Polémica en las redes: ¿somos un país anumérico?
El runrun de las redes esta semana tuvo que ver con unos tuits del ministro de Educación, Nicolás Trotta. A modo de divertimento, seguramente con intenciones pedagógicas, puso en circulación un acertijo matemático. Formalmente se trataba de tres ecuaciones con tres incógnitas, en las cuales, en vez de los habituales signos "x", "y", y "z" para los elementos desconocidos, se usaban íconos de calculadoras, computadoras y libros.
¡Resolvamos un problema!Antes de poner el resultado, dejamos una pista para que lo resuelvan: Cada icono tiene un valor. [R] pic.twitter.com/pRGomKrrRQ&— Nicolás Trotta (@trottanico) 11 de enero de 2020
En las dos primeras filas, las dos primeras ecuaciones no presentaban dificultades y llevaban a cuentas muy sencillas.
En la tercera aparecía una rareza. Era una resta, en la cual al símbolo de los libros se le sustraían dos computadoras, una un poco por arriba de la otra y más pequeña. La tendencia natural era interpretar esta disposición como la notación correspondiente a la potenciación. Se leía en general como "z elevado a la z".
Pero los números no cerraban. Y la cuenta sólo daba correctamente si se consideraba esa concatenación de íconos, diferentes en tamaño y a distinta altura, como una suma interna. La potenciación era rara en ese contexto de cuentas simples pero la idea de poner dos íconos y sumarlos contrariaba totalmente la lógica de símbolos utilizada hasta allí. Era como poner "y-zz=2". Ese "zz" concatenado no significa nada en una ecuación.
Lo cierto es que de una u otra manera, el problema estaba planteado de forma chapucera en el mejor de los casos e incorrecta en el peor. Seguramente entre el diseñador del gráfico que mostraba la ecuación y el CM de la cuenta, un poco olvidados de cosas aprendidas en la primaria, hicieron que el ministro –ocupado en cosas más importantes-- tuiteara una cuenta falsa.
Ahora bien, el problema, seguramente, no está tanto en pifiar un acertijo (al fin de cuentas, todos recordaban en las redes que uno elevado a la uno era uno) sino su reacción ante el aparente error. En las avanzadas horas de la madrugada el ministro Trotta tuiteó: "¿La grieta en la matemática? Son 2 computadoras, si fuese 4 - 1 al 1, el resultado sería 3 y no 2. Es 4 - 2 computadoras, que da 2. ¡Buenas noches!".
¿La grieta en la matemática? Son 2 computadoras, si fuese 4 - 1 al 1, el resultado sería 3 y no 2. Es 4 - 2 computadoras, que da 2. ¡Buenas noches!&— Nicolás Trotta (@trottanico) 13 de enero de 2020
La mención a la grieta es especialmente desafortunada. Las matemáticas tienen su universo propio y ese mundo es tan autosuficiente que no falta quien dice que todo su desarrollo no es más que una gran tautología. En todo caso, las matemáticas forman un reino totalmente independizado de los avatares de la vida humana, con sus miserias y exaltaciones.
Eventualmente esos mundos se conectan pero de una forma de vía única. Se pueden aplicar las matemáticas a la vida cotidiana y Dios sabe que eso nos trajo la civilización y la salud. Lo contrario no es cierto: las vicisitudes de nuestras pobres dolencias diarias no modifican la poderosa red de relaciones internas de las matemáticas. Nos gobierne el populismo o el neoliberalismo, la suma de los catetos al cuadrado seguirá siendo el cuadrado de la hipotenusa.
Así es que la grieta no tiene nada que ver. Lo que sí, creo, está en el centro de la discusión es la relación que los argentinos tenemos con los números. Una relación tortuosa, mediada por la movilidad de los precios, que son el contacto que todos tenemos diariamente con cifras y cuentas.
No hay generación de argentinos que no haya vivido muchos años con inflación, e incluso con hiperinflación. Esa inestabilidad numérica podría haber generado una población despierta a los cálculos, alerta a las cuentas y astuta a la hora de mirar un número. Por alguna razón, sucedió todo lo contrario: tenemos políticos, periodistas y público en general al que le cuesta una suma de dos dígitos y la aplicación de la regla de tres simple. En vez de convertirnos en una sociedad numéricamente ilustrada, la inflación convirtió a la Argentina en un país anumérico.
Y no parece tan ilógico. Que en términos de dinero, cualquier cifra –pongamos por caso 500—tenga un valor en agosto y otro en diciembre va en contra de la inmutabilidad de las matemáticas. Todo es posible, nada es seguro, y, como decía Carlos Marx respecto de la revolución capitalista, todo lo sólido se desvanece en el aire. De esta manera aparentemente se incrustó en nuestra estructura de pensamiento que ningún rigor es deseable ni necesario. Que no es necesario cuantificar ni tener estadísticas confiables, y si existen, sólo consultarlas cuando confirman nuestras ideas previas.
Y que las computadoritas representando incógnitas se pueden poner de cualquier tamaño, en cualquier posición y el resultado de las cuentas dependerá de la grieta. Como decía Minguito: "sé igual".
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