Propuesta para un nuevo año: enojarnos menos con nuestros chicos
Los padres amamos incondicionalmente a nuestros hijos y esa incondicionalidad les da enorme confianza y seguridad a medida que crecen. Pero no siempre se nota, o no siempre logran estar seguros de ella.
Creo que la frase que mejor los ayudaría a percibirla es "te quiero siempre y te quiero aunque…." Aunque te equivoques, aunque te enojes conmigo, aunque hagas una macana, aunque me llames de noche, aunque no te quieras bañar, aunque no te guste la comida, aunque te pelees con tu hermana, aunque me contestes mal, aunque no quieras hacerme caso, etc..
Esto no significa que les permitamos hacer lo que ellos quieren, y tampoco que zafen de pagar consecuencias por conductas inadecuadas. Pero cuando podemos enojarnos menos, ser más relistas en nuestras expectativas y más eficientes en nuestra puesta de límites, y ser modelos adecuados para nuestros hijos, es más sencillo que perciban nuestro amor incondicional.
En todos las edades la fórmula infalible para no enojarnos y gritar o para enojarnos menos incluye empatía y decir las cosas una sola vez: ponernos en su lugar y comprender el motivo que tienen para no hacernos caso y luego ocuparnos, ya sea de que lo hagan (si son chiquitos y/o no tiene fortaleza interna suficiente), o de anunciar la consecuencia (¡ también una sola vez!) en caso de que no lo hagan, y hacerla cumplir.
Recordemos que por lo menos hasta los cinco años no pueden tomar buenas decisiones ni prever las consecuencias de sus conductas por lo que nosotros nos ocupamos de que hagan caso, los más chiquitos no tienen una conciencia moral clara que les permita hacerlo todas las veces. Por eso los adultos metemos mucho el cuerpo: nos paramos, los llevamos, les hacemos de yo-auxiliares para lograr que obedezcan y así lleguen a la cama a la noche tranquilos diciendo "mamá y papá están contentos conmigo". Primero empatizamos con ellos, nos paramos unos segundos en su lugar para entender la tentación, el fastidio, la fiaca, o lo injusto que les parece lo que ocurre y, mientras los llevamos, vamos poniendo en palabras nuestras eso que comprendimos y, casi mágicamente, al habernos puesto en sus zapatos, no les va a costar tanto obedecer y nosotros vamos a enojarnos muchos menos.
A partir de esa edad podemos usar un sistema de consecuencias claras –y cumplirlas, en lugar de amenazar y amenazar y luego enfurecer- salvo en situaciones en las que su fortaleza interna no sea suficiente como para hacer caso, o cuando el estímulo (tele, compu, pelota) sea tan atractivo, que tampoco puedan hacerlo. Porque es mucho más fácil ir a bañarse o a comer cuando están haciendo la tarea que cuando están mirando algo en la tele, afuera con amigos o jugando a algún jueguito electrónico.
El problema de los padres autoritaristas, "a la antigua", es que condicionan su amor a la conducta de los hijos -en realidad no lo hacen pero es lo que quieren hacerles creer a sus hijos- como era cuando ellos eran chicos en relación con sus propios padres. En cambio los "modernos" permisivos permiten todo hasta llegar a un exceso que ni ellos mismos toleran y terminan poniéndose más malos que los autoritarios, porque al ceder más de lo que en realidad pueden terminan enojados y desilusionados, no pudiendo sostener esa incondicionalidad tan necesaria para la autoestima de sus hijos.
Crecer sostenidos por el amor incondicional de sus padres fortalece a los chicos , los reasegura de su valor, les da confianza; todo esto queda claramente expresado en el texto y dibujos del cuento para niños de María Casabal y Belén López Medus: Te quiero siempre.
Porque los queremos y los querremos siempre, no aprovechemos de nuestra posición de adultos para presionarlos o chantajearlos con la amenaza de pérdida de nuestro amor, sólo nosotros podemos defenderlos… de nosotros mismos.