Mientras disfruta de la reapertura de los teatros con dos obras en cartel, se entrega a una charla profunda donde la guerra que marcó a sus padres, el bullying, la gloria y los sueños bailan en armonía.
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Cierra los ojos y respira hondo: “Para mí, este departamento es la vida misma. Nos mudamos con mi familia cuando yo tenía 6 años, veníamos de vivir en Rodríguez Peña y Posadas. Mis padres, Erico Paschkus y Alejandra Hochenberg de Paschkus, tenían claro que éste era el barrio que querían. Habían venido desde Europa, con poco y nada, huyendo de la guerra, pero lo aspiracional les permitió crecer y seguramente sabían que Recoleta era “el” lugar”, cuenta el consagrado director teatral, coreógrafo y maestro de artistas Ricky Pashkus (65) desde la comodidad del mismo sillón donde, de chico, sentaba a su hermano Tommy, tres años menor, a aplaudirlo mientras actuaba y bailaba. “Cuando le tocaba el turno a él, yo me iba. Lo puedo contar porque tenemos una relación increíble”, confiesa. En unas horas partirá rumbo a la avenida Corrientes para acompañar a los elencos de los dos musicales que tiene en cartel, “Chorus Line” y “Te quiero, sos perfecto, cambiá” (ambos en el Astral). En tanto, se entrega a una charla sincera con ¡HOLA! donde los logros de su multipremiada trayectoria, pero también las emociones más íntimas, fluyen naturalmente.
–¿Cuándo volviste a vivir acá?
–Cuando murió mamá, en 2005. Con mi hermano tuvimos que trabajar mucho para mantener Callao y Alvear, porque le había prometido a papá que ella viviría allí hasta su último día. A Tommy no le interesó el departamento, pero a mí me pareció que habitarlo era evocar a la gente maravillosa que pasó por acá.
–¿Por ejemplo?
–Cecilia Roth, Julio Chávez, Richard Tucker, el tenor más grande del siglo XX que era amigo de mis padres, Manucho Mujica Lainez, Oscar Aráiz, Pepe Cibrián, Hugo Midón, Mirtha Busnelli, Carlos Lozano Dana, y tantos autores y artistas increíbles. Era muy estimulante. Acá cantábamos, bailábamos, y mis padres no te digo que estaban siempre chochos, pero no podían contra Tommy y contra mí. También acá mi madre participó en un video que armó Steven Spielberg para su Museo del Holocausto. Yo aparezco sentado en ese rincón (señala a un costado) y gracias a ese video me encontré con familia que no sabía que tenía.
–Contame acerca de tus padres.
–Mi madre era de clase alta aristocrática en Polonia, y mi padre era de clase baja en Austria. Ambos vinieron a la Argentina huyendo de la guerra, pero se conocieron acá. Papá se dedicó al rubro textil y le fue fantástico hasta que se complicó su economía. Mamá, ama de casa, no se separó ni un solo día de él.
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"Acá cantábamos, bailábamos, y mis padres no te digo que estaban siempre chochos, pero no podían contra Tommy y contra mí"
–¿En qué notabas este estilo de vida aspiracional?
–Nos mandaban al colegio Saint Peter’s, en Martínez, y en el transporte escolar los chicos me mataban a patadas. Entonces no se hablaba de bullying… Mi colegio no era religioso, yo soy judío, pero se llamaba San Pedro… También íbamos al club Hindú, que tenía cupo para judíos, a pesar de que no hacíamos deportes. Es loco que un hombre que vino de la guerra lo haya aceptado para que su familia tuviera lo que creía era lo mejor. Nada recuerda más a la guerra que esa mierda de los cupos. Todo esto me habla del esfuerzo que hacían mis padres, de que estaban dispuestos a adaptarse, y de cierta relación con la elite. Éramos la familia judía amiga de Ángel Garma (uno de los pioneros del psicoanálisis en la Argentina); mi médico era Florencio Escardó, todo era topísimo. Pero yo me daba cuenta de que yo no era tan topísimo.
–¿Ya sabías que el arte era lo tuyo?
–Todo empezó en este living, seguro. Después, en mi adolescencia, entré en una asociación judía y me pasé a un colegio estatal. Fue la época en que la conocí a Cecilia (Roth), porque los del Instituto Libre de Segunda Enseñanza nos encontrábamos en la plaza con las chicas y chicos del Carlos Pellegrini. Siempre nos reímos, porque fuimos novios un ratito. Ya ahí tuve indicios muy claros de mi temperamento teatral. Y después, ver A Chorus Line, a Fred Astaire y a Ginger Rogers, las películas de Niní Marshall, ver cine argentino, Jerry Lewis, el teatro de Hugo Midón y tantas otras cosas, me fueron llevando. Primero estudié actuación en el teatro IFT y después estudié dirección teatral.
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–¿Cuál fue tu primer contrato profesional?
–Con Nacha Guevara en Las mil y una Nachas, en el teatro Estrellas, en 1975. Inolvidable en muchos aspectos, porque fue cuando pusieron la bomba. Me conmueve recordar. El día previo al debut hubo muchos problemas y Nacha los adjudicó a lo técnico. Nos sentó a todos, nos dijo que no lo iba a permitir, pero ya había un runrún, porque no era normal que fuese tan problemático. Había un número que se llamaba “El Pichi”, que es una canción muy famosa de una zarzuela. Nacha decidió hacer el rol del hombre, entonces todos los bailarines nos vestimos de españolas. El día del estreno, cuando estábamos listos, explotó la bomba. No recuerdo gritar, pero sí estar asustado, sentado en el piso. Bajé desde el tercer piso y, entre luces estrobocópicas, mi madre me buscaba. Y me encontró vestido de mujer…
–Hoy dirigís y producís Chorus Line, pero en su momento audicionaste y no quedaste…
–[Se ríe] Tal cual, Romay me llamó después de verme en Aquí no podemos hacerlo. Y no quedé. Por esas vueltas de la vida, con Florencia Masri, con la que hace tres años abrimos la productora Rimas, cerré el círculo, porque la produzco, la dirijo y hasta hice un reemplazo en el papel del director.
"A mí me salvó vivir cada día con ilusión. Antes sólo quería estrenar, la pandemia me enseñó a disfrutar también de los ensayos, de cada momento"
–El círculo virtuoso se repite con Fernando Dente.
–Nos conocimos en High School Musical, la película, después hicimos Hairspray, Musicool y hoy somos socios en el Instituto Argentino de Musicales (IAM). Tenemos una relación maravillosa y aprendo de él cosas que no me resultan simples, como la forma de vestirme, porque soy desprolijo. De hecho, hoy me llamó para chequear qué me iba a poner para la nota. Tuve la suerte de tener grandes socios: Julio Chávez es mi socio de la vida, Julio Bocca, mi socio absoluto, Enrique Pinti, Eleonora Cassano, Lino Patalano, que no fue un socio literal, pero durante quince años todas las obras que hizo, las hice yo, Florencia Masri. Gracias a ellos aprendí a no ser intolerante y, como soy muy expansivo, a que mis delirios no trastoquen mis objetivos.
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–Además de estrellas nacionales, también trabajaste con artistas como Julio Iglesias o Cyndi Lauper. ¿Cómo son?
–Julio es un encanto. Lo conocí gracias a Juan Fabbri, que le recomendó llamarme para la gira de Tango. Pero cuando lo hizo, creí que era una broma y un buen rato le respondí con acento español. Cuando caí que era Julio Iglesias, casi me muero. Pero él lo tomó con humor. A Cyndi la conocí en Nueva York, adonde viajamos para ultimar detalles de Kinky Boots, que estrenamos en 2020 (tiene música y letras de ella). Un día fuimos a comer a Sardi’s, una especie de Edelweiss de allá, y le dije a cuanta persona crucé que si la veían, le avisaran que estaba Ricky Pashkus, que iba a hacer su obra acá. Y apareció una mujer vestida como una reina que hablaba como una más del barrio y me dijo: “¿Are you Ricky?”. Cuando nos abrazamos para sacarnos una foto, me vio una mancha en la camisa y me la limpió con una servilleta mientras decía, a pura risa, “Ricky, you are with Cyndi Lauper!”. La íbamos a traer después de estrenar, pero la pandemia cambió los planes.
–A pesar de la pandemia, te mantuviste muy activo.
–Al principio, estuve bajoneado, cuando escuchaba “los artistas no son esenciales”, o “el streaming vino para quedarse”. Entonces la llamé a Alejandra Darín y le propuse dar clases gratis en la Asociación Argentina de Actores, que resultaron zooms multitudinarios. Después hice SET, una serie de entrevistas a grandes figuras por streaming a beneficio de la Casa del Teatro. Y todo el tiempo estaba Fernando Dente enfocado en el IAM, esas charlas creativas me hacían bien. Si bien fue horrible todo, la incertidumbre no me hizo dejar de desear. Para mí la reapertura de los teatros fue algo maravilloso y me enorgullece que muchos me agradezcan, porque junto a Carlos Rottemberg, Flavio Mendoza y tantos otros reclamamos que sucediera. Me salvó vivir cada día con ilusión.
–Con una carrera tan exitosa, ¿te quedaron cuentas pendientes personales, como ser padre?
–Mi libido está cien por cien puesta en el trabajo, voy a sacar mi libro, Consérvate bueno, que publicará Planeta, quisiera dirigir cine… Me hubiese gustado tener hijos, pero no lamento nada. Con Florencia, mi socia, establecí un vínculo familiar muy extraño, sus hijos, que son talentosísimos y trabajan en Chorus Line, son como mis hijos. Me quedaría pendiente que no exista la muerte, porque tengo pánico de que mueran las dos personas que más quiero en el mundo, Julio Chávez y Tommy Pashkus. Calculo que no podré hacer nada al respecto.
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