pautas culturales particularmente represivas. La invasión soviética de 1979 y la guerra de los ejércitos títeres de Washington o de Moscú, una aventura pagada con millones de vidas y que desgarró al país, dio a las mujeres, sin embargo, un papel mucho más activo al que estaban acostumbradas: con el grueso de los hombres en combate y la influencia cultural de los soviéticos, las mujeres afganas habían accedido a los trabajos que los hombres dejaban para tomar las armas, se incorporaban masivamente al estudio y, muchas veces, hasta se destacaron en la carrera militar.
El padecimiento particular de los hombres se circunscribe al uso de una barba adecuada a los preceptos islámicos que los talibanes dicen interpretar: lo indicado es una barba de 12 centímetros. A muchos hombres imberbes se los ha humillado en público pintándoles la cara.
Represalia europea
Como condena por el trato discriminatorio que sufren las mujeres de Afganistán y las dificultades impuestas a las organizaciones internacionales de asistencia que trabajan en Kabul, la Unión Europea ha dispuesto suspender la ayuda humanitaria que destina a la capital afgana.
La suspensión, de carácter temporal, alcanza una asistencia de 4 millones de ecus (4,4 millones de dólares). La represalia es el último incidente de una larga serie de entredichos con el régimen talibán, que controla el 80 por ciento del país. Los talibanes (musulmanes integristas, que impusieron una interpretación estrictísima de la sharia, la ley islámica) vienen hostigando repetidamente a los miembros de las organizaciones humanitarias extranjeras. Además de padecer allanamientos, cierres arbitrarios y detenciones de su personal, recientemente fueron asesinados dos colaboradores de sendas agencias de la UN: uno del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), y el otro del Programa de Alimentación Mundial (PAM).
Pero la decisión de paralizar el flujo de ayuda europea generó no pocas controversias. Los sectores que se oponían a esa represalia argumentaron que el fin de la ayuda no afectará al régimen, sino que aumentará los sufrimientos de la población de Kabul, la misma a la que se pretende socorrer.
Pero más que congelar fondos, lo que Europa pretende es llamar nuevamente la atención sobre el padecimiento, que alcanza límites inconcebibles, de la población en general y particularmente de las mujeres.
En un escenario de pobreza masiva (Afganistán ocupa el lugar 169 de los 174 países en los que la UN ha estudiado el índice de desarrollo humano; sólo están peor 5 naciones africanas: Burkina Faso, Malí, Somalia, Sierra Leona y Níger), la esperanza de vida es de 40 años y el PBI per cápita, de 800 dólares anuales (el 12 por ciento de la media mundial). La irrupción de los talibanes encarnó una ilusión, un soplo renovador para un pueblo signado por la violencia, desde las legendarias conquistas de Alejandro Magno y Gengis Khan. Sólo así se explica su arrollador crecimiento.
Los mujahidines, embrión de los talibanes, contaron desde los años 70 con el estímulo, político y económico de los Estados Unidos, que los armó y financió por medio de sus aliados en la región (Arabia Saudita y Paquistán) para contrarrestar la peligrosa influencia soviética. Barnett Rubbin, un investigador de la Universidad de Yale, afirma que la profunda implicación de Paquistán en el apoyo de los talibanes fue producto de una estrategia de la CIA, a la que el Congreso norteamericano le dio vía libre para intentar desestabilizar a Irán. Pero el monstruo creció y ya no necesita de tutelas para intentar exportar su particular visión del mundo. Han encontrado fuentes seguras de financiamiento en la explotación del opio, base de la heroína que se consume en Europa y los Estados Unidos, así como en la explotación de hidrocarburos.
Rubbin sostiene que el colapso de la Unión Soviética ha provocado un vacío estratégico en Afganistán y que el abandono de los intereses norteamericanos en la zona destruyó la coherencia del mundo bipolar. La cuestión para la comunidad mundial es saber hasta qué punto se permitirá que una nación, virtualmente sin Estado, se hunda fuera del círculo de valores humanitarios comunes a toda la especie. Afganistán -dice Rubbin- es un reproche para toda la comunidad internacional.
Omar, un cruzado del islam
El mullah Mohammed Omar es, aparentemente, el jefe supremo de los talibanes, la milicia de estudiantes coránicos que surgió en la ciudad de Kandahar en 1994 y que en sólo dos años se alzó con el poder en Afganistán.
Su figura, pese a detentar el poder, todavía es una incógnita para Occidente. Nunca se ha dejado fotografiar. Sus partidarios sostienen que nació en la provincia central de Uruzgan, en 1962, pero otros informantes aseguran que es algo mayor (de aproximadamente 42 años).
De adolescente, Omar habría estudiado religión en varias escuelas coránicas fuera de Afganistán y luego, con la invasión soviética de su país, retornó a Kandahar, donde reunió a un pequeño grupo de fieles para impartirles la enseñanza del islam. Una anécdota más próxima a la leyenda que a la realidad señala que decidió combatir con las armas la presencia soviética en su país luego de haber presenciado la violación de una mujer afgana por un soldado del Ejército Rojo. La ofensa dio lugar al bautismo de sangre de Omar, que, con la complicidad de algunos de sus discípulos, asesinó con sus manos al violador, a sus compañeros e, incluso, a la mujer ultrajada, a la que le ahorró una vida de padecimientos.
Resuelto e intransigente, Omar se enroló entre los mujahidines, los combatientes de la guerra santa que financió la Casa Blanca para hacer frente al gobierno de Mohammed Najibullah, títere de los soviéticos. Fanatismo religioso y capacitación militar fueron un instrumento valiosísimo para la estrategia norteamericana en la región, donde los soviéticos terminaron empantanados en una guerra sin salida. Afganistán fue el Vietnam de Moscú.
Aquellos que sostienen haberlo visto aseguran que Omar perdió un ojo en combate. Otros agregan que también sufrió la amputación de una pierna. Quienes se le oponen afirman que Omar acaso sea sólo un instrumento del ISI, la agencia de inteligencia paquistaní, y que ni siquiera es mullah (el clérigo que dirige la plegaria en la mezquita).
Actualmente, Omar encabeza la jerarquía religiosa en su país, luego que un consejo de un millar de mullahs de su corriente lo nombró Amirul-Muminee (jefe supremo entre los musulmanes).
Estudiantes
En Afganistán se habla el pashtu, una variante dialectal del persa que utiliza el alfabeto árabe y algunas de sus voces, fundamentalmente las que proceden del Corán, el libro sagrado de los musulmanes.
El origen del término talibán es producto de la raíz árabe talaba, que significa estudiar, y del sustantivo talib (estudiante). En árabe, el plural de talib es talibán, de manera que sería incorrecto decir, en castellano, talibanes, pero se trata de una licencia impuesta por el uso.
Texto: Ricardo López Dusil
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