NIÑOS, A LA ORQUESTA Todos juntos ahora
La Asociación Camping Musical Bariloche y un programa que abre caminos: práctica orquestal para los chicos con menos recursos
Causa emoción asistir a una reunión musical a cargo de los niños de las zonas altas de la ciudad de Bariloche. No se trata de un concierto, sino de una clase habitual en la que alrededor de 60 chicos se alternan para tocar instrumentos de cuerdas, violines, violas, violonchelos y contrabajos. Prolijamente vestido, según las modestas posibilidades de la economía familiar, cada uno de los chicos se prepara por la madrugada para poder llegar a la hora indicada. La mayoría deberá transitar por caminos de tierra, luego tomar algún colectivo. Son muy pocos los que pueden ser acompañados por sus padres, en razón de sus trabajos, también ubicados en lugares distantes.
Sin embargo, ya se ha creado una mística. Los niños deben ir para hacer música y escuchar hablar de grandes compositores, cuidados por los propios profesores y los encargados de la Escuela Municipal de Arte La Llave, sitio estratégico elegido por su ubicación en el entrecruce de caminos provenientes de barriadas habitadas por familias necesitadas, con cierto grado de riesgo social. En todos los casos, los padres permiten que sus niños participen de algo tan especial y cuando se les pide asistir a la escuela, quedan prendados de las actividades y se manifiestan deseosos de participar ellos mismos de un modo activo.
Son las 9. Los profesores Kyoko Kurokawa y Diego Díaz ya han preparado el salón más grande. También acondicionan los pequeños camarines individuales, construidos con delgados tabiques de madera. Han puesto en su lugar los atriles, las partituras y las luces, la mayoría de ellos, veladores o portalámparas algo precarios. Pero se advierte limpieza y una aceptable organización de la que también participan los docentes Hernán Maisa, Luis Salva y María Press.
Cuando los chicos llegan, toman sus instrumentos y comienzan a tocar. Emociona ver a una pequeña de candorosas trenzas y moñitos rosas tocar una viola que casi es más grande que ella. Pero sus gestos son serios y concentrados: se toma unos minutos para lograr la afinación perfecta.
Un adolescente de 15 años ejecuta algunos pasajes en un violonchelo de madera rojiza. El movimiento de su brazo denota una correcta técnica de arco. Su mano izquierda se esfuerza por no olvidar el vibrato de la mano sobre cada dedo. El sonido resulta amplio y redondo. Más allá, una niña de vivos ojos celestes juguetea con un trino prolongado y se sonríe, porque a su violín le falta una cuerda. Es que la mayoría de los instrumentos fue obtenida por donaciones y no hay dinero para el mantenimiento. De pronto la profesora Kyoko golpea con la delicadeza y la sonrisa simpática de una descendiente oriental un atril ubicado en el medio de la sala. Se hace un silencio y como por arte de magia los alumnos se ubican según sus instrumentos. Un cierto suspenso precede al primer acorde. Todos se mirar con caras y gestos elocuentes. Han tocado notas equivocadas. Muchos no tuvieron tiempo de afinar. Fue un sonido sumamente desagradable. Los chicos ríen espontáneamente. Los maestros dejan paso a una notable capacidad pedagógica. Ellos también participan de la carcajada general. Pero de inmediato aparece el gesto de repetir, y la explicación dulce y cariñosa de Kyoko: "Primero deben escuchar el la, luego afinamos todos a la vez y después debemos comenzar cuando les doy la orden... Ya saben, deben ver mi mano y contar mentalmente las negras. Hacemos cuatro antes de la primera nota... y si estamos todos atentos se escuchará el acorde perfecto. Luego seguimos leyendo como la semana última. Veamos... Mejor dicho ¡escuchemos!"
No se puede evitar la piel de gallina. Los niños logran un acorde hermoso, luego avanzan milagrosamente y hacen música. Cuando concluyen estalla el aplauso de otros niños que esperar su turno, porque los instrumentos no alcanzan para todos. Entonces se observan rostros felices, atrapados por un mundo de sonidos. También se advierte la amistad que existe entre ellos.
LLos niños reciben la enseñanza en forma individual, en el mismo lugar donde luego tendrán las clases prácticas de conjunto, con una dedicación de 9 horas semanales. Se pone en práctica una total libertad y respeto por los gustos del alumno, que jamás es forzado a hacer algo que no le agrade. Los instrumentos de la orquesta fueron donados por la Unesco. Pero, por su número, deben ser compartidos entre los alumnos, lo que fomenta la solidaridad. Dada su fragilidad y la imposibilidad de conseguir más, hay que tomar recaudos especiales en su cuidado, limpieza, guardado y custodia, razón por la que se ha inculcado una fina socialización del grupo, que potencia todo lo que se logra en el trabajo individual.
Cuando se puso en marcha el proyecto de la orquesta juvenil, se anotaron 146 chicos, muchos provenientes de escuelas de la zona donde se envió un aviso, pero las clases comenzaron con 38 porque se hizo una selección, necesaria por falta de espacio para todos. Seis meses más tarde, cuando se dio la primera audición pública de la orquesta, con la presencia del notable director Pedro Ignacio Calderón, que se mostró sorprendido, se propagó la existencia del proyecto.
Durante 1998 se continuó la experiencia incorporando un nuevo grupo de chicos. La convocatoria superó a la de 1997, ya que hubo 180 inscriptos. Lamentablemente sólo pudieron agregarse 20 alumnos más a los 38. Esto viene a demostrar que el espacio resulta reducido y que es necesario contar con mayor cantidad de instrumentos.
Los alumnos estudian al mismo tiempo, tanto en forma grupal como individualmente. De esa manera se crea una cita con la música y sus amigos. Nadie quiere estar ausente. Se desarrolla una clase semanal del instrumento elegido y se arman pequeños grupos de 3 y 6 integrantes, con dos horas de duración; una clase semanal de práctica de conjunto orquestal, conformada por 10 a 20 integrantes, también de dos horas, y una hora más rigurosa de práctica individual con el instrumento, utilizando los pequeños gabinetes construidos para tal fin en torno de la sala mayor.
Estas son las bondades de un proyecto llevado adelante gracias al empuje de la Asociación Camping Musical Bariloche, que preside Juan Christian Rautenstrauch, que nació de un convenio con la Secretaría de Cultura de la Nación, con el apoyo de la Municipalidad de San Carlos de Bariloche.
Las actividades se iniciaron dentro del marco del Programa Nacional de Orquestas Juveniles, en octubre de 1996, con el objetivo de brindar a niños y adolescentes en situación de riesgo una alternativa a la marginalidad y la posibilidad de acceder a la actividad musical tendiente a formar una orquesta sSinfónica juvenil local.
La Secretaría de Cultura, por medio de la ex Dirección Nacional de Música y Danzas, se propuso impulsar en todo el país un programa de creación de orquestas infanto-juveniles. Hoy se puede palpar la efectividad del sistema al escuchar a los niños, así como su eficacia para mejorar el nivel de vida de la comunidad. Sin embargo, en estos momentos y sin motivos justificables, se han cancelado los contratos para esas asistencias técnicas, provocando una situación de zozobra, porque ahora todo el esfuerzo parece quedar librado a su suerte, sin el apoyo comprometido y únicamente sostenido por la buena voluntad de quienes trabajan sin retribución y de la Asociación Camping Musical Bariloche.
Antes, se realizaron varios intentos de distinta naturaleza. Uno de ellos se centralizó en Bariloche y las reuniones se efectuaron en el campus de Llao-Llao que posee el Camping Musical Bariloche, entidad fundada por la pianista y promotora musical Linda Rautenstrauch y su esposo, Max, que en 1950 lograron poner en movimiento un lugar maravilloso para la música y su enseñanza. El hijo, el ingeniero Juan Cristóbal Rautenstrauch, impone el mismo rigor en la selección de los alumnos que sus padres y, como los cursos tienen muchos aspirantes, todos los candidatos son seleccionados por jurados por él designados oportunamente por él.
En estos días se encuentra avanzado el estudio para poner en marcha una audición radial producida por el Camping Musical Bariloche, para contar con un medio eficaz para formar nuevos públicos melómanos en las zonas de influencia. "Para poder concretar el proyecto radial será necesario contar con un apoyo económico de la comunidad -explica Rautenstrauch-, porque para nosotros es un gran esfuerzo mantener las instalaciones del camping y la propia sede en la ciudad, donde durante el año se dictan clases de todas las especialidades musicales."
-¿El proyecto de las orquestas juveniles se pensó para otros puntos del país?
-Efectivamente, no es un tema exclusivo de Bariloche. También funcionó en Chascomús, donde el 10 de octubre se llevó a cabo un concierto. Allí ya se han reunido 53 alumnos, seleccionados entre más de 300, y se ha formado una agrupación muy buena.
-¿Hubo apoyo privado?
-En ese caso se contó con Covisur, la empresa concesionaria de la ruta, que donó el monto de dinero necesario para la compra de los instrumentos en cantidad suficiente. Fue un ejemplo digno de elogio y para ser imitado por otras empresas.
-Pero para el éxito total de esta obra se debería contar con apoyo oficial.
-Así es. El Estado tiene una obligación y en este caso concreto más, porque la idea nació desde la propia Secretaría de Cultura, por eso no se comprende cómo se puede suspender en forma tajante el envío de asistencia técnica de alto nivel. Sin ese apoyo no hay posibilidad de alcanzar calidad y todo se derrumba.
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