- - ¿Estás en Philadelphia?
- - ¿Quién habla?
- - Ariel, de la secundaria.
- - Sí, llegué hace un rato y un estúpido me acaba de sacar mi lugar de estacionamiento.
- - (Risas, muchas risas). Ese estúpido fui yo.
Se habían conocido en febrero de 2002, tenían tan solo 15 años. Ariel, recién llegado de la Argentina, tenía cara de pocos amigos cuando esa tarde en la escuela después de la clase de educación física, Julienna se acercó y se presentó. Fue formal y seria, al estilo americano, pero a los ojos de él ese simple gesto resultó de lo más agradable. Hacía poco sus padres habían decidido que Philadelphia iba a ser el lugar donde pasarían los próximos años. La situación económica y social en la Argentina no era el contexto que la familia había imaginado para que sus hijos crecieran. Por eso, con una beca universitaria en cáncer ocular, cuando la oportunidad de instalarse y trabajar en Estados Unidos se presentó, simplemente dijeron que sí.
"Julienna era seria. Su prioridad era el estudio pero me recibió de una forma muy cordial porque se dio cuenta que yo era el chico nuevo. El asunto es que yo había confundido la buena predisposición por otra cosa". La vida escolar continuó sin demasiados altibajos. Poco a poco, Ariel fue ampliando su grupo de amigos y dominando el idioma con mayor fluidez, algo que al comienzo le había costado.
Al finalizar la secundaria, sus caminos se distanciaron. Pero, en 2005, el destino los volvió a cruzar y Ariel la invitó a salir. La respuesta fue un no rotundo. Julienna estaba de novia y no quería problemas. Por ese entonces, además, ella se había mudado a Boston y comenzado una vida en esa ciudad mientras estudiaba la carrera de psicología.
Hacia 2007, una noche de invierno, Julienna tuvo que regresar a Philadelphia. Su padre estaba enfermo y necesitaba ocuparse de algunos asuntos familiares. "Ese día yo manejaba mi auto. Estaba con unos amigos. Nevaba fuerte y yo tenía los vidrios polarizados. Estaba buscando lugar para estacionar. Vi uno del lado derecho y no me importó que estuviera el semáforo en rojo. Crucé igual y estacioné. Había un auto esperando por ese lugar. Alguien me insultó, gritó y maldijo. Pero no me importó. Y con mis amigos festejamos".
Fue cuestión de segundos para que Ariel reconociera la voz de quien lo había insultado. ¡Era Julienna! Consiguió su teléfono y la llamó. Fue entonces cuando ella, con voz enojada, atendió y le dijo a Ariel que efectivamente estaba en Philadelphia. "And an asshole stole my parking spot" (y un estúpido me robó el parking). "Yo soy ese asshole", dijo él. La conversación continuó entre risas y recuerdas y una invitación a tomar algo. Al día siguiente fueron al cine. "Ese día no nos besamos y ella todavía me lo recrimina".
Al poco tiempo él compró anillos de compromiso. Gastó todo lo que tenía en ese regalo. Estaba seguro de que Julienna era la mujer con la que quería compartir el resto de su vida. "Lo poco que tenía me lo había gastado en el anillo. Entonces le pedí a la madre si nos podía prestar la casa e ir a dar una vuelta. Julienna estaba en pijama, me arrodillé y le pedí casamiento. Después salimos a festejar con las dos familias".
Ya llevan 12 años juntos. Viven en Nueva York y formaron su familia. "Más allá de lo físico, siento que es mi mejor amiga, nos conocemos hace mucho tiempo. Crecimos juntos. Es muy buena persona, siempre hace lo correcto y se desvive por sus hijos Eliana y Leon y nuestra familia".
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