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 • HISTORICO

Si me querés, madurá

La difícil tarea de querer establecer vínculos sólidos con personas que no quieren crecer.




Los años no necesariamente van de la mano con la madurez. Y aunque esto nos resulte una obviedad, muchas veces nos encontramos con personas que lo ponen en relieve, a tal punto que hacen que resulte complicado cualquier tipo de relación que se quiera sostener. No hablamos solamente del conocido “síndrome de Peter Pan”, sino del esfuerzo que demanda intentar armar una pareja con una persona a la que le cuesta asimilar un compromiso perdurable.
Podríamos decir que culturalmente vivimos un paradigma de juventud extendida, más de una vez se suele escuchar “los cuarenta son los nuevos veinte”, pero sin embargo, todo sabemos que, muy probablemente, lo que queríamos a los veinte no sea lo que esperamos a los cuarenta. Cuando nos encontramos con personas que nos proponen vivir eternamente en una pseudo adolescencia, por más romántica que suene la idea, pueden aparecer las crisis de visiones opuestas. Por un lado, el no compromiso, el vivir el ahora, no llenar la relación de responsabilidades; y por otro lado, la necesidad de construir juntos, de establecer una pareja fuerte, de hacer crecer la relación.
Es muy difícil estandarizar la madurez de las personas, pero lo que sí se puede determinar es que para que una relación sea sólida, necesita del compromiso de ambos, basta con que uno de los dos no pueda sostenerlo, para que el vínculo se desdibuje. Cuando el otro no puede proyectar con nosotros, ni pensar un futuro juntos, la pareja se estanca, y queda sucumbida en una idea pasatista que limita su duración. Podemos sobreadaptarnos a esto, pero el precio a pagar es alto, nada más desgastante que cargar en un sólo hombro la responsabilidad que implica una relación, cuando su sentido natural es que sea compartida.
Lo primero que nos viene a la mente es que si el otro nos quiere, debería cambiar, abandonar su idea de no crecer nunca, y adoptar la madurez que requiere todo vínculo estable, pero todos sabemos que esto no ocurre fácilmente, y perdemos años en discusiones que no conducen a ningún lado. Sería muy simple decir que en estas situaciones, lo mejor es rendirse, pero cuando estamos enamoradas, nada nos detiene, y nuestro objetivo pasa a ser que el otro cambie. De este modo, nos olvidamos que los cambios personales no se pueden exigir, ni tampoco imponer, y que sólo nacen de la voluntad de quien tiene que llevarlo a cabo y no del deseo de quien lo acompaña.
Sin embargo, nos instalamos en esta postura, esperando un cambio que no llega, y luchando por hacer crecer una relación con alguien al que le excede la responsabilidad que eso conlleva. Este es el punto crucial del conflicto, la eterna ambivalencia: la fantasía de que el otro madure, y la realidad de que, tal vez, eso nunca suceda. Esta dualidad, no sólo nos perpetúa en la confusión, sino que genera que nos quedemos atados a situaciones estresantes, sin poder elegir qué es lo que realmente queremos para nosotros.

Qué conviene tener en cuenta

  • Ningún cambio personal se logra por encargo. Que la otra persona madure no puede depender de un reclamo de pareja, es un proceso muy propio, que por más que desde afuera se imponga, sólo se logra cuando se lleva a cabo desde adentro de cada uno.
  • Las parejas se construyen de a dos. En los cimientos de cada pareja se encuentra lo que cada uno espera y está dispuesto a dar por la relación. Si este pilar no está definido todo tipo de discusión es en vano, porque el verdadero conflicto no está en uno de ellos, sino en la base de lo que conformaron juntos.
  • Somos responsables de nuestras elecciones. Si nuestra relación no avanza como queremos, no podemos poner todo el foco en culpar al otro. Debemos replantearnos qué es lo que deseamos nosotros de una pareja y decidir si realmente seguimos eligiendo a la otra persona. Mientras esto último no esté claro ambos somos responsables de la situación.
  • Necesitamos aprender a encontrar nuestro límite. Cuando las discusiones, por el mismo tema, llegan a puntos extremos, debemos trabajar juntos, como pareja, para evitar no propagarlas en el tiempo. Si la crisis se transforma en rutina, entramos en un círculo vicioso que no sólo no soluciona el conflicto, sino que además refuerza las conductas inmaduras.
En definitiva, pensá que cuando le decís a alguien “Si me queres, madurá”, a veces no tiene que ver exclusivamente con lo que ese alguien siente por nosotros, ni podemos relacionarlo de manera directa con el amor que nos tiene, sino que la madurez es un proceso más complejo, asociado a las conductas de cada uno. No todos proyectamos lo mismo, ni todos asumimos las mismas responsabilidades. Si esto afecta y repercute en nuestra vida de pareja, si bien no podemos exigir que el otro madure, sí podemos determinar qué tipo de relación deseamos para nuestra vida y hasta qué punto vamos a luchar por la misma. Debemos comprender que cuando un vínculo nos resulta insostenible, siempre hay que pensar cuál es el fundamento del mismo, para saber si lo seguimos eligiendo. Sólo teniendo esto presente vamos a poder iniciar cambios, porque como se suele decir, cuando las prioridades están claras, las decisiones se vuelven más simples.
¿Cómo venís en términos de madurez emocional? ¿Hay diferencias entre vos y tu pareja? ¿Te da para pilotearla? También fijate: ¿Cuáles son tus límites? y Animate a encarar nuevos desafíos en tu vida

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