Salir del under y volverse masivo: el cerebro detrás de la banda de moda
Alejandro Almada estuvo en todas: desde el surgimiento del "Nuevo rock argentino", la electrónica y la cumbia; ¿cómo piensa y actúa el manager de El Mató a un Policía Motorizado?
Como manager, productor o agente de prensa, Alejandro Almada estuvo en todas. En los noventa animó el “Nuevo rock argentino”, del cual surgieron Peligrosos Gorriones y Los Brujos, y participó de las primeras raves en Parque Sarmiento, cuando la electrónica dejaba de ser un mero “punchi-punchi” para convertirse en una cultura urbana que luego se expresaría en la Creamfields local. También gestionó los tiempos iniciales de Turf, la banda que junto con Juana La Loca sintetizó la influencia britpop en el rock argentino de la época (cuando Joaquín Levinton era todavía un posadolescente con porte de Casanova stone), así como la emergencia de la Urban Groove, el primer colectivo argentino de DJ.
Ya en los años 2000, le hizo prensa rockera a Pablo Lescano y Damas Gratis cuando la cumbia villera desterraba con sus ritmos cadenciosos y jerga tumbera a la romántica de los noventa, y alentó el despegue de Natas, el combo de psicodelia densa que rompió el gueto para invitar a soñar. En el medio, ayudó a alumbrar la primera camada fuerte de rap (los hermanos mayores de quienes hoy riman en las cada vez más concurridas “batallas de gallos”) haciéndolos grabar Nación Hip Hop, iniciático compilado para una multinacional; y desde hace más de 10 años se convirtió en la fuerza organizativa de El Mató a un policía Motorizado, la banda de moda que sin buscarlo, pero sin rehusarse tampoco viene alentando el recambio del siempre expectante rock argentino con himnos emergentes que se convirtieron en emblemas generacionales (“Amigo piedra”, “Mi próximo movimiento”, “Mujeres bellas y fuertes”, la reciente “El mundo extraño”), una convocatoria creciente que rompe barreras sociales y de estilo, y una independencia respecto de la gran industria que sabe usar a su favor.
“Es cierto que son bastantes años que ando en esto”, acepta Almada respecto de su recorrido personal de casi 25 años con esa sonrisa achinada que le conocen quienes desde hace años trajinan el under de la noche porteña en sus distintas variantes. Se lo ve algo cansado, pero contento. El Mató viene de agotar (otra vez) una serie de shows en Niceto (lo mismo hizo antes en La Trastienda y la próxima lo hará en Vorterix) luego de la salida de La Síntesis O’Konor, su esperado y excelente último disco, y la pregunta es cada vez más recurrente: ¿cuándo un Luna Park? “Seguramente en febrero”, desliza el hombre que no tiene secretos ni métodos para haber estado siempre ahí, donde las cosas nuevas ocurren. ¿O sí? “Me gusta tener una actitud atenta. Con Damas Gratis me pasó. Y con Natas, que la primera vez que me hablaron de ellos sentí algo. Entonces fui a verlos y entendí por qué. Eran buenísimos”.
En una escena y en un época donde se valora muchísimo el sentido de la innovación y la capacidad de anticipar el futuro, Almada –que como se marcó al principio, viene estando siempre ahí, donde las cosas suceden por primera vez– no cree tener un don especial, aunque sí sabe estar atento a las señales. “Siempre digo que hay que hacerles caso a las intuiciones. Cuando conocí a El Mató, año 2004 más o menos, era una época en que recibía un montón de discos y era difícil que los pudiera escuchar a todos. Pero justo estaba trabajando con Damas Gratis y cuando me llegó el mail del Chango (Santi Motorizado) con el asunto «El Mató a un policía Motorizado» pensé: ah, otra banda de cumbia”, relata con una sonrisa. “Los busco entonces en la Web, les doy play y ¿qué aparece? Una banda onda Jesus and the Mary Chain, una de mis bandas favoritas. Me pongo a ver un poco más ¿y qué saltan? Los dibujos del Chango, que también me encantaron. Ahí me dije: acá hay algo”.
¿Cómo se conduce y gestiona una banda? Porque más de lo que llega a conocerse, abundan los casos de grupos talentosos y con futuro, pero arruinados por un manager que cae en dogmas autoimpuestos que cierran puertas. O al revés, que de tanto “querer meterlos en todos lados”, convierte al proyecto musical en una versión triste de mercantilismo sin identidad. También los que sin permiso del grupo se inmiscuyen en cuestiones creativas que le son ajenas. “Mi caso es distinto”, describe Almada. “Tengo muchos años de psicoanálisis, entonces soy de dejar hacer. Y en el error, aprender. A veces parece que no estoy, pero estoy. Ejemplo: si puedo almorzar en mi casa, almuerzo en mi casa; no con ellos. Les doy aire. Porque sé que voy a morir pero la música de ellos va a seguir estando. El otro día le comentaba a un amigo: si algo me puedo jactar como manager es que a mis grupos les hago ganar plata pero sin comprometerlos a futuro. No los hipoteco. Si mañana dejan de laburar conmigo, les va a quedar una buena base”.
Criado en San Miguel, en el seno de una familia de clase media trabajadora, Almada arrancó organizando recitales en los ochenta junto con amigos de la zona (“Llegamos a traer a Attaque 77 y Don Cornelio”, recuerda) para pronto mudarse a Capital e involucrarse en la “movida sónica” a partir del curso (no casualmente llamado Club Sónico) que llevaban adelante los críticos Pablo Schanton y Norberto Cambiasso. Y que lo condujo a convertirse en manager de Peligrosos Gorriones, además de producir fechas para Los Brujos, y eventualmente crear en Córdoba el festival Nuevo rock argentino, su primer acierto en el ambiente del rock. “En esos años creía mucho en una filosofía del rock de corte movimientista, algo que pudiese cambiar la realidad. Y en un punto lo sigo creyendo, pero más que nada estéticamente. Tengo amigos que ya ni siquiera creen eso. «Ni los hábitos alimenticios logramos cambiar», me dicen (sonríe). Pero bueno, nosotros crecimos pensando que el rock iba a cambiar el mundo. Y creo que en punto ya lo hizo. Aunque no sé si para bien o para mal”, dice.
Testigo directo y de algún modo coprotagonista en las sombras de muchas de las nuevas tendencias musicales de las que se viene nutriendo el campo cultural, ¿cómo ve Almada la actualidad del rock argentino, recurrentemente acusado de estar en crisis? “Está todo muy segmentado”, acuerda. “Es difícil que una a banda la conozcan todos como era antes, desde el público general a nuestras tías abuelas, gente por fuera del rock”, señala respecto al menguante alcance de los grupos más masivos. Pero también contrasta: “Mucho del trabajo de las bandas independientes de los últimos años se está viendo reflejado. A El Mató, por ejemplo, lo empezaron a pasar en las grandes radios. A regañadientes, pero los están pasando. Y creo que eso va a suceder cada vez más: los grupos que aguantaron creyendo en lo suyo durante los años más duros son los que al final van a recibir su recompensa”.
–¿Por qué creés que le va tan bien a El Mató?
–Tienen canciones: eso es fundamental. Y tocan muy bien. Son buenos instrumentistas todos. A eso sumale la magia, el plus, cierta mística. Y que nunca pusieron la presión sobre la música. La resguardaron desde el principio. Trataron de que lo externo no los afecte. Y eso funciona.