Acostumbrada a la vida nómade, cerró una etapa en la Argentina y abrió las alas. Italia e Inglaterra también fueron parte de un recorrido lleno de aprendizajes.
Fue quizás su infancia nómade la que marcó el camino que iba a seguir. Acostumbrada e embalar sus pertenencias cada tres o cuatro años para mudarse a otra ciudad, Antonella (32) creció en un ambiente familiar donde el movimiento era la constante que regía su vida. Siempre había un mundo enorme por explorar, costumbres que conocer, palabras típicas que aprender y, también, una necesidad por controlar la incertidumbre permanente que la llevaba una y otra vez a preguntarse “¿hasta cuándo voy a vivir aquí?”.
“Si pasaban más de tres años ya me empezaba a impacientar. ¿Dónde sería el próximo destino?, me preguntaba ansiosa. Algunas veces quise irme más rápido de lo que sucedió en la realidad, pero con el tiempo entendí mejor esos procesos. Finalmente, ya de adulta y luego de estar más de diez años en la gran jungla -pues el último destino fue la Ciudad de Buenos Aires- y de sentirme agobiada por la urbe, mi búsqueda más profunda empezó con los comentarios de amigas en común sobre algo llamado work and travel o work and holidays”.
Surfear el momento
Corría 2011 y, en ese momento, todavía no era una práctica corriente que los jóvenes acostumbraran a anotarse en estos programas, como sucede ahora. Desde luego existían excepciones. Y fue en ese contexto que la idea comenzó a tomar cada vez más forma en los pensamientos de Antonella. “Países impensados no solo por su lejanía, sino por su lengua y lo que me costaría económicamente llegar allí comenzaron a aparecer en una lista imaginaria. Entre ellos estuvieron Irlanda, Nueva Zelanda, Australia y, el más común y tal vez el menos accesible por mi edad, los Estados Unidos”.
Pero había un asunto pendiente que la frenaba. No se trataba de un capricho, ni una imposición de sus padres. Quería terminar su carrera de odontóloga. Realmente disfrutaba lo que estaba aprendiendo y estudiando. “Pero también era cierto que me corría la edad, porque aparentemente en este mundo, tener más de 30 ya te corta las alas en varios programas de intercambio y no me podía dar ese lujo si quería ir tras mi sueño”.
Finalmente, tras cuatro años de fracasos en aplicar para viajar a Nueva Zelanda, surgió la posibilidad de viajar a Australia. “Lo único que sabía de ese país es que era una isla con surfers, canguros y koalas; que Thor vivía ahí y que era el reino de los animales raros, pues me pasaba horas enteras pegadas a la pantalla viendo al famoso Steven Irvin que promocionaba el destino como el paraíso en la tierra (¡y qué acertado estaba!)”.
Y así fue que, sin demasiado preámbulo, Antonella dejó guardado en un armario su título de odontóloga, objetos y afectos y no miró hacia atrás. Se tomó un avión y con sus ganas viajó a lo que le habían mostrado como el paraíso. ¿Miedos? Había, desde luego, pero no aparecieron hasta que se chocó con el aire caliente y el inglés intenso de los aussies. “Llegar allí fue mágico y no lo puedo describir de otra forma porque, desde el momento uno que me dieron la bienvenida, es como siempre me sentí en esa tierra. Fui con la idea de trabajar de lo que fuera, de que podía defenderme con el inglés que sabía y que me iba a encontrar con gente fría y distante. Pero como dice el refrán: viajar es darse cuenta de que nada de lo que pensás es. Viajar es la posibilidad de reinventarse y ser vos misma en otras versiones, el cambio es una constante y lo que pensaste ayer, hoy ya es otra cosa”.
Abierta una vez más a explorar el mundo, Antonella terminó trabajando de asistente dental con su inglés rudimentario y sin vocabulario. Hizo amigos con los que todavía se mantiene en contacto y logró alcanzar un nivel de inglés que la sigue sorprendiendo hasta la actualidad. Pero, a pesar de conseguir ese trabajo también probó muchos más: lavaplatos, como personal de limpieza, niñera, cajera, panadera, pizzera, camarera, barista, recepcionista y hasta incursionó en el mundo de la mecánica dental. “Y a esto me refiero cuando hablo de reinvertarse, en todos me divertí, di lo mejor de mi y aprendí a empatizar el triple y valorar cada puesto de trabajo. Australia fue un sueño que viví por casi cuatro años y tuve la suerte de poder recorrer de punta a punta. Pero llegó el día en que tuve que despertar”.
Italia y un abrir de ojos
Las posibilidades de quedarse allí no eran factibles, de modo que buscó una opción diferente. Atraída por la ciudadanía, se mudó a Italia y allí vivió por un año y un poco más. Quizás le tocó el peor momento para hacer la experiencia ya que a los cuatro meses de su llegada se declaró la pandemia mundial por el Covid-19 y sus planes se vieron modificados.
“Pero como saco lo bueno de cada caso, me quedo con los sabores intensos de Italia: los amigos, la escuela donde estudié italiano, la gente que contacté y el descubrir realidades profundas que nos parecen lejanas. Allí dediqué mi tiempo para hacer un voluntariado que no solo me marcó, sino que me hizo corroborar que, cuando queremos, todos juntos podemos cambiar un poco una realidad dolorosa”.
Pasado el impacto inicial, Antonella logró trasladarse a Inglaterra, Plymouth, donde se topó con una costa suroeste con poca publicidad y gran atractivo. Allí realiza el trabajo de support worker (tiene contacto permanente con personas en estado de vulnerabilidad). Además, Antonella se dedica a ayudar a quienes quieren emigrar y no tienen las herramientas o los conocimientos para lanzarse a la aventura. Desde su cuenta en Instagram (anto_trips_), y con una interesante cuota de humor, ofrece tips, descuentos e información para vestirse, comer y viajar de la forma más económica posible.
Confiesa que como argentina perdió la costumbre de tomar mate porque ahora es una ciudadana del mundo. “Sigo abierta a lo que me regale el lugar donde viajo. Cuando uno viaja de alguna forma, tarde o temprano, llegan preguntas que son inevitables y predecibles. Pero hay algo que compartimos los viajeros. Somos de todas partes. Nuestra profesión es aquella a la que nos animemos. Nuestra familia son las personas que nos cruzamos. Y a pesar de que viajamos sin compañía, nunca, pero nunca, estamos solos”.
Compartí tu experiencia
Si viviste alguna experiencia que mejoró tu bienestar y calidad de vida (puede ser médica, alimenticia, deportiva, un viaje, sentimental, profesional o de otra índole), y querés compartirla en esta columna, escribí a bienestarlanacion@gmail.com