Sant Hilari Sacalm
En el siglo pasado fue idilio de veraneantes de montaña y remedio natural en las prescripciones a tullidos renales y víctimas de astenia en general: manantiales, aire de pueblo y bosques desbordados. Las ansias de consumo que resumen nuestra curiosidad a superficies de cemento y ofertas vacuas redujeron el turismo a un "casi no toco" y me voy, ignorando la grandeza de un espacio natural que despierta cuando dejamos atrás las casas adosadas de mil tonos de ocre. Pueblo de silencios donde se mezclan abuelas que barren con ímpetu la vereda en pantuflas y nietas feministas que cuestionan, con aquel mismo ímpetu, el poderío del macho cazador. Pueblo de vacío aparente que despierta el último jueves de agosto ante los estruendos, las corridas, el baile y la osadía legados del Medioevo: una "colla" de mujeres y hombres disfrazados de diablos desfilan ante miradas lejanas y entre adeptos extáticos con fuego, pirotecnia y una batucada de cardio de fondo anunciando el inicio de los cuatro días de la fiesta mayor del pueblo.
Taverna del Subirà
Son cinco kilómetros de ripio semifrenético compartido en igualdad de condiciones por ciclistas todoterreno, runners, camiones que portean agua envasada, buscadores hambrientos de hongos para el autoconsumo o la venta y, al ponerse el sol, algún coche que intenta encontrar un escondite apto para el besuqueo, los que llegan hasta la atalaya boscosa donde se erige El Subirà. Esta monumental masía, cuya familia dominó durante siglos sus 400 hectáreas y sus salpicadas casas bajo un sistema de tipo feudal, revivió en espledor y con cierta picaresca hace cinco años como una taberna próxima y descontracturada. Su resumido menú nos libra del vértigo desesperante de las cartas en formato bíblico. Comida casera que se mimetiza con la apertura del paisaje. Sibaritismo no apto para veganos ni animalistas: "rostit" de ratafia (pollo, cerdo y conejo a fuego lento, cocidos hasta la caramelización melosa en el licor de hierbas del terruño) y estofado de jabalí.
Parque Natural del Montseny
Con el acceso de la mayoría de la población a la titularidad de un auto, surgió una nueva subespecie de homo sapiens: el "pixapins", homínido que en su hábitat de ciudad solo relaja sus normas y su vejiga ante un inodoro, y que tan pronto como en su ruta turística se interponen pinos siente la imperativa necesidad de parar a pie de ruta a mear. Los turistas llegan al Montseny (el ‘monte signus’ que los romanos divisaban desde alta mar) en busca de castañas, desconociendo, quizá, que en este espacio se reúnen tres comunidades vegetales: la mediterránea, la eurosiberiana y la boreoalpina. La regresión de actividades económicas ligadas a la explotación de la tierra no coartan nuestro sueño de pastores conversos: despertar las antiguas sendas ganaderas para trashumar con nuestro rebaño hacia este entorno declarado reserva de la biosfera por la Unesco.
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En 2008, dejé Buenos Aires sin más proyectos que permitirme vivir un profundo enamoramiento a la catalana in situ, fuera del espacio virtual. Fuimos fluyendo y después de tener un hijo, plantar un huerto y leer muchos libros decidimos crear "Circus", nuestra pequeña granja de ovejas lecheras y quesería artesanal en el monte boscoso.
Yas Recht Rasillier
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