La icónica cadena Mandarín Oriental por primera vez abre una sede en Latinoamérica, para ello se hace del edificio más emblemático de Santiago de Chile, donde reformuló toda la propuesta. LA NACION lo recorrió en exclusiva y degustó el revolucionario menú del chef argentino que se encarga de la gastronomía del lugar.
El cilíndrico edificio que emergió en la zona de Vitacura cuando aquello era como el lejano suburbio de Santiago de Chile se transformó en ícono. Desafiando la nada circundante (ahora repleta de tramado urbano) se irguió mitad vidrio mitad concreto. El par de ascensores vidriados que circulan en su columna vertebral, espían hacia la cordillera gracias al tejido de cubos cristalinos que transparentan la ciudad. Es tradición de viajero sentarse en el centro del lobby y disparar hacia el cielo bajo la cúpula que todo lo domina. No ha de haber una toma más instagrameada en toda la ciudad.
Hoy, luego de un arduo pasaje de manos que implicó algo más de dos años de transición, emergió el abanico, emblema de la cadena Mandarin Oriental, y vida nueva se ha derramado en la región. La expresión de súperlujo que propone la cadena que opera 32 hoteles y 6 residencias en 23 países con más de 7500 habitaciones, plantea un juego de seducción que, ante todo, se centra en un término que en cuestión de viajes se ha puesto de moda: la experiencia. Su arquitectura en el mundo es serena y relajada. Hay una expresión de vanguardia orientalizada que se acerca mucho a la lectura zen de los espacios, donde la madera y los colores serenos imponen estilo, pero, a la vez, no deja de exhibir riqueza en las orquídeas que nunca faltan y en grandilocuencia de espacios.
Ha construido su marca sobre la excelencia en el servicio con la misión declarada de "deleitar y satisfacer completamente a sus huéspedes". El núcleo de la marca Mandarín está inmerso en ofrecer a los clientes una experiencia inolvidable al combinar las culturas asiáticas con las expectativas internacionales. Se puede definir como un lujo del siglo XXI con encanto oriental.
El primer cruce del Ecuador
A mediados del siglo XIX, cuando Tailandia todavía se llamaba Siam, se estableció una casa de huéspedes para los navegantes a orillas del río Chao Phraya. Se trataba del "The Oriental", que se convertiría en uno de los hoteles más importantes del mundo. En el año 1963, con la idea de deleitar a sus huéspedes, el Grupo Mandarín abrió en Hong Kong su primer hotel y en 1974, The Oriental fue adquirido por Mandarín, lo que le dio a la compañía dos hoteles íconos cuyos nombres representaban lo mejor de la hospitalidad. Como consecuencia, se unieron para crear la marca Mandarín Oriental bajo el célebre logotipo del abanico.
Hoy el catalán Ignacio Rodríguez, con tres años trabajando para la cadena y con antecedentes en Waldorf Astoria y Hilton, llega para liderar el desembarco. Un paso muy importante en la expansión de la marca, ya que América Latina es un gran receptor, tanto por motivos turísticos, como negocio, y el alto tráfico que se genera demanda hoteles de todas las categorías, incluido las que apuntamos a un servicio más exclusivo y detallista".
Chile sedujo hace un par de años atrás, cuando se decidió la inversión. Para el nuevo gerente, "además de ser un país avanzado económicamente y puntero en muchos aspectos dentro del continente sudamericano, ofrece una riqueza natural extraordinaria, así como opciones de ocio y aventura. Además de la parte económica, que mueve negocios en muchos ámbitos y lugares del país, en los últimos tiempos hemos visto que Santiago está ampliando la oferta gastronómica con bares y restaurantes ya destacados en las listas que mencionan a los mejores del mundo. Todo ello genera un polo de atracción para los turistas y sitúa a Chile como una gran opción de viaje para cualquiera". Los avatares más recientes no borran la idea del crecimiento sólido desde hace décadas".
Visto desde el otro lado de la cordillera, la duda ronda en cuándo se abre uno en Argentina. Aseguran que pretenden alcanzar la presencia que ya tienen en otros continentes, pero la cautela es lo que distingue los pasos dados en las nuevas aperturas y se huele que aún no es tiempo para pensar en otra sede. Sin hotel de este lado, partir al otro sigue siendo sencillo y económico. Jetsmart une ambas capitales desde 67 dólares por tramo.
Volver a empezar
El trabajo de fundar la esencia Mandarín se ha convertido en una tarea muy delicada. Hacerlo sobre un hotel que fue icónico y tratar de mantener ese prestigio cambiando su imagen ha sido un gran reto. Según Rodríguez, "se ha buscado estar actualizado con respecto a las tendencias: mobiliario moderno, materiales y colores que trasmiten viveza, luminosidad y armonía". El visitante se encontrará con el único hotel de Santiago que cuenta con un jardín dentro de sus instalaciones. Habrá experiencias que no son ostentosas sino de un sereno lujo.
El primer paso importante -ya dado el pasado año- ha sido la elección del chef a cargo del desarrollo gastronómico. Y recayó en manos de Germán Ghelfi, cordobés, quien se formó en la escuela de cocineros Azafrán, cuando aún la cocina no estaba de moda. Luego incursionó en el mundo de la pedagogía, dictando charlas, cursos y posteriormente, cocinó para diferentes restaurantes en su ciudad natal. Tiempo después, la vida lo llevó a participar en una competencia de cocina en Buenos Aires, donde fue descubierto por el chef ejecutivo del Hilton Buenos Aires, quien sin dudarlo, lo invitó a formar parte de su equipo de banquetes. Así su trayectoria construyó una espiral para arriba... siempre más alto.
Ahora, arribando al nuevo proyecto que lo enfrenta a reinventar una experiencia chilena bajo el prisma de Mandarin, ha logrado imponer un cambio radical afincado en la recuperación de los ingredientes locales, algo de la raíz personal de cada participante de la cocina, como el ravio de la abuela, inspirado en una receta de la suya. Además de haber reinventado el menú de pe a pa, se ha puesto sobre sus espaldas el primer proyecto vitivinícola del mundo para la cadena.
En conjunto con el equipo enológico de Lapostolle, viña franco-chilena dedicada a cepas de clase mundial en el Valle de Colchagua, dieron vida al primer vino, en dos versiones, de Mandarín Oriental: MO Carménère y MO Blanc. Dos propuestas que esperan entregar a través de estos vinos un poco de Chile a sus huéspedes.
MO Blanc, el más complejo de los dos, se crea a partir de los viñedos de uvas chilenas varietales Semillón, produciendo un blanco seco y con cuerpo. "Es un vino más bien patrimonial, de parras muy antiguas que se mezclaron con Sauvignon Blanc y Sauvignon Gris para darle un poco más de frescor. Es un vino bastante gastronómico, distinto a otros blancos, porque tiene un dejo a frutas maduras, a miel y a menta. Va perfecto con la cocina de Matsuri", indica el chef.
MO Carménère, a menudo referido como el tinto preferido de los chilenos, tiene toques de especias y frutas cálidas, maridando en perfecta armonía con la cocina italiana que se ofrece en Senso, restaurant emblemático del hotel. "Este Carménère tiene un toque de Syrah, lo cual le aporta flores y vida. Es muy buen acompañante de pastas y carnes en Senso. Ambos maridan muy bien con la gastronomía del hotel", indica Ghelfi.
En segundo lugar, luego de la muy buena intención viñatera, el hotel ha despegado impulsado por el ingenio de Ghelfi. Cartas jugosas, un desayuno que incluye arroz con leche y mote con huesillo, propuestas especiales para el brunch de los domingos, que ganan el jardín con el staff de chefs cocinando en vivo, la reformulación del bar El Origen, con un joven barman, Víctor Gómez Romero y el sueño de montar cabañas privadas al borde de la piscina para que el placer gastronómico también se de con los pies en el agua.
Hay mucha energía emergente en el lanzamiento. una efervescencia que se mezcla con la gestualidad oriental de la calma. Una mirada luxury que aprendió sabiamente a no ser nada lujuriosa.
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