El hermano menor de las No Lo Soporto se convirtió en productor del grupo. Pero también toca con Indios y acaba de lanzar Protagonista, su debut solista. Por Alejandro Lingenti
Por Alejandro Lingenti / Foto de Anita Bugni
Kevin Borensztein creció en un ambiente donde circulaba mucha música. Su madre cantaba y tocaba la guitarra de muy joven; su padre se ocupó de que conociera la obra de Luis Alberto Spinetta y los Beatles, y sus hermanas le abrieron la puerta de No Lo Soporto, el proyecto musical del que todavía forma parte, pero que ya no es su única ocupación. También toca el bajo en Indios y acaba de editar Protagonista, un primer disco solista de electropop elegante y refinado que hace poco presentó oficialmente en Buenos Aires con un show en La Tangente, y con el que ahora planea girar primero por Córdoba, Rosario, Puerto Madryn y Neuquén, luego (en septiembre) en Londres y Madrid, y finalmente (en noviembre) en México. Ese incentivo familiar terminó determinando un presente en el que hay poco tiempo para otras actividades. “Durante años, antes de los 17, que fue cuando empecé a tocar el bajo, el deporte era mi prioridad”, cuenta Borensztein. “Era un niño hiperactivo y necesitaba descargar por el lado de la motricidad. Jugaba al básquet, al futbol y al tenis. Creo que esa impronta deportiva me ayudó en el proceso de aprendizaje musical, porque tocar un instrumento requiere un esfuerzo de coordinación, de unión entre una sinapsis cerebral, su impulso nervioso y el posterior movimiento del cuerpo, de las extremidades. Tuve varios profesores de música, todos muy temporales, ya que traté siempre de exprimir su conocimiento rápidamente. Nunca duré más de seis meses con nadie. Aprendí a tocar el bajo con gente talentosa y con mucha data: Machi Rufino, Fernando Nalé, Paul Dourge y Ezequiel Kronenberg. Pero también fui bastante autodidacta. Hoy por hoy, hay formas muy efectivas de aprender a tocar vía internet. Me gusta investigar las nuevas tecnologías y todos los recursos actuales”.
–De hecho, hay muchos efectos aplicados sobre la voz. Es una de las características del disco.
–Sí, trabajé las voces de una manera muy experimental. Estoy empezando a cantar, y encontrar un estilo es todo un proceso, una investigación constante. Hay que decidir sobre varios factores, desde el audio que sale directamente de tus cuerdas vocales, el timbre y el caudal (gracias a la respiración, las técnicas de resonancia y otros varios escenarios circunstanciales, tanto físicos como anímicos), hasta el micrófono que usás para captar sus vibraciones y su amplificación. También es importante el trabajo sobre la posterior conversión a información binaria o digital. Son muchísimas las variantes, y todas estas elecciones deberían potenciar esa búsqueda. La decisión de usar la voz tan procesada fue por dos motivos: el primero es que la producción del disco está muy apoyada en los sintetizadores, lo que me llevó a colocar la voz en ese lugar un poco deshumanizado, sintético, y recortada adrede por edición, pitcheada; y por otro lado, quería que las melodías fueran muy claras para el oído, que hubiera algo matemático, proporcional y diáfano en su forma, duración y sentido.
–De toda la música que has escuchado, ¿cuál dirías que ha sido clave para vos en términos de influencia?
–El artista que más circula por mi cabeza y mis oídos es Gustavo Cerati. Soy muy fan de Bocanada. El disco que produje de No Lo Soporto, Práctica y teoría, es de alguna manera un homenaje a él, al aprendizaje que significó para mí su música. Y, actualmente, hay otros artistas excelentes en Argentina, casi todos amigos que tienen un nivel increíble y están cada vez más afilados: Indios, Juan Ingaramo, Hipnótica, Rayos Láser, De la Rivera, Francisca y los Exploradores, Jvlián, Barco, Julio Franchi, El Chacal & Los Alpes Floreados. Del exterior, me gustan mucho las melodías de Chet Faker, el talento de Kevin Parker (Tame Impala), la sensibilidad de James Blake, el groove de Anderson Paak, Gorillaz y algunas cosas más raras, como Stromae y Com Truise.
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