Carolina jamás hubiera imaginado que desde un escritorio de una productora de televisión iba a darle inicio a la historia de amor más importante de su vida. Todo comenzó cuando le pidieron que consiga un contacto para poder realizar la cobertura de una fiesta tradicionalista que se iba a llevar a cabo en un pueblo de Buenos Aires. Fue allí que conoció a María José, una maestra que formaba parte de la comisión, quien le dio el visto bueno y la puso al tanto durante los siguientes días. "Todo marchaba sobre ruedas, hasta que las imparables lluvias impidieron la realización de la fiesta, que quedó prácticamente cancelada. Pero los planetas estaban alineados para conocernos, me informaron que finalmente sí se haría en diciembre, algo que casi nunca ocurre", recuerda.
Para Carolina, viajar a aquel pueblo le traía maravillosos recuerdos de su infancia. En el camino, mientras le relataba a su compañero camarógrafo acerca de sus andanzas por aquellas tierras, le dijo: ¡Preparate! Este es el pueblo de la amistad.
Esa mirada seria
A su llegada le pidió a Majo hablar con alguien que estuviera en la organización de caballos y desfile criollo. "Pablo", lanzó ella y fue en busca de su hermano menor. "Entonces apareció él, con su caminar ladeado, boina, bombachas de campo, pañuelito al cuello y alpargatas", cuenta Carolina sonriente, "Estaba serio y concentrado".
Llegada la noche, el frío de la pampa húmeda envolvió la velada y reunió a todos para comer una vaquillona asada. Aun a pesar de estar sentados alrededor de un fuego, el abrigo de una campera no era suficiente. Fue entonces que, entre charlas, miradas, idas y venidas, Pablo le ofreció su poncho, uno que se lo había negado a varios.
"Recuerdo las miradas sorprendidas de algunos y las sonrisas de otros", ríe Carolina, "Ese poncho posaba sobre mi espalda dándome el suave calor que el fuego no era capaz, y de alguna manera estaba uniéndonos. Esa noche le hice la primera de las notas al niño de boina y pañuelito, a ese joven serio que empezaba a intrigarme".
Desearlo todo
El día del desfile criollo había arribado y una nueva nota reencontró a Carolina y a Pablo, con campo de destrezas detrás. La seriedad de él seguía intacta y la intriga de ella se acrecentaba, pero la joven sabía que no debía ilusionarse ya que en pocas horas debían partir. Los planetas, sin embargo, se habían vuelto a alinear: por inconvenientes técnicos los espectáculos se habían postergando para más tarde.
"Nos vimos obligados a dormir otra noche en el pueblo", explica Carolina con un guiño, "Ahora sí la noche arrancaba realmente para nosotros. Con el placer de un programa listo, nos instalamos en el sector de cantinas en busca de un par de cervezas. Obviamente empecé a observar con insistencia a ese joven gaucho, que vestido de gala y mantenía su seriedad. Sabía que no me podía ir sin hablarle, sin llamar por un segundo su atención y sin descubrir qué escondía detrás de ese semblante".
Un impulso irrefrenable la movió hacia él, con la excusa de sumarse a la charla, sin embargo, a los pocos minutos Pablo anunció que debía irse a cerrar su heladería. "Qué me invite a cerrarla con él", pensó Carolina sin animarse y con miedo a no volver a verlo nunca más. "Por suerte me equivoqué y volvió y desde ahí todo, pero todo comenzó a suceder. Nos sumergimos en la más hermosa charla. Mi mirada posada en su boca, sus ojos esquivándome todo el tiempo".
La gente comenzó a irse, el espacio y el frío en las calles de ese domingo se hacía cada vez más grande, la fiesta había terminado, parte del pueblo ya dormía, pero allí permanecieron ellos dos, inseparables, querían que la noche siga. "Su propuesta fue ir al karaoke del pueblo y por supuesto no me negué. Cómo latía mi corazón al cruzar caminando la plaza: quería besarlo, lo deseaba, quería su boca, su abrazo. ¡Me merecía tenerlo!"
La entrada al karaoke fue triunfal, aun hoy Carolina no entiende por qué los aplaudieron. Los presentó el locutor y la música comenzó a sonar, juntos cantaron "Qué bonito" con mirada cómplice hasta que sus manos se entrelazaron. "Ya estaba todo dicho, sabíamos que algo estaba empezando, que queríamos más o menos lo mismo. El dueño del bar dijo que se retiraba, pero nos dejaba la llave. Todos estábamos cansados después de un finde intenso, lo mejor era irnos. Y en ese momento de adrenalina, de saber que estábamos a punto de separarnos, arrimándose tiernamente sobre la mesa y hacia mi lado, me pregunta: ¿vos qué vas a hacer? A lo que respondo: me voy con vos. Fue un instante mágico. Más tarde llegó nuestro primer beso, ese beso, especial y único, pero por sobre todo nuestro, muy nuestro. Una mínima vuelta por las polvorientas calles del pueblo y luego, la invitación que dio lugar a todo".
¿Tan solo una aventura?
Carolina creyó que su aventura con Pablo había sido tan solo una bella anécdota que quedaría para el recuerdo, pero ese mismo lunes, de vuelta en su rutina, los mensajes de su gaucho no pararon de llegar. "Empecé a aprender tanto de él, a través de su modo de vida, sus sueños. Mi corazón se expandió y empecé a entender que la felicidad compartida es inmensa, que hasta lo más rebuscado es tan fácil con un otro. Con él empecé a darme cuenta de que a la vida hay que vivirla manera `sencillita y de alpargatas´, como siempre decía".
Hasta el 24 de diciembre no se volvieron a ver y el celular se transformó en el más preciado aliado para conocerse. Carolina viajó a para las fiestas a su pueblo natal (cerca del suyo) y el universo, que le encantaba conspirar para ellos, hizo que Carolina quedara sola en la casa de su familia. "¡Por lo que nuestro encuentro fue ideal!".
Las sucesivas noches fueron de ellos: caminos de tierras, camas de hotel, rutas, risas y aventura y comenzaron a aparecer los "cariño", "mi amor", "te extraño". "Si bien era todo muy raro, me gustaba", confiesa Carolina, "Hasta que un buen día para nada lejano llegó el `te quiero´ y ahí sí que no entendía nada y no me salía decir lo mismo. Creyendo que estaba un poco loco, lo dejaba pasar, hasta que uno de esos días me levanté y me dije: no me sale decirle te quiero, ¡porque lo amo!".
Te amo
La empresa de transporte se transformó en una especie de puente sagrado. Carolina todavía recuerda la primera vez, cuando le avisó que había llegado a Palermo. Ahí estaba, esperando con la mirada desorientada y un leve hamacar de su cuerpo hacia uno y otro lado, boina colorada, alpargatas y maleta en brazo: el gaucho había llegado a la ciudad. "Esa misma noche Puerto Madero nos recibió con su belleza para que lo disfrutemos. Entre mojitos y besos nos comíamos el mundo, siendo todo tan nuevo, pero tan bello".
Por primera vez, Carolina se animó a soltarse en el amor, a dejarse ser. Ella volvió a su pueblo y el universo siguió conspirando a su favor al mandarla a trabajar cerca en otras ocasiones. "Así fue que pasé a estar en su vida, en su casa, su lugar, en sus sábanas, en él. Y, de repente me encontré compartiendo salidas y reuniones en pareja con amigos suyos, algo que nunca había experimentado en relaciones anteriores. También llegaron los `te amo´", recuerda emocionada.
La verdad nos hará libres
Pero en esta historia mágica, lo que parecía imposible, sucedió. "Todo terminó. Ya no existen más los besos. Enterramos los te amo. Destruimos nuestros sueños. No sé qué pasó, ni cómo. No entiendo nada, juro que nada", relata Carolina por lo bajo.
"De un día para el otro, cambió absolutamente todo y él desapareció, se esfumó por un largo tiempo. Hasta que un día recibo un mensaje de él diciendo que había dejado embarazada a su ex. Me corrió por el cuerpo un gran alivio porque estaba frente a la verdad que hacía meses me venía negando. Verdad que yo ya sospechaba, ese mensaje fue solo una confirmación. Sin embargo, quedaba entre nosotros una charla pendiente… Charla que ocurrió apenas hace un par de noches. ¿Cómo me siento? Libre y en paz conmigo misma. Primero porque es real que la verdad libera, ¡es tan necesaria! Pero por sobre todo porque yo me animé a amar, a sentir y a vivir un amor que para mí fue genuino y verdadero, como nunca antes lo había hecho".
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