Alejandro Díaz fue acusado de haber estado vinculado a un narcotraficante; fue absuelto inmediatamente después del juicio, aunque, en la espera, estuvo en prisión preventiva durante quince meses
Durante un tiempo, Alejandro Díaz no estuvo al tanto, pero Interpol había emitido una alerta roja sobre él. Era solo cuestión de tiempo para que lo encontraran. Y claro, al desconocer que era “prófugo”, no intentó escaparse. Su captura ocurrió en las escalinatas de la entrada de su domicilio, bajo el sol de un día normal de primavera, en la localidad bonaerense de Béccar. Lo tumbaron en el piso, le abrocharon las esposas y le dieron una explicación escueta: “Debe venir con nosotros, usted es buscado en Tenerife por un delito a la salud pública”. A lo que él respondió: “¡¿Qué?!”. Estaba convencido de que no había hecho nada. Entonces lo subieron al patrullero y lo llevaron directo al calabozo de tribunales.
Era septiembre de 2018 y Díaz era relativamente nuevo en la zona. Se había mudado al conurbano después de haber vivido en Neuquén durante seis años. Antes, un largo viaje por el mundo: Mar del Plata, Barcelona, Ibiza y Tenerife. “Ese día llegué a mi casa y me estaban esperando ahí. Yo les dije: «¿Seguro que me buscan a mí?». Mirá que hay miles de Alejandro Díaz... Pero me mostraron mi NIE [número de documento español para extranjeros]. Ahí supe que no se habían equivocado de persona”. Más tarde, lo acusarían de haber estado vinculado a un narcotraficante que había delinquido en España. Díaz lo conocía, aunque repetía que nunca había tocado un gramo de droga. Había trabajado para él, pero en uno de sus negocios “legítimos”. A partir de esa escena, comenzó un periplo de un año y tres meses, siempre tras las rejas: Marcos Paz; el penal de Soto del Real, en Madrid; la cárcel de Valdemoro (también en la Capital española); los complejos penitenciarios de Cádiz, Córdoba y Sevilla y una cárcel en Tenerife. Hasta que, en su juicio, la justicia española presentó la evidencia y el jurado se inclinó por su inocencia. Hoy, Alejandro está demandando al Estado del país ibérico, y cree que tiene chances de ganar.
“Tenía todos los chiches; cuando lo detuvieron, todo me cerró”
La historia comenzó de casualidad.
Díaz se fue a España en busca de una vida más redituable en el año 2003. Comenzó en una marmolería, en Ibiza. Una tarde, caminando por la calle, se cruzó al narcotraficante en cuestión. “A él lo había conocido en Mar del Plata, trabajando en un local bailable muchos años atrás”. Su nuevo amigo le ofreció ir a trabajar a un local de artículos de surf que tenía en Castelldefels. Y unos meses después, Díaz aceptó. Una vez instalado, se acostumbró rápidamente a una rutina que no solo consistía en atender un local, sino también involucrarse en variadas actividades náuticas: “Me puso de encargado en la tienda. Yo le daba clases a chicos con problemas motrices, era un muy lindo laburo”.
Al cabo de unas semanas de trabajo, viajaron juntos a Tenerife para llevar a remendar un barco que estaba averiado. Se quedaron en un departamento que alquiló su jefe. Pero a Alejandro se le estaba venciendo la visa, por lo que tuvo que realizar un viaje exprés a Barcelona para tramitar la extensión. Su empleador le prometió que lo iría a buscar al aeropuerto a su vuelta. Pero nunca apareció. “Yo no tenía llaves, nada. Cuando volví, el tipo no llegaba. Entonces llamé a la mujer para explicarle lo que pasaba [...] Ella me atendió el teléfono llorando y me dijo que la policía lo había detenido”.
"Yo lo veía de buena vida, pero me parecía normal… Vendía veleros, no me asombraba que le fuera tan bien"
Consumado ese arresto, Díaz comenzó a conectar los hechos: “Después de que fuera preso, até cabos por todos los bienes materiales que tenía, como motos de agua, cuatriciclos, camionetas 4x4... Además, tenía casas en lugares muy lindos, de montaña, retirados de la costa, y también en la primera línea del mar. Íbamos a Pachá y compraba vino espumante de 200 euros...”.
“En Tribunales no había espacio ni para dormir”
“Primero me llevan a una especie de catacumba que está debajo de Tribunales. Sin ventanas ni luz, y con mucha gente hacinada en un ambiente húmedo. No había espacio ni para dormir, y ninguna autoridad te cuidaba. Yo me gané el respeto de los demás porque me «sacrifiqué» para destapar uno de los inodoros: metí la mano. Gracias a eso, pude comer más. Ahí, los futuros presos esperan mientras se decide a qué cárcel van a ir. Yo estuve doce días”.
De ahí fue trasladado a la cárcel de Caseros, aunque, gracias a un amparo legal, pudo evitar ser admitido. “Llegamos a las 3 de la mañana y nos recibió un guardia con una frase que no olvido más. «Esto está muy picante», nos dijo. Palabras de él, eh”. Y pensé: «Bueno, no». Entonces, fue dirigido hacia el Complejo Penitenciario Marcos Paz II. Allí lo acomodaron en un sector de “presos tranquilos” durante dos meses y medio. Poca diferencia con la primera opción, porque todo le pareció picante. “Vi cómo afilaban las facas que usaban para ir a pelear a los baños, que son los únicos lugares en los que no hay cámaras. Europa es un colegio secundario al lado de las cárceles de Argentina”.
Cuando se acercó la Navidad, llegó su primer vuelo internacional. “En la primera semana de diciembre, vino Interpol y me llevó a Ezeiza, y de ahí a Madrid. En España me trataron de la mejor manera: me quitaron las esposas y me sirvieron una Coca-Cola. Pasé unos meses en Soto del Real, una de las cárceles modelo de allá. Recuerdo que vi la final de la Libertadores 2018, la del 9 de diciembre”.
Aunque advierte: “Allá ves menos violencia, pero está lleno de yonquis [drogadictos], como dicen ellos. Todos se drogan con pastillas, y completan con una fórmula que se repite mucho: pastillas+café. En Marcos Paz convivía con gente violenta, y allá, con gente que estaba estúpida durante gran parte del día.
Díaz recuerda que el mejor penal en el que estuvo fue el de Cádiz. “Tenía pileta de natación, cine, gimnasio muy completo, biblioteca, talleres, y la comida... era muy rica. Exigían un módulo de respeto, quizás algo exagerado: por ejemplo, no se podía hablar en la comida. Si no te atenías a las reglas, perdías ese privilegio y volvías con los comunes, es decir, con los drogadictos”.
Un mes después, se dictaminaron los sucesivos transfers; hasta que llegó el definitivo: lo enviaron el centro penitenciario Santa Cruz de Tenerife II, en la isla homónima. Aún no tenía sentencia, porque, para llegar a juicio, debía llegar a Tenerife, sede del juzgado que había solicitado la orden de captura internacional. “Yo no tenía un mango para pagar mi defensa. Entonces me asignaron representación legal. El día del juicio me visitó el abogado defensor; hora y media antes del comienzo, aproximadamente. Me dijo que tenía una «super oferta»: ir un año más preso pero en Cádiz y con trabajo. Pero le respondí que de ninguna manera. Yo quería ir a juicio, si no había hecho nada.
Imagen interactiva del penal Santa Cruz de Tenerife II
Díaz recuerda el momento en el que la fiscal presentó toda la evidencia que había recopilado: “La principal prueba era una llamada al celular de él [su jefe] que había atendido yo”.
—Ah, ¿qué tal? Te atiendo porque él se olvidó el celular en la tienda.
“Ése era el diálogo. Fue eso lo que dije. Por ese audio me llevan preso”, se queja.
—¿No presentaron más evidencia que eso?
—Tenían otra información. Me dijeron: “Acá hay una mujer a la que usted le envía dinero todos los meses”. ¡Era la madre de mis hijas! ¡Era la manutención, yo le enviaba 200 euros al mes! Aparte el gasto: me traen, me llevan… También argumentaron que le había girado 400 euros al padre de mi jefe. Pero, era mi jefe… Pudo haber sido que le haya hecho ese favor. ¿Eso me convierte en un narco? No le envié 30 mil euros; fueron 400.
—Y luego, ¿no argumentaron nada más?
—No, no había más nada.
Su abogado defensor en aquel momento, Ernesto Abo, recuerda para LA NACION que “había evidencia incriminatoria, pero no concluyente”. Abo, que fue designado por la justicia española para representar a Díaz, curiosamente también había tenido como cliente al narcotraficante líder de la organización [NdeR: para esa ocasión también había sido elegido aleatoriamente por la Justicia], de modo que estaba bien instruido y conocía los detalles menos perceptibles del caso. Cuenta que, en rigor, Díaz era buscado por la justicia de España desde hacía 9 años, y que le sorprendió el hecho de que Interpol recién hubiera activado la búsqueda en 2018. Es decir: Alejandro Díaz podría haber tenido esta misma experiencia 9 años antes.
“De todos modos, las pruebas eran de peso suficiente como para que derivasen en un juicio en el que él tuviera la oportunidad de explicarse”. Y añade: “Tuvo un juicio justo y fue absuelto. Si me dices que fueron injustas todas las vicisitudes hasta llegar a España, te digo que sí. Luego fue liberado con una rapidez que no se ha vuelto a dar”.
"[Para cuando llegó el juicio de Díaz] ya se había mitigado el crimen y se había incautado la droga. Alejandro no era uno de los líderes"
Ernesto Abo
Al día siguiente, la libertad; tiempo después, una batalla contra el Estado español
Después del juicio, Díaz fue enviado nuevamente a la cárcel, donde debió esperar a que deliberara el jurado. “Estaba por cenar y se escuchó mi nombre por el altoparlante, seguido de: «Usted sale en libertad». Sus objetos personales estaban en Madrid, inconveniencia que lo depositó en la calle de la isla española con poca ropa y cinco euros que le regalaron los guardias. “Me gasté tres en el colectivo de camino al centro”.
“A dónde voy?”, dije.
Esa noche, Díaz se presentó en una comisaría con su bolsa de plástico. Recuerda que “parecía El Chavo”. “Llego a la comisaría y explico que no tengo ni dinero ni documentos, y que el consulado estaba cerrado. Me dijeron que al lado había un ayuntamiento, y que podría dormir ahí hasta las 7 de la mañana”. Así, en la calle, aguantó unos días, hasta que su familia juntó dinero para pagarle el ticket de regreso.
Hoy, se encuentra demandando al Estado español, y atrás quedó ese año. “Quiero que me paguen, porque yo salí absuelto del juicio. De momento, el trámite salió de Tenerife; ahora la estamos peleando en Madrid. Todo tarda”.
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