En una noche fría del invierno del 69, Aideé Carrate quedó de rodillas con sus brazos estirados y vacíos, para luego dejarlos caer con impotencia. Su pequeña hija, tan hermosa y tierna, había perdido la vida. Aquel destino tan despiadado ingresó por su puerta sin previo aviso para llevarse lo más preciado. En ese instante, sintió que el grito en su alma destrozaba cada fibra de su cuerpo joven abrazado por su esposo, que procuró sostenerla con fuerza. "La fuerza del mismo dolor que sentíamos", recuerda.
Invierno del 94
Muchos años habían pasado desde la partida de Naty, cuando aquel frío se dispuso a regresar. Hasta entonces, habían sido tiempos de duelos y renaceres, de aprendizajes y nuevos comienzos. Su pequeña ya no estaba físicamente, pero su memoria siempre había permanecido viva entre ellos a través de las charlas, las fotografías y los recuerdos. Aunque a veces doliera, su hijita siempre los acompañaba. "¿Quién es?", preguntaban Pablito y Virginia, los hijos que habían llegado al mundo un tiempo después y les habían devuelto la felicidad perdida. "Su hermanita, Naty", les respondía Meneca, como la llaman en su entorno íntimo a Aideé.
"Los dos me colmaron de hermosos momentos hasta que, nuevamente, la helada de aquel invierno del 94, me trajo a la muerte sin aviso a mi casa. Sonó el teléfono a las 3 de la madrugada. Recuerdo que Virginia recién venía de una salida con su novio y me había dado un beso antes de irse a su cuarto a dormir. Yo cerré mi libro y apagué la luz, cuando sonó el teléfono. Una voz me hizo temblar. Pablo había tenido un accidente", cuenta Meneca emocionada.
Como fotografía calcada del pasado, ella cayó de rodillas y esta vez le rogó a su madre y a Dios que no se lo llevara. "Que otro hijo no. Llevame a mí", rememora que exclamó desesperada.
Como en un mal sueño, borroso y desprendido de la realidad, Meneca recuerda el abrazo fuerte de Virginia y que subieron al auto rezando sin cesar. El hospital se encontraba muy cerca, apenas a unas cuadras, y cuando llegaron pudieron distinguir a los amigos de Pablo en la puerta. El cuadro lo completaba la ambulancia, cuyas puertas se encontraban abiertas, junto a los rostros sombríos.
"Entré con fuerza de bestia, luchando contra los que me impedían ingresar", revela, "Y ahí, hermoso con sus manitos cruzadas, estaba mi Pablo. Inerte. Sin vida. Otra vez las fibras de mi cuerpo se retorcieron, mis brazos se extendieron pidiéndole a la muerte cruel, despiadada ¡que no, que otra vez no!", continúa conmovida.
Fuerzas para seguir
Con la pérdida de Pablo, Meneca sintió que se terminaba el mundo. Sin embargo, y a medida que pasaban los días, muy de a poco pudo despegarse de su dolor para observar a su Virginia, que había perdido a su hermano y compinche de toda la vida, y así despertar con la convicción de que había que continuar. "Se llevaban un año y cursaban en la misma Facultad", cuenta, "A la semana comenzaba y tuvo que ir sola por primera vez. Nunca más su hermano querido estaría junto a ella protegiéndola. Eso hizo que se despierte en mí la fuerza para seguir. Al mes salí de mi casa y fui a mi empresa. Y con el peso del dolor, seguí y seguí. Mi hermanita Andrea venía dos veces por semana desde caballito para darme fuerzas", explica con calma.
Pero como era de esperar, los amigos y familia que llenaban la casa de Meneca retornaron a sus actividades y, con ello, el dolor volvió a agudizarse. Entonces llegó su amiga Lidia y le dijo que se prepare para ir a un grupo de padres que habían perdido a sus hijos. "Me rehusé, pero Virginia insistió", confiesa, "Tomé mi abrigo y fui".
Llegó como anestesiada y la recibieron con mucho amor, con abrazos y palabras tiernas. Allí encontró una contención que no esperaba. "Y como era una vez por semana, busqué otro grupo, que fue el que más me fortaleció", continúa.
Hacia la superación
Pero el frío dolor en el alma volvió a hacerse presente cuatro años más tarde, cuando su querida y única hermana se quitó la vida. Su hija, inseparable, y su esposo, de carácter firme, la apuntalaron con tanta energía, que un día amaneció con la certeza de que era hora de hallar una nueva alternativa. Fue así como Meneca inició lo que ella denomina su verdadera etapa de superación.
Lo hizo con el arte de los pinceles, una actividad en donde encontró intensidad, talento y pasión. Tanto fue así, que recientemente fue galardonada con el primer premio en la IV BIENAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO. Entre 500 obras de 250 artistas del mundo con jurados de Suecia, EEUU y Argentina, entre otros, su trabajo "Abedules en el bosque" fue el elegido.
"Mis amigos no estuvieron solo en las malas. También vi su sincera alegría con este reconocimiento. Creo que mis amores en el cielo siempre están para darme fuerza y creo que algún día no muy lejano me encontraré con ellos. De todos modos, lo están. Ellos me dan felicidad y me llena de orgullo haberlos tenido, aunque sea por el tiempo que el destino quiso. El sufrimiento y el renacer no tiene color ni clases sociales. Todos sufrimos de la misma manera, el resurgir está en cada uno, en ese acto de valor de sacar esa fuerza interior que todos tenemos", reflexiona Meneca.
Los senderos de la sanación
Ya pasaron muchos años desde la muerte de Pablo y tantos más desde la partida de Naty. Meneca sonríe. Meneca ama. Meneca vive y por eso decide honrar la vida.
"Acá estoy, llevando mi dolor a cuestas, pero siempre con una sonrisa; eso me ayudó a seguir. Tengo a Virginia, mi querida hija, y a mi nieto Franco. Tengo familia y amigos que me aman y la casa llena de gente querida", afirma sonriente, "Sí, tengo mucho y a mí misma. Tengo las artes plásticas que me significan tanto, ya que dejé mi actividad de diseñadora para volcarme de lleno a ellas. Es un camino largo el que hay que transitar trabajando el alma. Al comienzo nos sentimos enojados, indefensos, vulnerables. Muchos eligen el camino de la religión, otros concurren a hogares de niños, cada persona es única, pero es muy sanador brindarse a la gente. Tratar de hacer algo por alguien es el sendero más aliviador para situaciones traumáticas, así como recordar desde amor a las personas que perdimos. Yo tengo en mi corazón, como en una comunión, el amor de mis hijos Naty y Pablo conmigo siempre", concluye serena.
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