Perdón si me ves lagrimear...
La pregunta fue vaga pero atinada, la respuesta, tajante: "Angustiante es enfermarse; no preservar la salud. Angustiante es un Estado que no te cuide". La verdad es que si nos reunimos un sábado a la noche en plena cuarentena a ver la conferencia de prensa del presidente de la Nación, es precisamente porque estamos angustiados, porque esperamos alguna medida o alguna revelación que nos devuelva aunque sea una certeza que nos permita angustiarnos menos. Y ante eso, el presidente tuvo una oportunidad tal vez no de darnos una certeza, pero sí de decirnos que comprendía esa angustia que es de todos y de todas, la de más de sesenta días de una nueva normalidad que cuesta y cada uno sobrelleva como puede.
Tanto nos angustiamos –y tenemos derecho a decidir por lo menos por qué hacerlo, en un contexto en el que el Estado decide casi todo en nuestro nombre– que, después de la conferencia, la palabra "angustia" fue tendencia en Twitter Argentina: su uso venía aumentando significativamente desde el comienzo del aislamiento obligatorio, junto con el de la palabra "miedo", que también creció en todas las redes sociales.
Me hizo recordar un pasaje del Libro del Desasosiego de Fernando Pessoa, que transcribo: "Cuántas veces, bajo el peso de un tedio que parece ser locura, o de una angustia que parece ir más lejos que ella, me paro, dudando, antes de rebelarme, dudo, al pararme, antes de divinizarme. Dolor de no saber lo que es el misterio del mundo, dolor de que no nos amen, dolor de que sean injustos con nosotros, sofocando y agarrando, dolor de muelas, dolor de zapatos apretados —¿quién puede decir cuál es el mayor en sí mismo, cuanto más en los demás, o en la generalidad de los que existen?".
Muchas veces pensé, ante mi propia angustia, en lo intransferible de ese dolor de zapatos apretados: nadie puede decirle a nadie lo que se siente estar en los zapatos del otro ni por qué cosas angustiarse; pero hoy sentimos de manera universal como pocas veces en la historia que la angustia es compartida, colectiva, aunque cada uno la viva de manera diferente. Sabemos cómo nunca de lo que duelen las ausencias y mucho más frente al miedo, al pánico de que se conviertan en pérdidas; sabemos lo que cuesta cada abrazo no dado; nos lastiman más fuerte los días de lluvia. Esperamos, como el sábado, un milagro, una vacuna, una frase salvadora, una certeza. Pero si no tenemos eso, lo mínimo que podemos pedirle a nuestros gobernantes es que no nos reten por pasarla mal ni nos digan cómo tenemos que angustiarnos; ya aceptamos que nos dijeran, por nuestro bien, cómo tenemos que vivir, con todas las restricciones (y la comprensión) del caso.
Escribo tarareando el tango, y espero no violar ninguna norma ni ofender a ningún Dios ni al presidente con mi canto: "...angustia de saber muertas ya la ilusión y la fe/ Perdón si me ves lagrimear/ ¡Los recuerdos me han hecho mal!"