Pescar y devolver: un duelo en las aguas heladas del Sur
Un cronista aprendió algunos de los secretos de una de las modalidades de pesca más respetadas y deportivas que existen
RÍO GRANDE, TIERRA DEL FUEGO .- "A la trucha hay que honrarla con la mosca que uno le tira." Ni siquiera estaba formada la caravana que nos llevaba al Río Grande cuando tamaña definición, con tono de sentencia, surge de un grupo de pescadores y ya me pone en contexto. Acá hay excelencia, pensé. "¿Sos pescador?", me apuran. Cómo explicarles entonces aquellas salidas de pibe junto a mi padre y mi abuelo por algunos de los ríos bonaerenses. Imposible. El que estoy por descubrir es otro mundo, muy lejano de aquel. Y no sólo por los 3000 kilómetros que separan a Buenos Aires de este paraíso pesquero en Tierra del Fuego.
El amanecer, tardío, me encuentra entonces sobre una de las 25 camionetas 4x4 que en caravana desanda un camino de ripio en medio de la estepa fueguina. Nos espera un destino para privilegiados. El Río Grande es considerado como la meca de los fanáticos del fly cast (pesca con mosca) y ostenta, según me apuntan con orgullo varios lugareños, tantísimos récords en las distintas categorías de pesca. Cuentan, además, que un inglés llamado Goodall sembró huevos de truchas en esas aguas y luego la naturaleza se encargó de hacerlo florecer como el mejor río truchero del mundo.
La entrada es por la estancia María Behety, un establecimiento ganadero símbolo de la producción ovina en el país y cuyo galpón para esquilar es el más grande del mundo. Ofrece cotos de pesca sobre unos 53 kilómetros del río donde durante este fin de semana unos 80 pescadores forman parte de un encuentro que revoluciona a la provincia: la Fiesta Nacional de la Trucha y de la Pesca con Mosca, que empezó el viernes 21 pasado. En la pesca con mosca no se usa carnada viva, sino que se reemplaza por señuelos confeccionados con hilos, plumas y pieles de animales. Si bien se compran en los negocios (salen unos 90 pesos, promedio), hay quienes fabrican ("atar", le dicen) las propias en forma artesanal. Descubro entonces el mundillo de los atadores de moscas, como ellos mismo se denominan. Y al mismo tiempo comienzo a abrumarme por la cantidad de variedades, colores y usos que se les puede dar a estos "moscas". En mi búsqueda de claridad en la materia me encuentro con Pepe Fly (José Borzi, su nombre real), un ex vecino de Lanús Oeste que llegó hace 25 años a la isla y desde hace 15 se dedica a esa actividad, su pasión, en forma profesional. "Yo soy hincha de Lanús, iba a la cancha y mi pasión era el fútbol, pero hoy mi pasión es hacer moscas. Con el tiempo hice mi marca que es Pepe Fly, todas las moscas que ato son creaciones mías", me cuenta. Por supuesto quiero saber con qué se debe empezar la jornada pesquera que se aproxima. Y me sopla: "Yo iría con moscas medianas de tres centímetros, porque el agua baja con fuerza". El río nos recibe calmo. "Está muy bajo, ideal", le escucho a un guía. Yo voy en la camioneta con Peter (así le gusta que lo llamen), integrante de la asociación local de pesca con mosca y guía (el mejor que podía tocarle a este novato). Las camionetas empiezan a separarse, por grupos, en dirección a la zona alta del cauce, otras a la parte media y el resto a la baja, que es la más cercana a la desembocadura. No hay caminos y es casi obligatorio entrar con vehículos todo terreno. Los líderes de cada grupo, guías, sólo siguen algunas huellas, andan de memoria, e incluso salen de allí de noche de la misma manera. Envidio tremenda orientación.
Es el momento de elegir caña, línea y mosca. Las cañas a dos manos permiten "castear" (lanzar la línea) más lejos. Por lo que veo, la mayoría elije la otra opción, de una mano: el hecho de que hay poca agua los invita a todos a "vadear" (meterse al agua). Están súper equipados, tanto que los tres grados de temperatura no impiden que varios pasen varias horas con el agua hasta el pecho. Nunca mejor momento para permanecer en mi papel de cronista, prefiero quedarme observando desde la orilla.
Por supuesto todo lleva horas de preparación. Ver el movimiento del río, el viento, y sobre todo, entender cómo acercarse a los peces sin alertarlos porque el agua casi siempre es clara y ven al pescador. Y luego el ritual: agitar la caña de atrás hacia delante para "cargar" la línea, recoger, volver a "castear", volver a recoger y salir del agua para cambiar la mosca. Así empiezan a consumirse las horas junto al río, donde toda experiencia se comparte sólo con ese fin, sin competencia de por medio. Una pasión como forma de vida.
"El primer miedo que se tiene acá es el viento, pero no pasa nada, una vez que lo entendés es tu amigo. El río no es complicado, sin piedras grandes en el fondo y pozones profundos. Lo primero que tengo que ver es la corriente, profundidad y descubrir dónde está el pozo. Hoy en día ya se conocen los lugares calientes", me apunta Tomy Layous, un joven guía de 32 años que lleva 25 pescando en el Río Grande.
Peter nos lleva al pozo Cormorán, uno de esos lugares "calientes". Según explica, es un top 5 por la cantidad de piezas que capturaron de enero a marzo. En contraste con semejante indicación, la jornada transcurría demasiado tranquila para el grupo que había desembarcado allí, al menos hasta que los abandoné. Les quedaban dos días más y muchas moscas por cambiar... Otros guías me cuentan que la suerte estuvo en la parte alta del río, donde hubo un par de buenas piezas capturadas. Por supuesto, la modalidad obligatoria que todos los pescadores con mosca promueven y respetan es el catch and release (capturar y devolver). Por eso ellos no hablan de pique, porque consideran que en su actividad no buscan que el pez muerda el anzuelo, sino que "tome" la mosca. De diciembre a marzo, el Río Grande recibe cada vez mayor cantidad de pescadores extranjeros, que llegan a pagar hasta 7000 dólares solamente por una semana de estadía. Durante ese período se calcula que entran al río desde el mar unas 75 mil truchas anádromas (pueden vivir en agua dulce y salada alternativamente). "Este año sacaron un macho marrón de 15 kilos y un 1,09 metro", me acota Tomy. La temporada debía terminar hace una semana, pero se extendió para el encuentro de pescadores. Justamente, este bonus track parece que trae beneficios. "Estamos en el final de la temporada, pero lo lindo es que sabemos que todos los run (cardúmenes) están en el río", me explicó Tomy, por si quedaba alguna duda que como baqueano es crack. Yo entonces aprovecho para seguir recabando información: "¿Mañana con qué pescarías?" Eso es lo que no se cuenta. Él también es gran pescador.
Una actividad que no para de crecer
La trucha es una especie que fue introducida en las aguas patagónicas y en las últimas décadas se transformó en un tesoro natural: la pesca con mosca es un gran imán turístico y comercial en zonas históricamente postergadas y alejadas
Lucho Fernández
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