"No se asusten, chicos"
Hablé con varios amigos antes de escribir esta nota. Algunos están un poco enojados. Sienten que por ser varones terminaron en la misma bolsa que los acosadores y les parece injusto. También dicen que están desorientados. Tienen miedo de que el levante tal como lo conocían se haya terminado.
No creo que sea así. No se asusten, chicos. Durante muchos años, las que tuvimos miedo fuimos nosotras. En la calle, en el trabajo, en nuestras casas. Naturalizamos muchas cosas, nos bancamos en silencio otras, nos mandaron a callar unas cuantas más.
No se asusten, o si quieren vengan y asústense por un rato al lado nuestro: las historias que ahora escuchamos a diario en la catarsis urgente post-#MeToo para las mujeres no son nuevas, ni increíbles, ni lejanas. Dan miedo, sí, pero tenemos que perderlo para cambiar las reglas. Hay cosas que no tienen que pasar más; nosotras ya las contamos, las estamos contando. Y ahora que ustedes las saben, los necesitamos de nuestro lado: que los que tengan miedo sean los acosadores.
Esa inversión de carga es el gran logro del #MeToo. Pasar en limpio las conductas fuera de lugar que toleramos tanto tiempo, decirlas en voz alta, no hará que se terminen, pero al menos puede evitar que sean sistemáticas.
Son días en que algunos de esos comportamientos aparecen por momentos demasiado cerca: en la escala de la condena social, no hay tanta distancia entre el abusador y el que dice una barbaridad por la calle.
Claro que no es lo mismo mirar demasiado que acosar, ni insistir más de la cuenta que violar. Pero hay una línea que une ese machismo con el que en última instancia mata: considerar que las mujeres somos algo con lo que se puede hacer eso, algo a lo que se le puede decir lo que no pidió que le dijeran, algo a lo que se puede tocar aunque no quiera, algo a lo que no se escucha cuando dice que no.
Alzar la voz
Al final, en buena medida esta revolución se trata de eso: de alzar la voz y de escucharnos. Y tenemos que poder hablar con franqueza, mujeres y varones, sin miedo a los juicios puritanos y exprés de los tribunales de la opinión pública.
El caso del comediante Aziz Ansari, en los Estados Unidos -¿fue acoso o solo una cita que salió muy mal?- o el reclamo tal vez inoportuno de las francesas por su "derecho a importunar" -¿qué alcance tiene para cada quien ese derecho?- abren dudas razonables sobre ambigüedades que no permiten responder con verdades morales absolutas.
Pero, con lo del levante, en serio, no se asusten, chicos. Hay un abismo entre el coqueteo y el acoso. No es tan difícil distinguir la diferencia.
Hace poco leí un posteo de Facebook que la explicaba perfecto: "El buen flirteo requiere empatía, prestarle atención al que te gusta, un ida y vuelta". Al acosador no le preocupa lo que hay del otro lado ni su deseo, lo quiere y lo toma, qué importa si no hay consentimiento. Enamorarse siempre fue otra cosa. Y eso sí que no tiene por qué cambiar.
La autora es periodista y miembro de #NiUnaMenos