Nuevas viejas criollas
En el mundo del vino, y entre los consumidores formados, no es raro que emerjan hoy variedades de uvas con resonancias exóticas y fascinantes: ahí están quienes buscan en Armenia la esquiva arení o quienes elaboran uvas olvidadas como baboso negro, airén o albilla mayor, en España.
Esas uvas que hoy ganan fama fueron el resultado de un cruce fortuito entre otras que se polinizaron y reprodujeron por semilla. Luego alguien decidió multiplicarlas porque le gustó el sabor o su prestancia. Y así, en algunos países, el patrimonio vitícola tiene acervo propio. ¿Y la Argentina?
Como pasa con casi todas las cosas de la vida, para descubrir hay que saber dónde buscar. Eso es lo que se propusieron en 2008 un grupo de investigadores del INTA cuando relevaron la colección ampelográfica del instituto en busca de variedades no descriptas. Al frente de esa investigación está el ingeniero Jorge Prieto. En el otro extremo de la historia, tres pioneros de la institución: los ingenieros González, Vega y Alcalde, quienes, entre 1949 y 1972, recorrieron el país buscando uvas que fueran completas desconocidas.
Recogiendo ese guante medio siglo después, Prieto y equipo echaron mano del ADN para saber qué eran en realidad. ¿El resultado? Lo publicaron bajo el título "Identidad y parentesco de las uvas sudamericanas presentes en la Argentina": al menos 18 uvas resultaron nativas del país y, como el torrontés, nacieron del cruzamiento de variedades europeas entre sí, pero también entre europeas y criollas, y entre estas últimas.
Reconstruyendo ese árbol genealógico descubrieron que la criolla Nº 1 era mezcla de malbec y criolla grande, con potencial para tintos; que la moscatel rosada era un presumible cruce de la criolla Nº 1 con moscatel de Alejandría, buena para blancos; y que de listán prieto y moscatel de Alejandría hay toda una familia derivada entre las que se cuentan Pedro Giménez, moscatel amarillo y criolla Nº 6.
En mayo último, dos de esos vinos de laboratorio recibieron medallas en el concurso Vinandino. Y ahora, quién sabe: quizás en las góndolas del futuro estemos buscando uvas criollas como nativas rarezas para especialistas.