Cada mañana, Sandra despertaba con una innegable angustia instalada en su corazón, una roca atascada que intentaba ignorar a medida que la cotidianidad del día ocupaba su mente y la distraía de la realidad: se sentía adormecida en la vida yno estaba enamorada.
Hacía dieciséis años que se encontraba en una relación con el padre de su hija, Sofía, un vínculo que no era malo, ni bueno; no la hacía infeliz, ni feliz, y esa misma nada la había arrastrado a la creencia de que todo seguiría igual. A sus 32 años, se había hundido en la resignación.
"Me dije: bueno, esta se ve que es mi vida", rememora Sandra. "Pero uno no puede dejar de ser quien es, y yo siempre me sentí de espíritu aventurero, aunque en el día a día lo tuviera dormido ante el mundo. A escondidas, en mi mente y en mi corazón, le pedía al cielo que algo pasara, que le diera un giro a mi vida".
Sin embargo, los meses transcurrían similares y nada acontecía. Sandra comenzó a enojarse consigo misma, le molestaba quejarse y se sentía culpable, porque sabía que era afortunada al tener lo que ya tenía: una hija sana, un hombre bueno que la amaba y una casa propia en un barrio residencial. ¿Acaso tenía derecho a sentir pesar en su alma y desear otra realidad?
Salsa para un cambio
Pero su angustia crecía, imparable, ante la imagen de su futuro incierto en un destino digitado; no podía más, para Sandra había llegado el momento de tomar decisiones, algo debía cambiar: "Fue así que una noche me propuse retomar las clases de salsa que siempre había disfrutado, pero que tenía abandonadas. Lo hice con el único propósito de sentirme un poco más viva".
Ahí lo conoció. Cuando lo vio ingresar al salón algo en él la atrajo de inmediato. Se llamaba Sebastián, vestía una camperita deportiva, iba con las manos en sus bolsillos y no era más lindo que nadie, era un chico común. "Pero entre tantas siluetas, él tenía luz propia y la pude distinguir".
En un comienzo, Sandra puede jurar que no lo observó con ojos intencionados, en ningún momento pensó que entre ellos podría surgir otra cosa más que una buena camaradería. Sin embargo, ese clic extraño que resuena inevitable en ciertos momentos de nuestras vidas, ya había sucedido, provocando nuevas emociones en ella. Se hicieron amigos e, incluso, Sandra lo invitó a su casa a conocer a su familia: "Sumida en esa resignación que se había apoderado de mí hacía años, jamás se me hubiera ocurrido cambiar la vida que llevaba por nadie. Para mí era un buen amigo, hablábamos el mismo idioma y sentía que a él le podía contar cualquier cosa".
Sin escape
Pero un día, como en tantas otras ocasiones, Sebastián llegó a la clase de salsa, ella posó su mirada en la de él, y el flechazo fue inesquivable: "Tuve que admitir que me había enamorado profundamente. El amor no obedece reglas, no tenía escape".
Con su revelación, el miedo y el coraje pujaron en su interior, pero pronto Sandra descubrió el poder de estar enamorada y sentir que por fin había despertado a la vida. La carta de la valentía se develó poderosa y, a las dos semanas, le confesó a Sebastián lo que sentía: "Y él me correspondió. También se había enamorado", sonríe Sandra. "Pero me aclaró que no quería ningún tipo de juego, que él estaba buscando a la futura madre de sus hijos, y que no sabía si yo podía ser esa mujer, dada mi situación. También me dijo que bajo ningún concepto íbamos a ser amantes, que debía arreglar las cosas en mi casa hasta poder volver a verlo".
Animarse a más
Y así lo hizo. Sandra se armó de un valor que ni sabía que tenía, venciendo las culpas, enfrentando a los jueces, siempre convencida de que su sentir era verdadero, que la vida es una sola, que, aunque aún no lo vieran, ella le hacía un bien a los afectados: no es justo que nadie viva toda una existencia con alguien inconforme, con una mujer que se sentía muerta en vida. Su ex se merecía toda la felicidad y no una a medias, y su hija, merecía recibir el ejemplo de que no hay que fingir y que siempre hay que luchar por aquello que de verdad trae dicha.
"La tormenta fue muy fuerte, hubo momentos muy tristes, pero más momentos hermosos", continúa Sandra. "Hace más de cinco años que estamos juntos. Primero vivimos en un monoambiente y viajamos mucho en una Chevy modelo 70; ahora tenemos un chalet hermoso y emprendemos las travesías con un cero kilómetro, aunque la Chevy la conservamos. Mi hija lo ama y él ama a mi hija, y estoy agradecida al universo por haberme escuchado, por darme más de lo que pedí, por permitirme transitar estos tiempos de felicidad", concluye con una gran sonrisa.
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