¿Por qué el sexo de las series es tan poco sexy?
Aunque en Homeland, House of Cards y The Americans hay escenas explícitas, el erotismo y el deseo parecen haber quedado muy lejos
NUEVA YORK.-A veces uno se pregunta si los relatos televisivos de formato largo -las series- no serán el agente de unión más poderoso de las parejas de mediana edad contemporáneas: nuestro equivalente actual del golf, el bridge o el intercambio de parejas. Todo aquel que alguna vez se haya despertado sabiendo que lo espera un día de trabajo, llamadas telefónicas, trámites y una heladera a medias vacía, seguramente reconocerá esa sensación de expectativa casi erótica que despierta saber que esa noche podrá ver varios episodios consecutivos de Homeland . La televisión ha cobrado una dimensión tan prominente en la vida íntima de la pareja que sin duda los votos matrimoniales de la actualidad podrían incluir una frase como: "Además de amarte hasta el fin de los tiempos, me comprometo solemnemente a nunca abandonar por la mitad una aclamada serie del cable".
La buena televisión -que merece ser considerada un arte- está entre nosotros desde hace más de una década, y empezó con el auge de HBO y Los Soprano , cuando Hollywood estaba dejando de hacer películas enfocadas en las complejidades de la vida adulta, para volcarse al entretenimiento infantil. No es de extrañar que un medio abocado a entretener a los adultos dedique tanta atención al sexo.
Según un estudio de la Fundación Familia Kaiser realizado hace ocho años, el tema del sexo nunca había estado tan presente como entonces en la televisión. Si esos mismos investigadores prendieran hoy la tele, encontrarían cantidades de cuerpos sudorosos manteniendo sexo explícito, pero lo más asombrosos es que la mayoría de las veces, ese modo actual de representar el sexo es muy poco sexy y está divorciado de cualquier verdadera sensación de erotismo y de deseo. Los espectadores, acostados en sus camas y necesitados de diversión, son traicionados. En vez de diversión, lo que reciben es sexo utilitario: el producto final de una especie de retorcido arribismo. ¿Es éste el sexo que nos merecemos? Tal vez sí, en estos tiempos de obsesión por el equilibrio entre trabajo y familia, una obsesión que deja poco margen cultural para pensar en formas de intercambio humano más placenteras.
En la serie política de Netflix House of Cards , por ejemplo, el vengativo congresista de edad madura Frank Underwood, interpretado por Kevin Spacey, le practica sexo oral a una joven con ropa interior de encaje negro que está tendida sobre la cama de un departamento roñoso. No es que el acto en sí cause impresión -aunque por cierto logre nuestra atención- sino el hecho de que la mujer recibe los servicios de su amante mientras habla por teléfono con su padre para desearle feliz Día del Padre. La situación nos hace sentir más incómodos que tener que dar el pésame en un velatorio.
En
House of Cards
, Underwood está casado con la hermosa directora de una agencia de protección ambiental sin fines de lucro. Su relación se ha forjado a partir de la ambición compartida, y su intimidad se restringe al cigarrillo que comparten tarde a la noche en su casa de Washington. Cuando un matrimonio no es más que un acuerdo, se supone que un amorío extramatrimonial debería ser para pasar un buen momento. Pero los encuentros de Underwood con la traicioneramente ambiciosa periodista no le sirven sólo como válvula de escape, sino que son orquestados con un propósito profesional específico: él le proporciona información interna que abona sus ambiciones políticas y ella abre las piernas como una manera de sacar ventaja de su informante.
El intercambio de sexo por información también abona gran parte de la trama de The Americans , del canal FX. La serie gira en torno a un par de espías soviéticos que han sido reunidos por la KGB para hacerse pasar por una pareja cualquiera de los suburbios a principios de la década de 1980. Keru Russell y Matthew Rhys, que interpretan a Philip y Elizabeth Jennings, se amoldan a diversas identidades y tienen sexo con los más variados vestuarios y personajes, todo en pos de una victoria soviética en la Guerra Fría.
En uno de los episodios, Elizabeth, vestida con una blusa de seda y lencería de callejera, se abre paso hasta la habitación de hotel de un hombre que posee información que la KGB necesita. Al hombre se le escapa sin querer un dato importante, después de un intercambio sexual seguido de un latigazo que Elizabeth recibe en su espalda. Esa sumisión sadomasoquista es un sacrificio que Elizabeth hace muy a pesar de ella, y el costo de su misión queda a la vista más tarde por las marcas en su espalda.
Al igual que The Americans , Homeland pertenece a un género que no puede depender realmente de las referencias a la honestidad sexual. La química entre Carrie Mathison, una agente de la CIA psicológicamente perturbada, y Nicholas Brody, un ex francotirador de los marines y prisionero de guerra, es por cierto palpable y está supeditada a la interrogantes sobre la verdadera identidad de Brody y a su posibles vinculaciones ideológicas con el terrorismo. Dato aparte: las series del cable están tan plagadas de identidades ocultas que uno ya ni sabe con quién se acuesta: el inconsistente Don Draper o el inconsistente Dick Whitman, de Mad Men, el asesino serial justiciero Dexter que seduce a alguien o el justiciero Dexter que está dispuesta a mandar a esa persona a la cárcel, o algo peor.
Volviendo al tema: los sentimientos de Carrie y Brody parecen ser genuinos, pero de todos modos el sexo entre ellos no se ve como una pura expresión de su voracidad emocional. En la temporada pasada, cuando tienen sexo entusiasta y a los gritos sobre la cómoda de un hotel alojamiento, la motivación subyacente era la necesidad de Carrie de que Brody volviera a su trabajo encubierto dentro del gobierno. Cualquier cosquilleo de deseo que la audiencia haya podido experimentar se desvanece cuando la imagen se traslada de pronto a una habitación llena de agentes que los escucha a distancia. Entre ellos, al borde de la náusea, está Saul, el antiguo mentor y figura paternal de Carrie.
El voyerismo sexual se ha convertido en un tema en sí mismo dentro de las series del cable, pero incluso en eso nos defraudan. Basada en las investigaciones de William Masters y Virginia Johnson de la década de 1950, el inminente estreno en Showtime de la serie Masters of Sex , nos ofrece el sexo en toda su gloria clínica. El episodio piloto nos muestra a Michael Sheen, que interpreta a Masters, espiando por el ojo de una cerradura, y nosotros tenemos una panorámica del desangelado acto sexual entre una prostituta y su poco atractivo cliente. Los accesorios de Masters son un anotador y un cronómetro que utiliza para medir cuánto tarda cada uno en llegar al orgasmo. En su casa, en su propia vida, el sexo también es un trabajo: su esposa tiene problemas para concebir, por más que Masters sea un especialista en fertilidad: sexo procreativo en la era del fetiche de la procreación.
Son este tipo de cosas las que nos provocan una subversiva nostalgia de la época en que películas como Atracción Fata l y 9 semanas y media pusieron de moda el sexo salvaje y el deseo sin tapujos.
Hace muchos años, vi La bella y el campeón y mi memoria retiene el excitante uso que Susan Sarandon y Kevin Costner hicieron el uno del otro en el contexto de una comedia sobre las ligas menores de béisbol. Las escenas de sexo eran tanto más explícitas que cualquiera de las que pueden verse hoy... En realidad, la película parecía tan de otra época que casi resulta futurista. Sí, chicos. Alguna vez, el sexo fue divertido.
Genia Bellafante