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El día de la muerte de Borges me dijo que sí. Era una morocha con la mejor boca del mundo, tenía 24 años y hablaba de Henry Miller con la misma pasión que yo le destinaba a Colombatti. Un día le dije que a mí me parecía mejor Bukowski. Lo único que había leído de Bukowski era un poema que había aparecido en Cerdos & Peces. A Silvina la conocí precisamente en un taller de neoperiodismo que daba Enrique Symns.
Ese junio yo había cumplido 21 años y no sabía qué quería de la vida. El Mundial me resbalaba. Estaba descubriendo el Centro, fumaba Imparciales y tomaba ginebra. Los fines de semana iba a ver a Sumo o a Los Redonditos de Ricota. Estaba mudando de piel: casi no veía a los amigos del barrio y había sepultado el fútbol debajo de la excitación del festín democrático. El psicoanalista me decía que lo del fútbol tenía que ver con el descenso de Racing. Yo no sabía bien para qué iba al psicólogo, tal vez era un gesto esnob. Cuando comenté que era hincha de Racing abrió la boca: "Ahora entiendo todo", dijo con una sonrisa. Racing venía de estar dos años en la B, y ahora el equipo estaba alquilado para representar a un club mendocino.
El día de la muerte de Borges, Silvina me dijo que sí y con esa boca roja me dio un dulce beso. Yo escamoteaba mi costado futbolero. Le daba lata con la influencia de Camus en Killing an Arab de The Cure, y cosas así. Empezaba el Mundial y la selección de Bilardo no enamoraba. El debut contra Corea lo vi como quien cumple un viejo ritual cuyo origen, creo, estaba en el Mundial Juvenil 79. Mi hermano, mi padre y yo en la cocina, frente a la tele, tomando café con leche. Pero ahora… ¿qué se podía esperar de un equipo cuyo 3 era Oscar Garré? Gritamos los tres goles, acaso nos hayamos abrazado, pero no mucho más. Contra Italia me impactó el salto de Maradona definiendo al segundo palo de Galli, pero no llegó a sacudir mi modorra existencial a lo Cure. El 2 a 0 contra Bulgaria fue un trámite. El 14 de junio, Silvina me dio un beso y me dijo que Symns le había tirado onda, pero que yo le gustaba desde que me había visto en el Café de Agosto. Después comentó: "El Viejo murió en Ginebra como quería, ¿viste?". Tardé varios segundos en entender cabalmente la frase. A los dos días fuimos juntos a La Verdulería, un extraño sitio de música y tragos en la esquina de Riobamba y Corrientes. Esa noche me enamoré. La dejé en su casa y lo primero que hice fue preguntarle a un canillita de Puente Saavedra cómo habían salido Argentina y Uruguay. "1 a 0, partido chivo. Ahora nos cruzamos con Inglaterra", me dijo mostrándome la sexta de La Razón. "La revancha de Malvinas", decía el diario.
Sabemos lo que pasó. Apareció Maradona, colosal. El grito que dimos en la cocina de Florida con el segundo gol fue seco, fuerte, y puso loco al gato. Mi padre dijo algo de Sívori. Estábamos observando la consolidación de un héroe, y no lo sabíamos. Peor: estábamos siendo felices y no lo sabíamos. Éramos eternos y la ciudad se abría de piernas con su territorio liberado de bares, plazas llenas, rock, banderas políticas, hippies, punks, ginebra y clericó.
Argentina jugaba con Bélgica la semifinal y Silvina se fue una semana a Reta, con sus padres. El partido lo vi en Beccar, en la casa de mi amigo Néstor. Néstor, hombre del Rojo, celebró los minutos de Bochini en la cancha, cuando Diego le susurró al oído: "Dibuje, Maestro". No prestamos demasiada atención a los dos golazos de Maradona… Todo parecía natural, inevitable, escrito.
Al día siguiente mamá me dijo que había llamado una chica por teléfono. "Me dejó un mensaje para vos. Que vuelve sola el domingo, si la podés buscar en Retiro". Casi caigo de cabeza como Isidoro… El día de la final. No podía tener tanta mala suerte. Amaba a esa chica. La encrucijada exigía una decisión. Me sentí un desagraciado.
Qué mal marcó Alemania. Qué desastre Schumacher… En el bar mis amigos levantaban la voz como marineros sacados. Corrientes era un río celeste y blanco. Me acosté a las seis de la mañana. Al mediodía salí a buscar trabajo. Dejé el taller de Symns, conseguí una nota con Spinetta que publiqué en Cerdos & Peces, entré en Radiolandia 2000, compartí una lisérgica gira con Pimpinela, tiré unos mandobles de box con Alberto Locati y nunca más vi a Silvina. Todavía extraño su boca.
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Julio Olarticoechea
Defensor y volante | 55 años | Integró el plantel de España 82 y jugó en México 86 e Italia 90
"Tenía 15 cuando se jugó el Mundial de 1974 en Alemania y es el primero que viene a mi cabeza. En casa no había televisión pero seguíamos los partidos por radio; me acuerdo que hubo lío con los técnicos argentinos, y que todo el mundo hablaba de la Naranja Mecánica".