Paladar infantil: ¿cómo incorporar nuevos sabores?
Cuando somos chicos todo está bajo control, bajo el ojo familiar: lo que comemos, cuándo, dónde y con quién. Luego, a medida que vamos creciendo, somos expuestos a cosas nuevas todo el tiempo. Claro que a veces olvidamos que probar algo desconocido es un ejercicio que se aprende. Y se enseña. Es una experiencia de varios sentidos: gusto, tacto y olfato. El sabor se trata de un conjunto y está directamente conectado con el placer. Lo que viene programado en nosotros es el agrado por lo dulce y un rechazo en primera instancia por lo amargo. Pero es por supervivencia: lo dulce y calórico me agrada para sobrevivir, y lo amargo me alerta para no intoxicarme. A partir de ahí, el resto se aprende. Se observa y se aprende.
En vísperas del Día del Niño, y teniendo en cuenta el contexto único en el que se encuentran ellos, quiero recordar que nosotros somos quienes marcamos el camino de su paladar. De nosotros aprenderán, copiarán y transmitirán su gusto por los sabores nuevos y desconocidos, o los rechazarán sin siquiera dudarlo. Lo más importante que les podemos enseñar es que sepan que lo nuevo es bueno. Que la novedad sea bienvenida. El cambio es sorpresa. Y las sorpresas nos gustan.
Para eso, la clave es que variemos su menú lo máximo posible. Y claro, llegamos así al tema de el menor esfuerzo. Lo dejo clarito desde ahora: un niño NO puede comer fideos con crema 3 veces por semana o más. No está bien. NO puede comer pollo frito 3 veces por semana. Es más: lo ideal es que no coma nada repetido tres veces por semana.
No te quedes en lo que ya sabés que le gusta. Ampliá el menú y no desistas en el intento. La comida, los vegetales, las especias, las hierbas... Las preparaciones son parte del mundo que es nuestra responsabilidad que conozcan. Queremos brindarles a los chicos herramientas para que elijan bien en la vida: comer sano y variado es una de las mejores elecciones que pueden hacer.
La neofobia (el miedo a probar algo nuevo) es en principio un mecanismo de defensa, un instinto de protección, es algo natural. No es caprichoso ni irracional. Entonces la manera de cambiar la neofobia es dándoles seguridad.
¿Qué herramientas sirven? Saber que para que algo te guste no alcanza con probarlo ni una, ni dos ni tres veces. En adultos es entre 9 y 14 veces y en algunos niños hasta 30… Entonces no digas "No le gusta" sino "Todavía no le gusta, seguiremos probando".
Como muchas cosas, hacemos lo que vimos hacer: si los padres no comen nada o rechazan los nuevo, los hijos harán lo mismo.
También hay que estar atentos a las "ventanas" que se abren, periodos durante los cuales los niños aceptan más cosas, y quizás algo funciona como llave para otros ingredientes.
A medida que nuestros hijos van creciendo, los terceros empiezan a tener más influencia –amigos, familiares, cumpleaños, docentes, abuelos y tíos–. A veces pueden funcionar como modelos positivos para comer más variado y tener otros a quien imitar, pero también puede ocurrir lo contrario.
Hay un cruce raro de valores con respecto al menú infantil familiar. Ya el mero concepto de menú infantil, es raro. Más cuando termina siendo siempre lo mismo. El objetivo es que coman cualquier cosa, que coman lo mismo que todos.
Cuando era chica escuchaba: "Nosotros comamos xxx y a los chicos les calentamos unas salchichas y listo", "Lo arreglamos con unos fideos" , "Estoy con los chicos así que paso por un AutoM…" Es contradictorio solucionar el apuro yendo a lo simple y luchar contra gigantes al otro día.
Otra salida muy usada es "Lo que pasa es que me lo piden, les encanta." Ojo: si lo piden, es por que se los dieron en primer lugar. Uno no desea lo que no conoce. Hay tanto para probar que suma, ¡evitemos lo que resta! ¿Por qué un niño de 4 años pide un combo infantil? Por que alguien se lo dio. La idea es que los recuerdos relacionados a ciertas comidas sean los que queremos. Si la comida familiar es comida chatarra, cuando esa persona extrañe va a recurrir a eso. Si cada vez que un chico llora le damos algo dulce, cuando se deprima va a comer dulce. Mejor relacionemos lo dulce a la unión, la fiesta y la alegría. La comida casera y buena, asociémosla con la familia. Funcionó por siglos y siglos, no estamos inventando nada. El desvío lo tomamos hace relativamente poco, y claramente no nos llevó a un buen lugar.
Que la rutina de la alimentación no sea únicamente sentarse a la mesa. La cocina y el paseo de compras también son momentos para compartir. Pensemos en otros lugares cotidianos que nuestros hijos disfrutarán también, como la verdulería, la carnicería, la pescadería o la panadería… Yo, por ejemplo, tengo el claro el recuerdo de ir con mi abuela al mercado, y que justo a la altura de mi cara, a los 7 años, quedaba el mostrador del carnicero con sus lenguas bicolor. Toda una aventura.
De paso, como los chicos siempre "quieren" o se encaprichan con algo donde sea que vayamos, la verdulería no va a ser la excepción: puede que quieran probar alguna uva o que tengamos que volver y lavar unos rabanitos.
Aprovechá la altura de los lugares para hacerlos interactivos: dejalos que toquen un poco y fijate qué les despierta curiosidad. De esa forma también estás educándolos como futuros consumidores. Enseñales que no todo se compra en el súper, aunque también los llevemos ahí (algo que algunos toman como un plan y que yo claramente no recomiendo), no olvidemos que hay otro trato en los negocios del barrio. Lo importante es que viéndonos, compartiendo esos momentos, ellos aprenden y repiten.