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 • HISTORIAS

Hizo ayuno durante 21 días y cuenta cómo esa experiencia la transformó

Natalia Amengual es terapeuta nutricional, que hoy guia grupos de desintoxicación física, mental y espiritual. Hoy nos cuenta cómo fue atravesar un ayuno de 21 días y aprender a vibrar en otra frecuencia.




Tiene una sonrisa serena que no se borra, incluso cuando habla, y transmite una tranquilidad que puede compararse con el verde que la rodea durante la entrevista. Esa es la carta de presentación de Natalia Amengual, una nutricionista especializada en alimentación consciente y, por decirlo de alguna manera, poco convencional, que dicta cursos de formación consciente en alimentación, talleres terapeúticos en los que enseña recetas de cocina para alimentar algo más que al cuerpo y guía a grupos a través de un proceso de desintoxicación, que llamó Detox 21 -tres semanas en las que se realiza una limpieza de los cuerpos físico, mental y emocional- que ayudan a cada uno de los participantes a encontrar a su maestro interno; ese que ayuda a sanar desde el interior.

Hacer el propio camino

Nat se crió en Ituzaingó, con fondo, huerta y gallinero. Ya desde la infancia, su vida estuvo ligada a la cocina, al servicio y la salud. Se acuerda del aroma que salía de la cocina mientras su abuela preparaba recetas alemanas. También de que para su mamá, enfermera y con consultorio en casa, “no había feriados ni Navidades. Siempre recibía gente o la venían a buscar en sulky”.
Eligió estudiar Nutrición en la Universidad de Buenos Aires. En ese momento se alejó de la alimentación más casera y natural, entrando al mundo industrializado, light y 0%. Se recibió con diploma de honor y pudo elegir donde hacer sus prácticas. El destino fue el Hospital Español. Ahí se dio cuenta de qué era lo que NO quería. No había transitado las aulas de la facultad para conocer a los pacientes a través de una historia clínica y preguntarles si comían con o sin sal. “Entré en shock. Sentí que todo era despersonalizado. Y aunque eso tiene su sentido, porque es necesario para atender a tanta gente, yo no estaba cómoda”.
A partir de ahí, inició una búsqueda de su propio camino. Empezó a atender de manera independiente. Su hermana tenía un estudio de yoga y le propuso ponerse ahí un consultorio. Conectada con otros ámbitos, investigó sobre medicina ayurveda, macrobiótica, naturismo, vegetarianismo y medicina aborigen. Con el correr del tiempo se dio cuenta de que había dejado de atender entre cuatro paredes para recibir consultas en las vías del tren, en la feria de Sabe la tierra, en San Fernando, con una balanza pintada como una camioneta hippie de los ‘60. Empezó a notar que el trabajo en grupos era sumamente enriquecedor y que le fascinaba la educación, el transmitir a otros sus saberes. Codo a codo con tanto descubrimiento profesional, fue cambiando su alimentación -y su vida personal, claro-, se volvió naturista, regresó a la cocina en casa y a la huerta.
“Incursioné en medicinas ancestrales y, ahí entendí que cuando hablamos de enfermedad nos olvidamos del cuerpo mental y emocional. El cuerpo es todo mente y emoción. Los intestinos saben que estás triste… ¿cómo no te va a caer mal la comida si estás triste? Lo que fui aprendiendo empecé a serlo, no a hacerlo. Empecé a aplicar otro orden a mi alimentación: las hierbas y plantas que son tan sanadoras, son mi alimento, mi medicina. Empecé realmente a entender a Hipócrates. Ahí creé un sistema que se llama Armonía 60/40, que es el que doy en los cursos de alimentación consciente: tener un 40% de la vida y alimentación que venís teniendo y un 60 por ciento de lo nuevo. Para que sea algo más coherente y transitable. Uno no tiene por qué hacerse vegano si no quiere. Todo lo que me fue pasando lo fui traduciendo a mi trabajo… Aunque dejó de ser mi trabajo. Lo que hago se convirtió en un espejo de mi corazón”, confía Nat que decidió guiar grupos de desintoxicación recién luego de haber hecho varios detox y experimentar un ayuno de 21 días.
¿Cómo transitaste ese ayuno?
Para el pensamiento racional, si no comés te vas a morir. “¿Qué pasa con el hierro? ¿Qué pasa con el calcio?”, todos se preguntan. Pero esto está pensado desde otro paradigma porque nosotros somos abundantes. Y cuando transité el ayuno vi de qué se trata este hambre que sentimos. Cuando decimos “tengo hambre”, tenemos que preguntarnos ¿hambre de qué? Fui encontrando las respuestas porque yo estaba llena de comida. Empecé a transitar el hambre, a permanecer en él y observarlo. Pude correrme del cuerpo del deseo de todo tipo porque fue abstinencia sexual, de televisor, de celular (por partes porque seguía trabajando). Todo se fue tornando más agudo. Sin comer, el cuerpo entra en un estado, primero de desintoxicación fuerte y, una vez que lo pasás, comprendés por qué en todas las religiones está el tema del ayuno: el contacto con el maestro interno es muy fuerte. Yo no soy religiosa pero me salió la oración. Entendí que somos uno y comprendí la abundancia que somos. Eso que creemos que necesitamos tanto para estar vivos, en realidad son miedos. Empecé a necesitar muy poco y eso también fue un gran cambio. “Necesito poco y lo poco que necesito, lo necesito poco”, decía San Francisco y empecé a vibrarlo, y ahí me sentí rica. Me sobraba de todo. Antes tenía siete pares de zapatillas y nunca sabía qué ponerme en los pies. Después me sobraba ropa en los placares.Antes no estaba conforme con mi cuerpo y aprendí a amarlo porque es el que me está llevando en esta experiencia. Si él se va, ¿qué hago yo? A partir de ahí mi alimentación cambió aún más. Ya no pude comer huevo, queso casi nunca -en el cumple de mi suegra quizás me como un sanguchito- y también cambió mi vida.
¿Qué pasó con tus vínculos en ese proceso?
Tenía un contacto muy profundo con la naturaleza, con la gente no estaba conectada porque estaba en otra vibración. Concretamente, conectaba con las hormigas y las abejas. También empecé a conectar con el fuego. Al no estar la caloría del alimento, el cuerpo tiende a bajar la temperatura. Entonces me encendía un fuego natural, que era donde me sentía mejor, me quedaba al lado del fuego y ese era el momento para hablar. En mi familia fue algo muy mágico porque ahí conectamos, se dieron catarsis y salieron cosas que teníamos guardadas. Entendí que la televisión era lo que había reemplazado al fuego. También pude expandir mi conciencia a través de la empatía. Llegué a Dios en el ayuno, perdí ese Yo. ¡Terminó el ayuno y lo recuperé (risas)! El haber llegado a la otra orilla me volvió capaz de poder guiar grupos de desintoxicación. Hoy no podría estar guiando a la gente a un equilibrio, si yo no tuviera el mío. Dicen los maestros que los grupos funcionan por vibración y uno aprende del maestro más por lo que vibra que por lo que dice.
¿Y hoy qué estás vibrando?
Siempre fui pasional pero vibrando en distintas frecuencias. Cuando era más chica, vibraba en necesidad, entonces era apasionadamente necesitada y tenía en abundancia. En la facultad, vibraba mucho estudio, iba por ahí. Siempre fui muy nerd, súper abocada, estaba en el centro de estudiantes, era ayudante de cátedra. Entendí que soy al 100%, no te puedo dar a medias. Hoy estoy vibrando en una frecuencia de haber resuelto conflictos, por lo tanto, hay paz.
La desintoxicación de 21 días que proponés no tiene nada que ver con una dieta. ¿De qué va?
Desintoxicar es llegar a ese punto en donde queremos soltar la mochila. En esa mochila puede haber toxinas físicas, emocionales o mentales. Los 21 días son porque el cerebro cambia de hábito en ese tiempo. Durante el detox necesitás menos, te das cuenta de que ya sos plena y feliz, vas más liviana. Aumentamos de peso por todo el peso que nos cargamos encima de la vida. ¿Cuál es tu peso verdadero? Cuando se corre todo lo que tapa, aparece la verdad, aparece lo que realmente sentimos.

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