A los 16 sus miradas se cruzaron y el amor nació entre ellos hasta que una pelea familiar los alejó
Lara atesora entre sus recuerdos más preciados una historia de amor única e inolvidable. La historia es suya y es agridulce, pero ella sonríe al rememorarla, mientras observa de reojo a su familia compartiendo un instante precioso en el calor de su hogar; allí está su presente, que son sus hijos y su marido, a quienes ama profundamente. Pero aquel viejo amor fue un amor de la juventud, que marcó su corazón para siempre.
El verano de los 16, el comienzo de una historia inolvidable
Matías vivía en Boedo y todos los veranos viajaba al pueblo de Lara para pasar las vacaciones con sus abuelos. Desde pequeños, tanto en las calles, en los paseos de la tarde, en la confitería, en esos mates en la plaza, sus miradas se cruzaban.
Fue cuando Lara cumplió 16 años que vivió uno de los mejores instantes de su vida. Todo comenzó una tarde en la casa de una amiga, cuyo patio lindaba con la casa de los abuelos de Matías, tan solo dividido por una ligustrina. Ella allí, él del otro lado, en un momento sus miradas se encontraron y se reconocieron ya grandes, cambiados.
“Con mi amiga lo invitamos a tomar mates esa tarde. Yo era súper vergonzosa, pero él ya me era familiar. Comenzamos una amistad hasta que decidimos empezar a salir”, rememora Lara.
La prohibición del amor: “Solo podía estar en la vereda”
Todo fue idílico, los paseos, los besos, entre mates, helados y charlas. La vida les sonreía y se confesaron enamorados en aquel comienzo del verano. Sin embargo, todo cambió cuando el mundo adulto golpeó a su puerta con fuerza para dejar ingresar las tensiones, guerras sinsentido, así como los celos, las envidias y los mandatos. La madre de Lara se enteró de la relación y, como tenía un vínculo muy malo con la familia de Matías, le prohibió a su hija hasta la más mínima salida: “Solo podía estar en la vereda”, revela Lara, emocionada.
Matías no se dio por vencido, a la distancia la observaba, desde la frontera de un terreno baldío que se extendía junto a la casa de Lara. A su vez le envió cartas, muchas e incansables cartas, pero a manos de la joven solo llegó una: “Las otras las encontraba mi madre y las guardaba, aunque yo de esto no me enteraba”, rememora. “En ese momento sentía que había conocido al amor de mi vida. Quien me cuidaba y amaba sinceramente”.
El adiós: “Nunca te voy a olvidar y si algún día tengo una hija le voy a poner tu nombre”
Luego de varias semanas sin poder salir de su casa, la tristeza consumió a Lara hasta el punto de enfermarse gravemente. Para su familia, Matías era el culpable y le prohibieron verla cuando estuvo internada. Aun así, él permaneció ahí, junto a ella, cerca de la ventana, en la vereda del hospital: “Al recuperarme sentí que había tocado fondo y que no podía continuar así. Sin poder hacer mi vida libre como cualquier joven de 16 años”, cuenta Lara.
Días después, Lara le pidió a su hermana que lo citara en una plaza para hablar y decirse adiós. A las 17:30 estaban allí. Su hermana los dejó solos.
“Le dije que lo amaba pero que ya estaba cansada de esa vida, que quería que me dejaran salir. Prometió esperarme, le dije que nunca volveríamos a estar juntos, aunque lo amaba. Lloramos juntos. Nos abrazamos fuerte. En esos instantes de despedida me dijo: nunca te voy a olvidar y si algún día tengo una hija le voy a poner tu nombre”.
Volverlo a ver
El tiempo pasó y Matías conoció a otra chica. El dolor atravesó el corazón de Lara al enterarse de su casamiento, seguía siendo el amor de su vida. Igual de fuerte fue el dolor de Lara al encontrar las cartas que su madre le había ocultado. Ella esperó que los veranos siguientes él volviera, aún seguía queriéndolo. En varias ocasiones lo buscó por las redes sociales, pero nunca se animó a escribirle para no comprometer a su pareja.
Años después, mientras Lara caminaba hacia la casa de sus padres, vio a una niña correr y a lo lejos a un hombre detrás de ella llamándola. Era él. A su hija le había puesto su nombre.
Lara pensó en acercarse y decirle que aún lo amaba, pero se contuvo y siguió camino sin que Matías la viera: “Su vida era perfecta así con su familia y le deseé lo mejor en silencio”, cuenta hoy con calma. “Años después conocí al padre de mis hijos con quien formamos nuestra maravillosa familia”, concluye.
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