Sexo a diario. La seducción con barbijo y sin labios rojos
Mal que le pese a muchos hay una "nueva normalidad" en plena construcción, aunque ya aceptamos que ciertas costumbres vinieron para quedarse y cambiar por largo tiempo nuestra manera de relacionarnos, ejemplo, el uso del barbijo o tapabocas, obligatorio en algunas ciudades del planeta.
De un día para el otro, después de siglos pendientes de su apariencia, gastando fortunas en maquillajes y tratamientos de belleza, nuestra cultivada cara pasó a estar cubierta con una máscara de tela. Quién iba a imaginar que hasta nos dejarían entrar a un banco sin confundirnos con ladrones o fetichistas desubicados. Este complemento sanitario que en el mundo del bondage y otras prácticas de sumisión es considerado parte del rito erótico, tiene sus ventajas y desventajas a la hora de la "nueva futura" seducción, pues claramente el amor a primera vista ya no será casual. Habrá que hacer un ejercicio mental para completar las formas del rostro en cuestión, y adivinar la sonrisa oculta, nuestro mayor imán. Y adiós a los míticos labios pintados de rojo, en el caso de las mujeres.
Para quienes se consideran a sí mismos poco agraciados, en ese gesto tan esencial está la clave de su encanto personal, pues una sonrisa inquietante suele ser más efectiva que unos abdominales planchados, qué duda cabe. Años atrás la revista Psychological Science publicaba un estudio sobre el papel que ocupan las facciones, el tono de voz y la mirada al momento del cortejo sexual y, según concluyeron los científicos, todos esos atributos físicos son efectivamente menos relevantes que la sonrisa, ya que ésta expresa la empatía. "Nos gusta la gente atractiva" explicaba entonces la psicóloga Lynda Boothroyd, de la Universidad de Durham, una de las autoras, "pero nos gustan más si se comportan de un modo positivo hacia nosotros. Casi todos terminamos con personas que están en nuestros niveles de atractivo y eso es porque de algún modo aprendemos en qué lugar estamos a medida que nos relacionamos con los demás" explicaba en el artículo. Otro ensayo más reciente aparecido en la Revista Clínica Española sostiene que las mujeres son quienes más apelan a la risa en las interacciones sociales y como recurso para llevar el estrés, mientras que los hombres parecen reír más (para no llorar, quizá) cuando deben enfrentar algún asunto delicado de salud.
Con la sonrisa confinada bajo el trapo y relegada al ámbito doméstico (ahora el face to face será virtual, vaya oxímoron), el barbijo también vino a desterrar el maquillaje de labios, ese eterno e infalible recurso estético con el que las mujeres resaltamos la forma de la boca, generando efectos sugestivos en la imaginación del interlocutor. A menos que sea indeleble, ahora qué sentido tiene gastar dinero en un cosmético que ni siquiera usaremos dentro de casa, ni para lucir en las videollamadas, devenidas en la nueva salida romántica. Apenas conocido el impacto económico del Covid-19 la industria de la cosmética de lujo asumió el fin de ese caballito de batalla y redirigió la estrategia de ventas a los delineadores, sombras y postizos para darle absoluto protagonismo a la mirada, el único rasgo que dejaremos al descubierto en los espacios públicos.
Si se trata de buscarle otro provecho a la face mask (además de la protección que ofrecen) es la connotación fetichista. Los diseñadores de indumentaria ya empezaron a reinterpretar el bozal o mordaza con materiales dignos de Treinta sombras de Grey, como charol, cuero y neoprene, lanzando a las calles a una legión de "sumisos y amos" desprevenidos. Pero el costado más significativo del uso de este accesorio es que nos obligará a valorar a las personas no por su aspecto sino por sus cualidades espirituales, ésas que en (algunos casos) siguen siendo invisibles a los ojos....