Reconoce que desde pequeña tuvo una conexión especial con la naturaleza. Una profunda curiosidad se despertaba en ella cada vez que iba al parque con sus padres. Sin siquiera pensarlo, Karina Azaretzky (38) terminaba trepada en algún árbol o se ponía a juntar piedritas de colores en los areneros que frecuentaba. "Recuerdo que disfrutaba muchísimo cuando teníamos una excursión con el colegio al aire libre o cuando regaba las plantas con mi abuela. Cosas simples, pero que a mí me encantaban", recuerda la fotógrafa.
Hasta que a los 14 aprendió a manejar la vieja cámara de fotos de su papá y, a partir de ese momento la fotografía se convirtió en su hobby preferido. Desde luego, no tardó en darse cuenta que los motivos que elegía para fotografiar tenían siempre un denominador común: paisajes, árboles, flores. "Mi vida en Tucumán era tranquila y a la vez llena de actividades ya que ejercía dos profesiones en paralelo: como licenciada en artes plásticas y fotógrafa. Siempre estaba ocupada, trabajaba como profesora e investigadora de historia del arte en la Universidad Nacional de Tucumán y, además, tenía un emprendimiento dedicado a la fotografía infantil. También fui productora de un importante festival de fotografía que se realiza en la provincia, la Bienal Argentina de Fotografía Documental y durante un tiempo trabajé como fotoperiodista. En simultáneo me dedicaba a mi propia producción artística y participaba en diversas exposiciones individuales y colectivas donde el tema principal de mis obras era la naturaleza".
Para inspirarse y obtener material para sus trabajos, Karina viajaba seguido a la montaña, su lugar y refugio en el mundo. Viviendo en Tucumán tenía la suerte de tener los Valles Calchaquíes (Tafí del Valle, Amaicha del Valle) a solo dos o tres horas de distancia, y entonces iba muy seguido. Pero, más allá de esas escapadas a la montaña, Karina sabía que la naturaleza era algo omnipresente en el mundo que ella transitaba en Tucumán: la vista del cerro San Javier, los lapachos que inundan las calles de rosados y amarillos, el perfume de los azahares… Eso paisaje de aire puro siempre estaba ahí, a su alcance.
Mirada verde
Pero aunque Karina tenía un buen pasar en Tucumán y había logrado todas las metas con las que había soñado, muy dentro suyo sabía que estaba limitada en su provincia natal. "Sentía que en mi carrera había un techo en cuanto a posibilidades de formación y crecimiento. Entonces comencé a viajar seguido a Buenos Aires para tomar cursos de perfeccionamiento y eso me hizo dar cuenta de todo el enorme abanico de oportunidades que había en la capital y de las que mi provincia carecía. Además también me encantó la ciudad, su arquitectura, sus museos, su enorme oferta cultural".
Corría 2010. Durante esos viajes, Karina conoció a un porteño, se enamoraron, empezaron una relación a la distancia, hasta que llegó un momento en que no quedaba nada más por pensar. Tanto desde el punto de vista profesional como amoroso ella sentía que tenía que dar el paso y probar suerte en Buenos Aires. De modo que juntó valor, se despidió de su familia y partió rumbo a la gran ciudad. "Llegué a Buenos Aires en febrero de 2012 y durante los primeros meses me instalé con mi hermano, que alquilaba un pequeño departamento en el barrio de Palermo. No estaba sola, tenía a mi hermano, a mi novio y la familia de mi novio. Sin embargo, todo ese primer año fue muy muy difícil para mí. Extrañaba muchísimo al resto de mi familia que había quedado en Tucumán, a mi grupo de amigas y amigos, y me costó mucho adaptarme".
No era lo mismo pasar un par de días en la ciudad o hacer un curso, que vivir realmente en una ciudad en permanente ebullición. De repente Karina se sintió en una ciudad hostil. "El ritmo vertiginoso, los ruidos, el tráfico… pero por sobre todo la oscuridad y el cemento, sentía que vivía en una ciudad gris, que me ahogaba. Extrañaba profundamente la luz y el verde de Tucumán, y recién ahí cobré total conciencia de lo vital que era para mí. Me sentía asfixiada en Buenos Aires. Hasta que un día me di cuenta que el verde estaba ahí, era yo la que no lo veía. Comencé a observar la naturaleza en los pliegues de los edificios, a dejarme llevar en caminatas sin destino. Descubrí lugares increíbles, verdaderos oasis urbanos que se convirtieron en mi refugio. Presté atención a los árboles en las calles, a las plazas, a conocer nuevos barrios. Y por supuesto, a fotografiarlos".
Fue desde ese sentimiento de desarraigo que empezó a buscar lugares para conectar con la naturaleza, aún en plena capital. Como vivía cerca del Jardín Botánico, ese se convirtió en su primer refugio. Karina se escapaba allí cada vez que podía, idealmente con la cámara, pero también para tan solo caminar por sus senderos o sentarse a leer bajo un árbol. Con el tiempo fue descubriendo cada vez más lugares. Pasaron los años y nació en ella la necesidad de compartir todos esos hallazgos, mostrar el rostro verde de la ciudad e incentivar a otros a buscarlo también. Así surgió Historias en Verde, un blog y una cuenta en Instagram donde Karina pudo volcar y compartir esos hallazgos.
Actualmente Karina confiesa que está feliz con la decisión que tomó ocho años atrás y de la vida que pudo construir en Buenos Aires. Además de generar contenido para Historias en Verde, se dedica a la docencia. Es profesora de historia del arte y de fotografía en distintas universidades e instituciones, y también enseña de forma particular. "Creo que mucha gente se sentirá identificada con lo que me pasó a mi: es difícil disfrutar de la naturaleza en la ciudad. Por eso mi objetivo es seguir difundiendo esta información, y cada vez que alguien me cuenta que conoció un nuevo lugar por algo que yo compartí, siento que mi misión está cumplida".
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