Prometer agua y arena, el antídoto infalible para la ansiedad infantil
El sol abrasador se iba apagando lentamente sobre el desierto y nosotros permanecíamos agazapados, cámara en mano, a la espera de que el atardecer cayese sobre las dunas. Agotado y orgulloso, me doy vuelta para ver las sonrisas de mi familia, y entonces la Ona, la nena, me dice...: "¿Por qué vinimos hasta acá?".
Sí, señores, la vida del padre viajero (padrastro, en mi caso) tiene sus bemoles. A las archifamosas frases "¿Ya llegamos?", "¡Me aburro!" y "¿Cuánto falta?", el diccionario del minitrotamundos le suma la categórica: "¿Por qué vinimos hasta acá?". Es que si lograr un viaje armonioso en pareja resulta algo complicado, llevar a buen puerto uno con niños es, simplemente, una tarea titánica. Máxime si el destino es poco convencional. Sépanlo, ellos no negocian. No importa que hayamos atravesado 2500 km de llanuras, montañas, diluvios, noches de dormir en el auto, y hasta cruzado los Andes a 5000 metros de altura con miedo a quedarnos sin frenos, luchando contra el soroche (mal de altura), para llegar al mágico San Pedro de Atacama. Los chicos siempre prefieren la playa. Siempre.
¿Cómo logramos, entonces, levantarlos a las 4 AM con 5 grados bajo cero para ir a ver géiseres, o convencerlos de explorar la desconocida Catamarca o embarcarnos en un mar picado para ver ballenas? La clave son las dos P: paciencia y playa. Practique el arte de la seducción y haga la única promesa que puede lograr mantenerlos tranquilos en el automóvil a través de kilómetros de yermo desierto chileno o monótona estepa patagónica: al final vamos a ir a la playa.
Agua y arena, esta simple combinación de elementos funciona como antídoto infalible para la ansiedad infantil (reforzada, en lo posible, por el inestimable aporte de una tableta o computadora portátil con pelis y jueguitos).
Cual zanahoria delante del carruaje, si intercalamos jornadas de playa en nuestro itinerario, podremos convencerlos de hacer casi cualquier cosa. Y lo mejor es que lo disfrutarán mucho. Siempre recuerde aplicar las dos P. Y si no estamos cerca de una playa, por lo menos debemos asegurarnos de que haya alguno de sus componentes. Agudizando el ingenio y la curiosidad encontraremos dunas para hacer sandboard en plena puna, o hielo, o nieve, por ejemplo, o animales para perseguir, o, tal vez, una laguna en la que se flota como en el Mar Muerto en medio del salar atacameño.
Piense como chico, abandone los prejuicios sin olvidar echar mano a una buena cantidad de juegos y disparates, y el éxito estará asegurado. Recuerde que, al fin y al cabo, ser niño no estaba tan mal.
Periodista, autor del blog cruzarlapuerta.com
Sebastián Cabrera