Pasar el equipaje
A propósito de las criaturas jóvenes y tiernas, Platón señala en La República que "es la época en que se dejan moldear más fácilmente y admiten cualquier impresión que se quiera grabar en ellas". Se pregunta: "¿Hemos de permitir, pues, tan ligeramente que los niños escuchen cualquier historia, forjada por el primero que se acerque a ellos y que den cabida en su espíritu a ideas generalmente opuestas a las que creemos necesario que tengan inculcadas al llegar a mayores?".
Desde hace 2500 años, el interrogante que plantea Platón sigue ocupando un lugar central en la educación. Muchos de los problemas que hoy enfrentamos surgen, precisamente, por la desorientación o el desinterés acerca de las ideas que deberían poseer los jóvenes cuando lleguen a mayores. Por eso, como bien lo dice Platón –mucho antes de la aparición de los medios de comunicación que hoy homogeneizan el planeta bajo la apariencia de la diversidad–, simplemente nos limitamos a permitir que los jóvenes escuchen todas las historias que a cualquiera se le ocurra construirles. Parecería que hemos aceptado que carecemos de un cuerpo de conocimientos más valiosos para transmitirles, de valores más deseables para guiar sus vidas adultas. Asumimos la actitud cómoda y demagógica de aceptar que todos los mensajes, por el solo hecho de ser emitidos, son igualmente válidos. Esto nos libera de la responsabilidad de interrogarnos acerca del núcleo de las ideas que los jóvenes deben llegar a poseer cuando crezcan. Aunque nos resistamos a creerlo, joven no se es para siempre.
Esta cuestión está en el fondo de los debates en torno a la educación que se sostienen hoy en todo el mundo. Una reciente obra teatral de Alan Bennett, The History Boys, analiza con agudeza estos problemas mediante la contraposición de la figura de profesores que representan modos diferentes de encarar su misión. Héctor, un humanista inglés tradicional, y figura central de la obra, que insiste en enseñar poemas, recibe la protesta de un alumno que dice no siempre comprender la poesía. Héctor le responde: "¿No siempre la comprendes? Yo nunca lo hago. Pero apréndela ahora, sábela ahora y la comprenderás cuando te sea necesaria". El alumno insiste: "La mayor parte de aquello a lo que se refiere la poesía todavía no nos ha ocurrido a nosotros". "Pero lo hará. Lo hará. Y entonces –responde Héctor– tendrás preparado el antídoto. Tristeza. Felicidad. Incluso cuando estés a punto de morir. Aquí estamos preparando vuestro lecho de muerte, muchachos." En realidad, preparando el equipaje para encarar el viaje de toda una vida.
La adquisición de ese equipaje vital, que es la esencia de la educación, está en crisis porque padres y maestros no nos esforzamos en seleccionar lo valioso ni los jóvenes en apropiarse de él. Deberíamos seguir el consejo de Héctor cuando dice a sus discípulos, cerrando la obra: "Pasen el equipaje. A veces, eso es lo único que se puede hacer. Tómenlo en sus manos, siéntanlo y pásenlo a otros. No para mí, no para ustedes, pero para alguien, en algún lugar, algún día. Pásenlo, muchachos. Ese es el juego que yo quise que aprendieran. Pásenlo".
Nada menos que el juego de educar: recibir de otros el equipaje, en lo posible acrecentarlo y pasarlo casi a ciegas, ignorando si las semillas dispersadas germinarán, pero con la secreta esperanza de que lo hagan. Dejando a los jóvenes, como también dice Héctor –citando a la poeta inglesa Frances Cornford, nieta de Charles Darwin– "magníficamente poco preparados para la prolongada pequeñez de la vida".
revista@lanacion.com.ar
* El autor es educador y ensayista
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